Bush, camino del Nobel
Desde múltiples esquinas se nos insta a que recompongamos el concierto occidental de naciones, tan maltrecho por la guerra en Irak, pero esa recomposición se predica desde una lectura de la pasada agresión a la que la eficacia de los servicios de propaganda USA y la irresistible atracción que ejerce siempre el bando de los vencedores ha logrado darle la vuelta, imputando toda la responsabilidad de la ruptura al antiamericanismo francés y a la debilidad y confusión alemanas, como ha escrito últimamente un reputado periodista británico en este diario. Olvidadas la total ilegalidad de la conquista, la general convergencia de la opinión pública en el rechazo del ataque, la casi unánime condena por parte de Naciones Unidas de la invasión, los perversos destrozos materiales y humanos causados por el impune diluvio de municiones sobre Irak y las acometidas contra la población civil documentadas en el informe de los brigadistas de Bagdad y silenciadas por la prensa occidental, estamos asistiendo al reconocimiento y banalización de las patrañas que se inventaron (asociación terrorista con Al Qaeda, armas de destrucción masiva...) para desencadenar la aniquilación de un país.
Simultáneamente, hemos comenzado a celebrar la eliminación de un tirano, contando sus víctimas que nos ayudan a olvidar las nuestras y cantando las excelencias de una operación bélica de tan modestos costes y de tan cuajados logros democráticos, como ha subrayado algún reconocido comentarista internacional de esta casa y muchos de fuera de ella. A un éxito de esta magnitud, que sitúa a Bush Jr. en la recta final del Premio Nobel de la Paz, en la merecida sucesión de Henry Kissinger, pronto se añadirán otras contribuciones decisivas como la liberación de Siria, Irán y Líbano, la urgente privatización del petróleo en todo el mundo y su incorporación al patrimonio norteamericano, su firme oposición a la Corte Penal Internacional, al Convenio de Kioto o a la prohibición de la venta libre de armas, al control de la producción y comercialización de minas antipersonales y a todas las otras medidas que, según él, suponen peligros ciertos para la seguridad internacional y que redondean el perfil de héroe de la democracia mundial que ha adquirido ya el presidente de EE UU.
Ese radiante futuro sólo necesita para asegurar su realización que se coloque a Europa en su sitio, llevándola a renunciar a unas cuantas pretensiones irrealistas y perturbadoras. Por ejemplo, en el ámbito económico, la Unión Europea tiene que aceptar que el sistema norteamericano de ventas a la exportación (FSC), en virtud del cual las grandes sociedades USA pueden conseguir una reducción de hasta el 30% si operan desde un paraíso fiscal, son mucho más adecuadas que las subvenciones directas europeas; mientras que la resistencia de la Comisión Europea para reducir los derechos de aduana en la importación de productos agrícolas es un obstáculo para el desarrollo de los países del Sur y que no puede legitimarse aduciendo los 80.000 millones de dólares que la Administración norteamericana pondrá a disposición de sus granjeros; como no es de buena ley la preferencia concedida al motor europeo para el futuro Airbus de transporte militar A400M; como resultan inadmisibles las presiones del comisario Lamy para que Estados Unidos ceda en el tema de la importación de medicamentos genéricos en los países en desarrollo, y son de todo punto condenables las medidas de retorsión que la Unión Europea quiere utilizar en el contencioso del acero que le opone a Estados Unidos. Pero lo más criticable son las reacciones de los grandes países europeos que se opusieron a la lucha contra Sadam, que se oponen ahora a que administre su victoria en función de sus intereses y eligiendo a los socios que le parezcan más fiables. Porque hoy la lógica política mundial no es la de Naciones Unidas, felizmente arrinconada, como ya nos previno Perle, sino la de la estabilidad del nuevo orden imperial al que debe sumarse la Unión Europea. Eso es lo que han entendido Polonia y los otros países del centro y del este de Europa y eso es lo que está haciendo Bush y le llevará al Nobel de la Paz y a su consagración como protagonista de la solidaridad mundial.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.