El Papa pide atención a la familia para sanar a una sociedad "dividida"
Juan Pablo II celebra una misa junto a la frontera de Croacia e Italia
El Papa celebró ayer Pentecostés con una misa multitudinaria en el delta de Rijeka, la desembocadura del río Rifecina, que entre las dos guerras mundiales separaba los reinos de Italia y de Yugoslavia. Ambas orillas son hoy tierra croata tras la desintegración de Yugoslavia en 1991. Juan Pablo II pidió más ayuda a la familia croata, institución en la que puso sus esperanzas para sanar a una sociedad "fragmentada y dividida".
El calor sofocante convirtió la ceremonia en una nueva prueba para Juan Pablo II y para las decenas de miles de personas que acudieron al acto. Los 24 obispos croatas, además del arzobispo de Sarajevo, el patriarca de la vecina Venecia y los cardenales y monseñores del séquito papal, tomaron asiento junto al Pontífice en el sombreado altar, presidido por una gran cruz blanca enmarcada con una línea azul y adornado con el escudo vaticano. Ni el calor sofocante ni los graves antecedentes de la misa del sábado en Osijek, que se saldó con dos muertos por la elevada temperatura, evitaron ayer un nuevo lleno en la misa papal. Replegado sobre el trono móvil, Juan Pablo II apareció ensimismado y ausente en algunos momentos de la ceremonia. El portavoz vaticano, Joaquín Navarro Valls, reconoció que "la verdadera amenaza de este viaje ha sido al final el calor", en referencia al mensaje contra el Papa enviado hace un par de días por un grupo fundamentalista islámico.
Pero si esta visita a Croacia era considerada por el Vaticano como una prueba para comprobar la resistencia de Wojtyla con vistas al próximo viaje a Mongolia, todo apunta a que el resultado no ha sido satisfactorio. El portavoz vaticano dijo que esta visita "no ha sido anulada", pero dio a entender que será quizás aplazada. El viaje, con una escala en Rusia, había provocado una reacción furibunda del patriarca ortodoxo Alexis II. La jerarquía ortodoxa rusa mantiene la hostilidad hacia la Iglesia católica, y ayer se supo que el metropolitano de Banja Luka, la ciudad serbia en territorio de Bosnia que el Papa piensa visitar el 22 de junio, ha declinado asistir, pese a haber aceptado inicialmente la invitación.
Un clima que contrasta con el entusiasmo que provoca Wojtyla en Croacia, pese a los síntomas crecientes de secularización de su sociedad. El Pontífice habló en su homilía de este fenómeno y recordó a los fieles la obligación de mantener las tradiciones católicas, el rezo y la misa dominical. Ante las autoridades croatas, que ocupaban las primeras filas de sillas, en la plaza, con el presidente, Stepan Mesic, en lugar preferente, Wojtyla reclamó más ayuda para la familia croata, "necesitada de medidas que favorezcan su constitución, su desarrollo y su estabilidad". Una referencia a la escasez de viviendas y al desempleo que hipotecan el futuro de las parejas jóvenes. El Papa dejó muy claro que se refiere a la familia tradicional, fundada en el matrimonio, es decir, "la unión estable y fiel de un hombre y una mujer, ligados entre sí por un vínculo manifestado y reconocido públicamente".
Las palabras de Wojtyla reflejaban la preocupación creciente de la Iglesia católica local por el camino que está tomando la sociedad croata desde su independencia en 1991. La caída demográfica, la emigración masiva de los jóvenes y de las mentes más preparadas del país, la falta de iniciativas, el aumento del desempleo, la crisis de la familia, la disminución de las vocaciones sacerdotales y religiosas, son algunos de los síntomas de esta "enfermedad" social croata, según el arzobispo de la diócesis de Rijeka, Ivan Devcic. El Papa concluye hoy su quinto viaje a Croacia con una breve ceremonia en Zadar antes de volver a Roma.
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