"Por fin Allende comienza a ser una figura heroica"
Quiso estar en Chile este 11 de septiembre, cuando se recuerdan 30 años de la muerte del presidente Allende, defendiendo a la democracia del golpe de Estado del general Augusto Pinochet. Asistirá al acto en que se reabrirá la puerta del palacio de La Moneda por donde salió el cuerpo de su tío, que fue cerrada por los militares. El viaje le permitió a la escritora Isabel Allende (de 61 años) lanzar en su tierra natal su más reciente novela, El reino del dragón de oro (Plaza & Janés), la segunda parte de su trilogía para jóvenes, que aparece en estos días en España, polemizar y visitar a sus padres.
La escritora viva más leída del idioma español, que se inició en las letras como periodista de la revista femenina chilena Paula, se muestra relajada. Está sorprendida y contenta con la primavera allendista que vive Chile en este 30º aniversario, donde su imagen y trayectoria son recordadas en la prensa, en actos, marchas y recitales. "Durante 17 años no se mencionó el nombre de Allende y después, durante la transición a la democracia y en esta democracia condicionada que hemos tenido, para no hacer olitas, han tratado de mantenerlo bajo tierra y a todo lo que pasó durante la Unidad Popular. Ahora hay una generación joven que descubre por primera vez la verdad de lo que pasó y quién era Allende. Por fin Allende empieza a ser una figura heroica en Chile", afirma.
Aunque no están excluidos los adultos, es a los jóvenes y niños a quienes quiere dirigirse con El reino del dragón de
oro, una novela que se lee rápido y que "me salió fácil después de investigar", admite. Los protagonistas, Alexander Cold, nombre que viene de traducir el de su nieto Alejandro Frías; su abuela Kate, una escritora que comparte ciertos rasgos de la autora, como haber tenido un flautista en sus vidas, y la mágica Nadia Santos. Son los mismos de la primera entrega, ambientada en el Amazonas, La ciudad de las
bestias, que viajan ahora al Himalaya, a paisajes que pueden ser Bután o Nepal, a conocer la estatua del dragón de oro. "Es diferente al lenguaje de otras novelas que he escrito: hay acción, aventura, diálogo y un ritmo mucho más acelerado. El tema es la espiritualidad y en el fondo es una respuesta al fundamentalismo", sostiene.
"Me gustaría ser como Kate, tener la libertad y audacia de ella, de llevar a mis nietos al fin del mundo, de soltarlos frente a una anaconda, a un yeti. Pero no me atrevería: siempre estaría protegiéndolos", dice. Alexander encarna a "un muchacho criado en el consumismo, que se confronta con otros mundos y aprende".
Isabel Allende deposita en esta nueva generación la esperanza de "reacción ante un mundo cada vez más materializado". "Los jóvenes se saturarán de este materialismo y consumismo", dice. "Lo voy a ver en vida: un movimiento parecido al de los hippies, como una reacción en contra de todo esto. Los jóvenes van a descubrir otras formas de relacionarse con el planeta y entre ellos". Es crítica respecto a los resultados de la globalización. "Vamos por un camino equivocado, de individualismo, consumo desenfadado, de abuso de los recursos naturales sin pensar en el futuro, sin respeto por la ecología".
Trabaja de manera metódica, con una disciplina espartana y a un ritmo de ocho a doce horas diarias. Incluye una hora de cierre, como en su época de periodista. Prende una vela al comenzar y cuando ésta se apaga, se detiene. "No sé cuántos folios son por día, porque uno corrige sobre la marcha en el computador. Antes hacía 20 borradores, ahora hago tres, pero si en la noche me acuerdo de algo, voy y lo cambio". Entrega el texto a su agente cuando "me doy por vencida: lo he leído tanto, que llego a un punto de saturación. Siempre se puede cambiar una frase, un adjetivo, pero en algún momento hay que decir basta".
La investigación previa tiene mucho de la rutina del reportero, pero toma más tiempo, años. Absorbe libros, mapas, documentales, fotografías, va al lugar. "Yo sigo reporteando", resume. Tiene lista la tercera novela de la trilogía, El bosque de los
pigmeos, que transcurre en África ecuatorial. Se opone a la guerra de Bush, contra la que salió a manifestarse, escribió la tercera parte "durante las guerras con Irak y Afganistán. El tema es la paz, la resolución de los conflictos sin violencia".
En 2002, cuando la postularon al Premio Nacional de Literatura - que no obtuvo-, recibió duras críticas de algunos colegas chilenos. Roberto Bolaño, que falleció en julio pasado, la calificó de "escribidora" y "mala escritora". Otros cuestionaron una supuesta liviandad y que las altas ventas de sus libros no reflejan calidad. Allende replica a la crítica de Bolaño: "No me dolió mayormente, porque él hablaba mal de todo el mundo. Es una persona que nunca dijo nada bueno de nadie. El hecho que esté muerto no lo hace a mi juicio mejor persona. Era un señor bien desagradable".
Dice que recibir una mala crítica por un libro no le importa, porque el que hace algo público está expuesto y es algo subjetivo. "Cuando la crítica es de mala leche y personal, o para poner una zancadilla, la dejo pasar, como si no existiera. Pero ahora salí al paso, hasta cuando una va a andar con eufemismos. Yo ya estoy en una edad en que no me importan esas cosas".
Envidia
Opina que la calidad de sus libros la determinará el tiempo. "Si dentro de 20 años hay personas que todavía leen mis libros, ahí veremos. Hay una cierta literatura hermética, que encanta a los críticos, o escritores que escriben para sus colegas. El paso del tiempo dirá si es bueno o no". Advierte envidia en las críticas, pero lo considera una característica del país y no una persecución. "Se ha dicho que he vendido porque mi apellido es Allende: a ver si el apellido venderá algo en alguna parte. Algunos creen que el marketing es una varita mágica. Si fuera por eso, los editores harían marketing de cada libro. Y no es así. Yo vendo mis libros porque a la gente le gusta leerlos", afirma.
Isabel Allende cree que todavía no está escrita la gran novela chilena de la época del golpe militar y Salvador Allende. "Pero yo no la puedo escribir. Me faltaría objetividad, sería una novela muy política. Vargas Llosa podría hacer un libro precioso, parecido a La fiesta del
Chivo", afirma.
Para ella, Augusto Pinochet sólo "es un personaje menor, no podría ser protagonista de una novela de García Márquez o Roa Bastos". Considera un "cobarde" al general, porque "se subió al golpe al final, esperó a que los otros tomaran la iniciativa". También lo considera un traidor. "Traicionó a Allende, a la democracia, a sus compañeros de armas, hizo matar a Prats [Carlos Prats, ex comandante en jefe del ejército]".
El día del golpe de Pinochet, ella fue a un liceo situado en las cercanías de La Moneda a buscar una persona. Desde allí, subida en el techo, vio el bombardeo del palacio presidencial. Un año después partió del país, cansada del horror de la dictadura chilena.
Está en su país natal, Chile. Es la escritora en lengua española que más ejemplares vende de sus libros. Sobrina del asesinado presidente Allende, hace ahora 30 años, a sus 61 años de edad la autora de El reino del dragón de oro, su nueva novela, recuerda los terribles días del golpe de Estado de los militares, que encabezó el general Pinochet, a la vez que analiza el presente y el futuro previsible de un mundo que considera consumista y materialista en exceso.
Un helado de coco con el gran seductor
Recuerda que con su padrastro, que era embajador de Chile en Argentina, estuvo con el presidente socialista en una comida familiar poco antes del 11 de septiembre. La prensa de derecha ponía entonces titulares como "Chilenos, junten odio", y clamaban por la renuncia de Allende. "A la hora del almuerzo, Allende dijo: 'No voy a renunciar. Voy a terminar mi periodo constitucional o salir de La Moneda con los pies para adelante'. Me pareció que era una frase para el mármol, que no se ajustaba al ambiente familiar del postre con helado de coco. A todos nos pareció fuera de foco. Pero nueve o diez días después vino el golpe. Ahora creo que era la única persona que realmente sabía lo que iba a pasar con los militares". Describe a su tío como una persona "con sentido del humor, rápido en las respuestas, muy imbuido en la dignidad del cargo, vanidoso, muy valiente e inteligente". Cuenta que dormía muy poco, cuatro horas al día, y que por su rapidez mental captaba pronto la esencia de los problemas, lo que le permitía parecer más informado de lo que realmente estaba.
"Seducía a cualquier interlocutor. Entraba a una pieza y como que centraba la energía del ambiente. Tenía la capacidad de convencer a la gente, de muñequear cualquier situación, como decimos en Chile. Por eso los generales no quisieron enfrentarse en persona con él ese día, temían que los diera vuelta", sostiene la escritora.
Babelia
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