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LA COLUMNA
Columna
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El modelo Puerto Rico

Josep Ramoneda

HAY POLÍTICOS de una sola idea. Aznar es uno de ellos. En la sociedad mediática no es forzosamente negativo. Lo simple es más fácil de comunicar que lo complejo. La idea de Aznar es que sólo al lado de Bush está la salvación: "Hoy por hoy no hay alternativa práctica y realista a la garantía de seguridad que representa EE UU". Lo dijo a los mandos de las Fuerzas Armadas, lo viene repitiendo desde la gran iluminación que tuvo la primera vez que Bush le recibió en Washington.

Aznar, conforme a una vieja tradición de la derecha española, es profundamente antieuropeísta. Un antieuropeísmo que tradicionalmente ha estado muy ligado a cierta fobia contra los franceses. Una derecha como la española, de larga tradición oscurantista, siempre ha vivido con complejo de inferioridad y resentimiento sus relaciones con la vecina Francia y su tradición ilustrada. Curiosamente, en Francia gobierna Chirac, otra persona escasamente europeísta, que se convirtió a la causa europea como efecto del roce con EE UU. De poco ha valido la supuesta familiaridad ideológica entre los dos Gobiernos de derechas de España y Francia. La relación con Bush ha tenido efectos contrapuestos: Aznar ha encontrado en ella los tacones que le permitían elevar su talla y autorreconocerse como estadista. Chirac ha sentido la llamada del gaullismo: nunca Francia se someterá a los americanos.

El antieuropeísmo de Aznar cada vez es más explícito. En el discurso a los mandos militares, las pocas referencias a Europa son advertencias ante posibles pecados de desobediencia atlantista: "No cuenten conmigo entre los que se felicitarían de un futuro europeo sin que existiera la OTAN". El plan de defensa que el presidente expuso por su cuenta y riesgo, sin consulta previa al Parlamento, en ningún caso hace del marco europeo su referencia. El horizonte es el reconocimiento de la hegemonía americana y la sumisión estratégica a ella. América como anhelo, Europa como carga. La defensa presuntamente patriótica del reparto de Niza no es más que otro intento de retardar la convención y el progreso de Europa. Hasta su aliado Berlusconi le ha cantado las cuarenta. Aznar chocó pronto con el eje franco-alemán. Quería diferenciarse de la estrategia de Felipe González y demostrar que era capaz de diseñar una alianza alternativa, con los países periféricos. Tuvo la complicidad de Blair porque a los ingleses siempre les es útil acumular fuerzas frente a Berlín y París. Pero esta alianza sólo podía servir para frenar, no para construir. Aznar fue utilizado debidamente como acompañamiento de la pareja Bush-Blair en la guerra. Pero, pasado este episodio, Blair ha visto que la alianza periférica ya no le era útil. Y el Reino Unido ha regresado a su lugar natural: la tríada dirigente europea.

El resentimiento con Europa es tan grande que Aznar define a España como "una democracia consolidada en el sur de Europa", es decir, prefiere la identificación geográfica a la política (la Unión Europea). El discurso ante los mandos del Ejército es la culminación de la huida. Una huida hacia la que podríamos llamar el modelo Puerto Rico. Lo que no se sabe muy bien es si Aznar quiere que sea España o sea Europa entera la que se convierta en Estado asociado a Estados Unidos (libre asociado, diría Ibarretxe). En su discurso desdeña la capacidad de las instituciones europeas para resolver los problemas de seguridad, afirma que la contención diplomática del poder de nuestro socio al otro lado del Atlántico va contra el sentido de la historia y asegura que sólo Estados Unidos nos puede garantizar el futuro.

Si la idea es una -EE UU es el socio privilegiado, y Europa es una apuesta secundaria-, la coartada también es simple: la lucha contra el terrorismo. Un concepto que en la medida en que Aznar lo utiliza para abarcar todo lo que se mueve, todo lo que ponga en cuestión el orden americano, ya no significa nada. Sólo eso: una coartada para justificar una alianza completamente acrítica con Estados Unidos y una política de seguridad mediatizada por un discurso de estado de excepción.

Pero, insisto, el lugar común de toda la estrategia de Aznar es el antieuropeísmo. La España de Aznar se parece a la isla de Saramago que se desprende de Europa y emprende un viaje por los mares, en este caso, nada errático: dirección Estados Unidos. "El litigio", como ha escrito Jürgen Habermas, "ya no es sobre si es posible la justicia en las relaciones entre las naciones, sino sobre si el derecho es el medio adecuado para conseguir este objetivo o lo es más bien la política ordenadora de una gran potencia". La respuesta de Aznar no ofrece dudas: todo por Estados Unidos.

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