Un foso abisal
Los datos contenidos en el informe sobre Desarrollo Humano que acaba de presentar la ONU son abrumadores. Al ritmo actual, asegura, algunos países del África subsahariana tardarán más de un siglo en sacudirse el hambre, la astronómica mortandad infantil o el analfabetismo. También hay buenas noticias en esta radiografía de nuestro planeta. Destacan los grandes progresos de las superpobladas China e India. Pero una conclusión evidente del estudio es que la oleada globalizadora ha significado un claro retroceso para más de medio centenar de naciones.
Los líderes mundiales se juramentaron en Monterrey, en 2000, para reducir a la mitad la pobreza mundial en 15 años. Era uno de los objetivos del Desarrollo del Milenio. Pero los enunciados rimbombantes son una cosa, y otra, la realidad. Y ésta indica que en la última década se ha reducido la ayuda exterior de los países ricos, se ha incrementado la deuda de los desesperados y han bajado los precios de sus materias primas, mientras el sida hace estragos. El optimismo de los noventa se ha disuelto en amarga realidad para muchos. Las recetas del Banco Mundial y el Fondo Monetario distan de ser la panacea para un grupo numeroso de países -africanos la mayoría, pero también surasiáticos y de la antigua URSS- al otro lado de la valla que separa el mundo que podríamos llamar habitable del que definitivamente no lo es.
Aliviar la miseria de una buena parte de la humanidad es mucho más que una obligación: 1.200 millones de personas subsisten con un euro al día y casi otros mil millones sufren hambre crónica. Es la única política posible para coexistir. La mayoría de los países pobres no satisface su parte del compromiso, consistente en intentar dotarse de un Gobierno transparente y para todos. Pero los ricos y poderosos incumplen sus obligaciones fundamentales: aumentar la ayuda a los subdesarrollados, raquítica salvo honrosas excepciones, y abrirse al comercio derribando el férreo sistema vigente de protección a sus intereses.
Hay cálculos muy solventes de instituciones académicas y económicas que cifran en menos del 1% del PNB de los Estados ricos la contribución necesaria para eliminar la pobreza sangrante en un plazo razonable. Ésta es, asegura Jeffrey Sachs, la primera generación en la historia con los medios suficientes para hacerlo. El mundo desarrollado no puede resolver todas las dificultades de los desheredados, pero sí hacer mucho más de lo que promete. Falta la voluntad política.
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