Conciencia de la diferencia
Yukio Mishima (1925-1970) es un personaje llamativo: escritor de extraordinaria sensibilidad, amante del culto a la fuerza y al cuerpo y del empleo de elementos simbólicos como la sangre, la muerte y el suicidio en su obra literaria y al arte y la seducción de las armas; tradicionalista acérrimo en un Japón moderno cuya modernidad nunca ignoró, exhibicionista, narcisista... Mishima fue, en suma, un complejo carácter que tuvo una influencia selectiva, pero importante, en su país y cuya vida concluyó por medio del ancestral modo del seppuku cuando aún le aguardaba, por mor de su talento, mucho tiempo por delante que quizá no quiso afrontar.
Esta primera novela de Yukio Mishima (seudónimo de Kimitake Hiraoka) la publicó a la edad de 24 años. Es una suerte de autobiografía y está concebida como tal, es decir, que la narración está sujeta a la cronología de una vida que va de la infancia a la primera juventud. Parece un tanto audaz eso de escribir una autobiografía a edad tan temprana, porque lo normal es que la vida de uno aún no posea enjundia suficiente, pero el conflicto dramático que mueve el libro es un asunto de primera importancia: es un texto sobre la diferencia y, más precisamente, sobre la adquisición de una "conciencia de la diferencia" por parte de un ser humano.
El protagonista de esta historia es un joven que ya desde niño siente y cultiva una clara tendencia homosexual. Tal y como la cuenta, parece que toda la infancia es un recto camino hacia la homosexualidad en el que "la debilidad que mi corazón sentía por la Muerte, la Noche y la Sangre era innegable". Hay una concepción -o quizá sea mejor decir percepción- del placer emparentado con el terror y -recurrencia bien conocida- ésta se manifiesta de modo inequívoco a la vista del San Sebastián de Guido Reni. Pero su sensibilidad de niño débil y enfermizo le ayuda a percibir que esto le hace diferente de los demás o, cuando menos, que debe ocultar sus inclinaciones aunque aún no sepa definirlas ni reconocerlas suficientemente. "Todos dicen que la vida es un escenario. Pero la mayoría de las personas no llegan, al parecer, a obsesionarse por esta idea, o, al menos, no tan pronto como yo. Al finalizar mi infancia estaba firmemente convencido de que así era, y que debía interpretar mi papel en ese escenario sin revelar jamás mi auténtica manera de ser".
El relato se divide en tres partes que se corresponden con el tradicional reparto de infancia, adolescencia y juventud. La decisión de ponerse una máscara es del adolescente; la decisión de efectuar estas "confesiones de una máscara" es del joven, que es quien narra. Y es al joven al que corresponde enfrentarse a la primera prueba de maduración y reflexión sobre los sentimientos a partir del momento en que, atraído por el carácter -que no por el sexo- de una muchacha, se acerca a ella con la intención de indagar acerca del verdadero sentido de sus inclinaciones. Hay que decir que la parte realmente admirable de esta autobiografía se encuentra en esta tercera parte. Porque, de las dos primeras, en una prima la casuística y en la otra el narcisismo, pero en la tercera se produce una formidable reflexión sobre la naturaleza de sus sentimientos planteada con una honestidad dramática de primer orden que, por supuesto, sería impensable sin las dos anteriores.
La relación con Sonoko (la muchacha) es la que pone en cuestión su decisión de ser una máscara y lo que finalmente le confirmará en ello. Está trazada -la relación- con una calidad expresiva y una sensibilidad excepcionales dentro de un juego de acercamiento-alejamiento en el que la cercanía le produce satisfacción y duda y la distancia un fingimiento que resulta extremadamente placentero; es una suerte de equilibrio entre tener y no tener que él pretende duradero en tanto que deja en suspenso su conflicto -aunque sin perderlo de vista- a favor de un estado de entendimiento que se quiebra cuando se da cuenta de que al final de ese camino se encuentra el matrimonio, es decir, un compromiso con un fin concreto. Entonces aparece un elemento nuevo: la cobardía, pero ahora no estamos sólo en la "diferencia", sino también en la culpa, una culpa que le desasosiega porque sabe que, antes que diferente, ha sido cobarde al no aceptar las consecuencias de su autoengaño. Puede decirse que en este último tercio está toda la fuerza del conflicto y toda la verdad de una dolorosa y nada complaciente asunción de esa "conciencia de la diferencia". Pero en la asunción está la primera madurez, y ahí es donde se cierra el libro, que no podía llegar más lejos.
¿Un libro de iniciación? ¿Una novela de formación? ¿Una confesión descarada? Confesiones de una máscara es una excelente narración que, a medida que se interna en el conflicto central (esa necesidad de enmascararse utilizando como ejemplo real y simbólico a la vez el motivo de la homosexualidad), crece como literatura en detrimento, afortunadamente del simple morbo que pudiera haber en lo anecdótico y autobiográfico del relato. De ahí su merecida fama.
Babelia
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