La lección magistral de Sybilla en Barcelona
La exposición de Sybilla, bajo el título 20 años no es nada... y feliz la mirada, está en una antigua sacristía gótica que es ahora una sala de exposiciones. Lo que pasó allí ayer fue emocionante y la diseñadora se mostró encantada con el resultado: "Es el final de una etapa y un homenaje a la gente que ha trabajado conmigo todos estos años", sentenció con la ternura que la caracteriza, pero se sabe que será el comienzo de otra. La muestra abre con un armario del que brotan prendas y accesorios, como si las maletas de la memoria se deshojaran con generosidad ante el espectador.
Sybilla estaba muy nerviosa. En el acto inaugural habló poco, y sus grandes ojos negros estaban fijos en los muros que albergaban sus trajes, sus fotos y sus palabras en caligrafía roja. Se sentía desnuda "como tras un análisis psicológico", dijo. A renglón seguido, agregó que había sido muy bonito, con ese tono de su voz que se acerca a la caricia.
La exposición del FAD, que responde a un proyecto pendiente del Año del Diseño 2003, es un recorrido de apretada síntesis por una carrera que tiene mucho más que contar y dejar ver, y que es el reflejo del éxito no sólo en lo artístico, sino también en lo comercial. Sybilla se ufana casi más de ser una eficiente y emprendedora empresaria que de ser una creadora con un estilo singular y distintivo; y siempre recalca que todo ese poso de poesía y de formas amables es el resultado de un trabajo colectivo. Un éxito que permite tratarla de consagrada con apenas 40 años, pues hace 20 que se decidió a la gran aventura en solitario de poner su nombre como escudo. Sybilla y su estilo son capaces de hilvanar en un mismo cordel las primeras prendas de 1984 con las últimas creaciones de fiesta de 2000, una experiencia cercana a la costura que comenzó en 1997 como una aventura y que no ha dejado de crecer y de recibir elogios, lo mismo que su otra línea más desenfadada y juvenil, Jocomomola.
Sybilla-noche tiene una anécdota por detrás y en su origen. Un día, ella debió de ir a una celebración de postín: el centenario de Louis Vuitton, para quien había diseñado su hoy mítico bolso-paraguas (llamado irónicamente Shopping in the rain), y decidió diseñar para las amigas que la acompañarían imaginativos trajes de fiesta: sin quererlo, estaba armando una nueva línea elegante y libre, sin las ataduras de la ropa en serie y permitiéndole un juego de vasos comunicantes exquisitos entre su propio pasado y los signos perennes del estilo.
Para un diseñador emergente, un paseo por esta exposición es un verdadero master. La solvencia volumétrica, el gusto por la silueta sin estridencias, la referencia a la naturaleza a través del color y la alusión morfológica, la manera de eludir cualquier ampulosidad expresiva y el esmero en el detalle son algunas de las lecciones que la creadora regala.
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