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¿Quo vadis, Sharon?

David Grossman

El secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, ha estado en Oriente Próximo, ha hablado con dirigentes israelíes y de la Autoridad Nacional Palestina y se ha ido sin conseguir ningún logro político. Israel, no obstante, mostró varios gestos de buena voluntad, pero no se comprometió con la Hoja de Ruta. Sharon rechazó la petición de Estados Unidos de congelar la construcción de asentamientos. Le explicó a Powell que era necesario seguir construyendo debido al aumento natural de la población de colonos y, pensando en la mentalidad republicana de Powell, le preguntó: "¿Es que queréis que las esposas de los colonos empiecen a abortar?". Así pues, ahora, al igual que antes de la visita, continúan flotando sobre Oriente Próximo muchas preguntas, y todas en realidad nacen de una incógnita fundamental: "¿Qué es lo que realmente quiere hacer Sharon?".

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Hace ya más de un año que Sharon ha anunciado que Israel estará dispuesto a dar "dolorosos pasos" para conseguir una paz estable con los palestinos. También habla de un proceso que conducirá finalmente a que termine la ocupación y a que los palestinos tengan su propio Estado. Estas alentadoras promesas salen de la boca de alguien que en el pasado llamaba traidores a los que se atrevían a plantear algo así. ¿Será verdad lo que dice? ¿O acaso, como ya ha hecho otras veces, es una manera de confundir? ¿Tal vez va haciendo promesas generosas con la premisa de que siempre podrá confiar en que los terroristas palestinos acabarán con el diálogo o que, al menos, siempre le servirán como excusa perfecta para dejar de dialogar?

Las promesas de Sharon ofrecen esperanzas hasta que uno examina las condiciones que exige para que se cumplan: los palestinos deben dejar de cometer atentados y desarmar a todas las organizaciones terroristas. Además, han de renunciar al derecho de retorno, y todo esto antes de empezar las negociaciones.

En el fondo de estas exigencias hay justicia y lógica, pero el modo de que todo eso se cumpla no es plantearlo como condición última para iniciar el proceso de paz, más bien al contrario: presentarlo como condición previa a la negociación es garantizar que no haya negociación, que siga habiendo terrorismo y que los palestinos desesperados se radicalicen cada vez más en su postura, incluso en lo referente a la cuestión del derecho de retorno.

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De todos es sabido que la renuncia al derecho de retorno es, desde el punto de vista psicológico, lo más difícil y doloroso de aceptar para los palestinos. Líderes palestinos con los que he hablado últimamente me decían que tenían muy claro que al final tendrían que renunciar a su aspiración de que los refugiados palestinos regresasen a sus casas, que ahora se encuentran en territorio israelí, pero añadían que ellos podrían exigirle a su pueblo que renunciase a ello siempre que pudiesen ofrecer en paralelo logros importantes en las negociaciones y renuncias significativas por parte de Israel. "El dirigente palestino que sea tan estúpido como para plantear que se ha de renunciar al derecho de retorno para poder negociar con Israel sería enseguida asesinado", me dijo no hace mucho uno de los miembros del Gobierno de Abu Mazen.

También la otra condición que pide Sharon, la obligación de la Autoridad Nacional Palestina de luchar contra el terrorismo, es moralmente justa. Sin embargo, no hay nadie, ni israelí ni palestino, que crea que Abu Mazen sea capaz, con las escasas fuerzas con las que cuenta actualmente, de acabar con el terrorismo o luchar contra él de forma eficaz. Durante los tres últimos años, Israel ha hecho un tremendo esfuerzo para luchar contra el terrorismo, y mientras tanto ha dañado la infraestructura gubernamental y policial con la que ahora los palestinos deberían frenar el terrorismo. Aún más: Abu Mazen sabe muy bien que ahora mismo ha de combatir con un tesón inaudito a los sectores más radicales dentro de Hamás y la Yihad, pero se encuentra entre la espada y la pared, preso entre las expectativas y amenazas ocultas de dentro y fuera: si lucha contra Hamás, perderá el apoyo de su pueblo, ya que, según las últimas encuestas de opinión hechas en Gaza, Hamás tiene un apoyo similar al de Al Fatah (el movimiento político y militar al que pertenece la Autoridad Nacional Palestina). Pero, por otro lado, si Abu Mazen no combate a Hamás, perderá el apoyo de los norteamericanos y de los europeos, y si lucha contra Hamás, puede estallar una auténtica guerra civil. También aumentaría entonces el apoyo de los palestinos a Arafat, que está a la espera de que fracase Abu Mazen, y si éste no lucha contra Hamás, y sigue habiendo atentados suicidas, Israel podrá seguir excusándose para no entrar en conversaciones de paz, etcétera.

No hay duda de que las llaves para poner en marcha el proceso de paz no las tiene Abu Mazen y quizás tampoco el presidente Bush, que se verá obligado a apoyar a Sharon si los palestinos no logran cumplir las duras e imposibles condiciones relativas a la lucha contra el terrorismo. Por otra parte, Europa no ejerce demasiada influencia sobre Sharon, y de todas formas Alemania se vería obligada (por razones históricas) a impedir que se ejerciesen fuertes presiones económicas sobre Israel.

Así pues, sólo nos quedan Sharon y una cuestión esencial sobre la que gira actualmente toda la situación en Oriente Próximo: ¿Realmente Sharon habla en serio cuando promete lo que promete? ¿Es sincero cuando habla de "la ventana de las oportunidades" y de su compromiso con la visión de Bush?

Es increíble que ahora mismo tantas cosas dependan de un solo hombre, y no menos increíble es saber que si Sharon hubiese decidido optar de verdad por el camino de la conciliación y hubiera dado pasos serios para aumentar la confianza en el otro lado, habría obtenido, según dicen las encuestas, el respaldo de la mayoría de los israelíes.

¿Lo hará finalmente? En Israel son muchos los que están convencidos de que en realidad Sharon lo que hace es engañar a los americanos y, en definitiva, a todo el mundo, y que lo que pretende es ganar tiempo y aprovecharse de que últimamente los acontecimientos, según él, le favorecen. Otros, más optimistas, recuerdan el giro que dio Rabin al final de su vida y dicen que Sharon hará todo lo que esté en su mano para pasar a la historia. Cuesta encontrar auténtico consuelo con esta esperanza, no solamente porque Sharon no es Rabin y su odio a los árabes parece muy profundo, sino porque no está tan claro a qué historia desea pasar realmente Sharon, si de verdad quiere ser recordado como aquel que personalmente creó el Estado palestino y desmanteló los asentamientos, que en gran parte son la obra de su vida.

Si hace aproximadamente un año hubiera venido un ángel del cielo y les hubiese anunciado a los israelíes lo que ahora está ocurriendo, es decir, que Irak ha dejado de ser una amenaza para Israel, que los sirios están asustados y prometen frenar a las organizaciones terroristas a las que apoyaban, que Yasir Arafat ha sido en realidad expulsado del poder, que el actual primer ministro palestino es un hombre que condena rotundamente el terrorismo palestino, y que uno de los ejércitos vecinos es el de Estados Unidos, los israelíes habrían pensado que el Mesías había llegado.

Pero ésta es la nueva realidad y hay que saber descifrarla con el fin de prepararse para lo que va a ocurrir. Precisamente, Ariel Sharon puede entender la situación actual como un estímulo que refuerce su empecinamiento. Si hace eso, si realmente rechaza esta ocasión casi única de resolver por fin el conflicto entre isralíes y palestinos y en unas condiciones mucho más cómodas para Israel, si sigue comportándose con una testarudez no carente de cierta soberbia, estaremos ante un caso histórico de falta de responsabilidad política que hará crecer el odio hacia Israel en esta zona y en todo el mundo, y prolongará una situación de guerra donde es imposible vivir con normalidad.

¿Qué será lo que hará?

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