"Me considero mucho más patriota que George Bush"
Con un cigarro entre los labios y con la mirada más poderosa e impactante que pueda imaginarse, Sean Penn demostró ayer en San Sebastián por qué se le considera el mejor, menos complaciente y más comprometido actor de su generación. Penn recibió anoche, de manos de su amigo el pintor y director Julian Schnabel, el Premio Donostia por su trayectoria. A sus 42 años es el actor más joven que ha recibido este reconocimiento. "¿Joven? Pongo a disposición de quien quiera mis órganos. Así verán quién es de verdad el más viejo".
Frontalmente crítico con el Gobierno de su país, el actor afirmó: "En un mundo como éste no se puede ser un artista con credibilidad y estar callado. Los actores tenemos cerebro y voz y el poder que nos da un gran medio de expresión: el cine". Poco antes del inicio de la guerra de Irak, Penn viajó a Bagdad, publicó una virulenta doble página contra el Gobierno de George Bush en The New York Times y, con los atentados de las Torres Gemelas todavía calientes, aportó -en la película colectiva 11.09.02- la mirada más dolorosa y radical al terrible suceso. La historia de un anciano neoyorquino que vive a oscuras por culpa de la sombra de los dos rascacielos y que la mañana del 11 de septiembre vive lo que él cree un milagro (el sol entra otra vez por su ventana) es, según Penn, la imagen que nació de su "lenta digestión emocional". "Me considero mucho más patriota que George Bush, pero lo que yo sentí aquel día no fue una tragedia americana, fueron muchas otras cosas. Entre esas cosas estaba la historia de ese hombre".
"Me gusta la gente que viene a los festivales. Nadie me grita, no parecezco un gilipollas"
"Los que me han perseguido y ladrado no han sido capaces de morderme"
Durante una larga conferencia de prensa y durante las breves entrevistas que concedió a los principales diarios nacionales, el protagonista de Pena de muerte desplegó su ideal del artista comprometido. El pelo espeso y desordenado, un bigotillo cómico, una cazadora vieja, el bajo de los pantalones raídos, unos preciosos zapatos de cordones y las maneras de un adolescente tímido y melancólico. Un surfero (lo fue durante años) que dejó las playas de Santa Mónica por el teatro y el cine. "Yo no diría que soy un rebelde pero sí es cierto que en mí existe un permanente sentimiento de insatisfacción y que eso condiciona mi mirada al mundo. Para mí ser complaciente sería criminal, como actor y como ser humano. Quizá ser así me trae problemas, aunque depende de lo que entendamos por problemas. En cualquier caso no tengo elección: no separo la expresión política de la artística".
"¿Solo? Sí, claro que me siento solo, pero no me importa. Algunos actores están demasiado ocupados rodando anuncios, aunque quizá ellos entregan su dinero a los niños hambrientos de África y yo no me he enterado. En cualquier caso se ha visto que todos los que han ladrado contra mí luego no han sido capaces de morderme. La gente que me ha perseguido se ha comido sus propias palabras, afortunadamente las listas negras ya no funcionan. Sólo hay un precio que no estoy dispuesto a pagar: el de perder mi propia voz. Ésa es una lucha que no pienso abandonar".
Penn logró a principios de septiembre la Copa Volpi del Festival de Venecia por su interpretación de un hombre agonizante en 21 gramos, segunda película del director de Amores perros, el mexicano Alejandro González Iñárritu. "Conocí a Iñárritu en una fiesta en Los Ángeles, precisamente gracias a Schnabel y al gran Javier Bardem. Le dije que vería Amores perros y así lo hice. La película me impactó tanto que le llamé inmediatamente: era un actor a su servicio...Todos llevamos una amante mexicana en el corazón, ahora el cine mexicano es esa amante".
Penn asegura que hoy prefiere escribir y dirigir a actuar: "No hay nada mejor que crear familias creativas, elegir actores y trabajar con ellos". Jamás acude a la ceremonia de los Oscar (ha sido tres veces candidato), porque los acontecimientos sociales le resultan "insufribles". "Me gusta ver los Oscar en la tele, como cualquier ciudadano, no soporto una ceremonia que dure más de 30 minutos". Ayer, sin evitar que le reconocieran, se tomó tranquilamente un café en un bar de San Sebastián, paseó y cenó con un grupo de amigos. "Me gusta la gente que viene a los festivales, aprecio su civismo. Nadie me grita, no siento hostilidad, no parezco un gilipollas".
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