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Columna
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El más entrañable secreto de la naturaleza

Nacido en Madrid en 1916 y, por tanto, cumpliendo hoy la alta edad de 87, no hay un caso tan singular como el de Pablo Palazuelo en la historia del arte español contemporáneo, lo cual ciertamente es mucho decir. No es común, en efecto, nada en su biografía ni en su obra porque en lo que se refiere a la primera, no es fácil encontrar un caso de un joven español que durante la Segunda República estudie Arquitectura en el Reino Unido y que, tras la Guerra Civil, decida instalarse en París y dedicarse al arte, permaneciendo en la privilegiada capital francesa entre 1948 y 1969, y triunfando allí como uno de los artistas europeos normativos (léase: "abstractogeométrico") más interesantes, como le fue reconocido tempranamente en 1952 al otorgársele el prestigioso e internacional Premio Kandinsky.

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El Velázquez premia el rigor de Palazuelo

Pintor, escultor, pensador..., en realidad Pablo Palazuelo ha sido y es un escrutador del espacio al que se enfrentó pronto como el abismo de dimensión y memoria que, en el fondo, es. Quizá, por esa temprana intuición, Palazuelo comprendió que el lenguaje plástico y conceptual debía ser, por igual, "cifrado"; esto es: que sólo hay un lenguaje privilegiado, el artístico y el poético, porque el resto es meramente funcional y sólo se dedica a dictarnos las órdenes que debemos cumplir.

Sea cual sea el apasionante trasfondo cultural de Palazuelo, lo que importa es el resultado que muestra su obra plástica, que como ya se ha dicho ha tocado indistintamente la pintura y la escultura, o, lo que es más ajustado, las dos y las tres dimensiones del espacio. En ese sentido, Palazuelo exhibió su estilo geométrico-cabalístico en París a comienzos de los años cincuenta con pleno éxito y, tras su regreso a España 20 años después, siguió regularmente exponiendo su obra, pero siempre como si estuviera "lejos del mundanal ruido"; es decir: no sólo al margen de la publicidad mediática, sino cultivando el secreto, el retiro, la concisión, el silencio, todo lo cual forma parte para él de la religión del arte. Es muy significativo que su mentor inicial fuera un pintor de estas características como Paul Klee.

¿Qué puede aspirar a obtener un artista nacido en Madrid, de 87 años, abstracto, geométrico, místico y voluntariamente retirado del escenario público? Ante esta interrogación uno estaría dispuesto a responder directamente que un artista de estas características hoy no debería esperar nada, pero, hete aquí, cosas del arte, que, a pesar de todo, como en la sentencia evangélica, "los últimos serán los primeros"...

De todas formas, la obtención merecida del honroso Premio Velázquez no agota el potencial del reconocimiento debido a Pablo Palazuelo, cuya obra se proyecta sobre todo hacia el futuro. A partir de 1953, la obra de Palazuelo toma una consistencia madura y establece lo que va a ser el camino de su recorrido futuro. Es entonces cuando concibe la estructuración del espacio a través de figuras poligonales fracturadas, de ángulos, de relaciones geométricas de diversa especie, pero dotando este espacio abstracto de un sentido dinámico a través de líneas verticales y oblicuas.

La obra de Palazuelo no sólo se ha mantenido dentro de este lenguaje geométrico y lineal, sino que ha jugado con el color de una forma muy intensa y honda, generalmente en gamas contrapuestas radicales que han pasado del blanco y negro a los tonos más cálidos y más fríos. En estas contraposiciones cromáticas y estos juegos geométricos enigmáticos se adivina el sentido esotérico de la obra de Palazuelo, el cual jamás ha pensado que el arte fuera algo distinto de la naturaleza, sino el más entrañable secreto de ésta.

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