Las murallas chinas contra la neumonía
Las poblaciones cercanas a Pekín levantan barricadas para controlar a los viajeros
Cualquiera diría al llegar a Da Gong Men (Puerta del Gran Palacio) que esta aldea de 800 habitantes, a 50 kilómetros al noroeste de Pekín, está de fiesta. Tiras de banderines de todos los colores cruzan las entradas de las calles y gente sentada bajo sombrillas espera al visitante. Pero en Da Gong Men la única fiesta se llama lucha a muerte contra el SARS (síndrome respiratorio agudo grave, siglas en inglés), y los visitantes no son bienvenidos, sino rechazados y obligados a seguir camino.
"No hemos tenido ningún infectado, y hemos tomado nuestras precauciones, para que no se produzcan. Nadie de fuera del pueblo puede entrar", dice Zhang, de 54 años, un hombre espigado, macerado por el sol, que cuenta cómo se han parapetado para hacer frente a la epidemia. A su lado, un joven, con un brazalete rojo con la inscripción "en guardia contra el SARS", juega a las cartas con varios amigos sobre una caja de madera. "Si un visitante necesita localizar a alguien, nosotros le buscamos".
"No necesitamos depender del Gobierno para defendernos", dice el campesino Zang
Da Gong Men, a orillas del macizo torreón rojo que le da nombre, está formado por casas de ladrillo pintadas de gris, coronadas por tejados curvos del mismo color. Se extiende junto a las 13 tumbas Ming, cerca de una zona montañosa, donde los labriegos cultivan frutales. "Pero aquí cada vez hay menos agricultura, el Gobierno quiere que plantemos árboles para mejorar el medio ambiente", dice. "Mejorar el medio ambiente" significa acabar con la erosión del terreno que provoca las tormentas de polvo que barren Pekín a partir de primavera.
La neumonía ha revolucionado la vida del burgo, que tiene un equipo que desinfecta a diario las casas. El zafarrancho ha sido organizado por el comité local del Partido Comunista, que también ha difundido las medidas de prevención que deben tomar sus habitantes para evitar contagiarse de una enfermedad que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el propio Gobierno chino, puede provocar una verdadera catástrofe si llega al campo, debido a su escueto sistema sanitario. Las autoridades de Pekín están impidiendo a los inmigrantes en la capital volver a sus pueblos para evitar la propagación. "No necesitamos depender del Gobierno para defendernos"", dice Zhang.
A pocos kilómetros, junto a la entrada del conjunto funerario de 40 kilómetros cuadrados donde están enterrados 13 de los 16 emperadores Ming, Changling (900 habitantes) ha tomado medidas más drásticas. Las calles están cortadas por barreras de troncos y barras de hierro. Junto a una, un cartel rojo sangre con letras negras advierte: "Éste es un momento crítico para el SARS. Prohibido el paso de personas y coches ajenos al pueblo".
Junto a la barricada, dos jubilados, dos mujeres y un hombre grueso en camiseta hacen guardia. A su lado descansa una rudimentaria bomba de fumigar. Llega una camioneta y las dos mujeres se lanzan desesperadas por la bomba. Cuando van a rociar el vehículo con desinfectante, el conductor muestra un pulverizador y explica que ya lo ha aplicado él. Le franquean el paso. En la pared, otro cartel explica las normas contra la neumonía.
"Hacemos turnos de 12 horas, durante las 24 horas", dice Chen, de 52 años. "Coches con megáfonos van de aldea en aldea explicando las medidas higiénicas. Además, nos han dado medicinas para potenciar el sistema inmunológico y un termómetro para que nos midamos la temperatura", dice. "No sé cuánto me van a pagar, pero me da igual, lo hago por responsabilidad. "También se han prohibido las reuniones con amigos y familiares", añade la propietaria de una tienda donde se puede comprar desde cacerolas a té, peluches o pepinos.
Conforme la carretera se interna en las montañas, la imagen de todos los pueblos es parecida. Barricadas de piedras, uralita, rejas o cuerdas con un banderín solitario impiden la entrada del extranjero, automáticamente sospechoso de portar el virus; algunos vigilantes son jubilados, otros son jóvenes campesinos, en alguna ocasión policías locales. Hay quien se cubre con un gorro blanco.
Hasta que en medio de un valle rodeado de montañas de roca naranja cubiertas por frondosa vegetación, a unos 80 kilómetros de Pekín, una veintena de personas corta en seco la carretera que lleva a Jinduhe (3.600 habitantes). Dan el alto al vehículo. Ocho visten uniforme militar de camuflaje, más de la mitad llevan mascarilla. Pero son civiles. "Nadie pasa por aquí", dicen nerviosos, dando una orden que, pese a ser ilegal, parece contar con la connivencia de las autoridades locales. Al poco, fumigan un vehículo al que tras larga discusión dejan pasar.
Uno de los paramilitares comienza a explicar la razón del bloqueo: "Ha habido un caso de SARS y tenemos miedo de que entre el virus, así que nos hemos organizado. Un hombre de aquí cerca fue a visitar a su padre que estaba hospitalizado en Pekín, y allí se contagió. A su vuelta, infectó a su mujer, embarazada de varios meses. Por miedo a la neumonía tuvo que abortar. Luego...". De repente, un compañero le da un golpe con la mano en el hombro y le dice: "No hables", y se lo lleva. Otro esgrime una porra de caucho. A lo lejos, suenan unos altavoces. Media vuelta.
Taiwan dobla sus casos
La OMS anunció ayer que enviará expertos a Taiwan para analizar la situación en la isla, que ha empeorado los últimos días. La denominada por China provincia rebelde ha registrado 100 infectados y ocho fallecidos. Los casos prácticamente se han duplicado en una semana. Pekín ha dado vía libre a esa visita, poniendo fin a un rifirrafe diplomático que según Taipei amenazaba su lucha contra la epidemia.
China registró ayer 181 nuevos casos y nueve muertos, lo que eleva el total en el país a 3.971 y 190, respectivamente. 1.406 personas han sido dadas de alta. Pekín registró ayer 114 infectados y cinco fallecidos. El Gobierno ha triplicado el presupuesto contra la enfermedad, hasta 725 millones de dólares. En el mundo han muerto 436 personas y se han contagiado más de 6.500.
Científicos de Hong Kong afirman que el virus muta en al menos dos nuevas formas, lo que complica el diagnóstico y la vacuna.
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