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Juez y parte durante la guerra

Miguel Ángel Villena

Franciscanos con fusiles debajo de las sotanas, sacerdotes de pueblo que arengaban a los soldados en su lucha contra los "moros infieles" y una jerarquía que, salvo excepciones, miró para otro lado en la época de delirios de grandeza nacionalista del fallecido presidente Franjo Tudjman dibujaron buena parte del paisaje del catolicismo de Croacia durante las guerras en los Balcanes, entre 1991 y 1995.

Cuando el comunismo dejó de ser el sustantivo que impregnaba todo en la antigua Yugoslavia, los adjetivos religiosos y nacionalistas ocuparon el lugar del nombre propio. Los conflictos yugoslavos no fueron básicamente de origen religioso, pero algunos líderes espirituales pudieron haber aliviado la mayor tragedia que se ha vivido en suelo europeo desde la II Guerra Mundial. Y el Vaticano, con Juan Pablo II a la cabeza, fue juez y parte en el drama cuando se apresuró a reconocer la independencia de Croacia en 1991 o cuando se mostró bastante contemporizador con los excesos de los croatas ultracatólicos, en especial en Bosnia, que decían "defender la frontera cristiana".

El Papa respaldó al régimen de Tudjman en un viaje apoteósico a Zagreb en 1994, en pleno conflicto. Pero, en cambio, muchos católicos le reprocharon que no viera la oportunidad, hasta bien entrada la posguerra, de acudir al Sarajevo sitiado y lanzar un mensaje de reconciliación entre los serbios ortodoxos, los bosnios musulmanes y los croatas católicos.

Por ello, cobra su relieve el llamamiento de Juan Pablo II a la tolerancia y al diálogo, durante su actual viaje a Croacia. Aunque llegue tarde, más vale tarde que nunca.

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