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Reportaje:LA TRANSICIÓN EN IRAK | La vida en Bagdad

Los iraquíes buscan un Estado, o al menos un sueldo

Miles de bagdadíes regresan a sus puestos de trabajo y se encuentran con que sus empresas han dejado de funcionar

Guillermo Altares

Los ciudadanos de Bagdad van regresando poco a poco a sus lugares de trabajo, aunque en ellos se topan con un panorama desolador. No es que los saqueadores se hayan llevado hasta las cosas más inútiles, lo más grave, en el caso de los cientos de miles de funcionarios, es que el Estado -o sea su organización, sus salarios, sus jefes- se ha desvanecido y, hasta ahora, nada lo ha reemplazado.

El mercado central de la capital iraquí ha recuperado su bullicio y las tiendas comienzan a abrir sus puertas. No hay escasez, aunque los precios son elevados y los comerciantes se quejan de que no les llegan mercancías para vender.

Los atascos son indescriptibles: con la gasolina han vuelto a las calles miles de automóviles, pero los semáforos no funcionan y los policías de tráfico apenas se dejan ver. Atravesar una rotonda puede ser una experiencia terrorífica que se prolonga durante media hora. En algunos barrios han empezado a quemar las basuras acumuladas y a retirar las barricadas que bloqueaban el paso en las calles. De vez en cuando se escuchan disparos, aunque, al menos durante el día, la sensación de seguridad es mayor.

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Pero, después de reclamar el agua y la electricidad, que todavía no han vuelto a grandes zonas de la ciudad, los habitantes de esta urbe de más de cinco millones y medio de personas dicen una y otra vez lo mismo: "Como no tenemos ni Gobierno ni Estado...".

Ante los ministerios civiles o el Ayuntamiento se dibujan filas permanentes de personas que esperan a que alguien vaya a hacerse cargo de sus vidas: quieren sus salarios y sus puestos de trabajo. Pero no se trata sólo de los funcionarios. Iraquí Airways era (o es, ni siquiera eso está claro) una compañía pública de 3.000 trabajadores. Dirigida por un familiar de Sadam Husein, que naturalmente ha desaparecido del mapa, funcionaba con vuelos internos y operaba en los aeropuertos del país. Meses antes de la guerra, había comprado ocho Boeing 727 y un 747 Jumbo. Los salarios eran bajos; pero permitieron a muchos ahorrar ante los tiempos que se avecinaban. Los iraquíes esperaban que un Estado reemplazase a otro casi de forma automática; pero no se imaginaban que se encontrarían en medio de la anarquía y ante un horizonte de pobreza.

"Viene gente todos los días", dice Saleh Hadhi Akkar entre los cristales rotos, los sillones arrancados y las bombillas reventadas de lo que antes de la locura del pillaje eran los marcadores que anunciaban los números. Es la principal oficina de Iraquí Airways en el centro de Bagdad y su aspecto no invita a comprar un billete. Fuera, otro empleado barre la calle. Como si tuviese miedo de una jerarquía inexistente, Akkar asegura que él no es responsable de nada, que sólo es un oficial de navegación. "Por ahora han pasado unos 50 o 60 empleados. Vamos haciendo una lista", dice.

Waird al Yasir es un amable funcionario que trabajaba en la emisión de billetes. Se ha presentado en la oficina vestido con el uniforme de la compañía después de un surrealista viaje urbano de varias horas. Logró coger un autobús, aunque es incapaz de decir quién se ocupa del transporte urbano. "Sólo quiero alguien que gobierne y me pague", señala. Varios trabajadores relatan que han ido tomando contacto entre ellos de esta forma (sigue sin haber teléfono) y que 30 representantes viajaron con soldados estadounidenses hasta el aeropuerto. Se entrevistaron con un oficial de alta graduación para pedirle que alguien se hiciese cargo de sus salarios. La respuesta fue que todas estas cosas estaban siendo estudiadas y que la nueva Administración, cuando llegue, les tendría en cuenta.

Por ahora sólo unos pocos ingenieros han sido contratados para poner en marcha el aeropuerto, donde se espera que llegue hoy el primer vuelo humanitario. "A ver si el jefe de los americanos acepta su responsabilidad", dice Saadi al Halath. Trabajaba en la Administración y emitió muchos de los cheques, ahora inútiles, con los salarios de enero. El paso de dos blindados estadounidenses por la calle interrumpe la conversación, que se retoma para relatar que muchos habían ahorrado en billetes de 10.000 dinares (cuatro dólares al cambio de ayer, una fortuna). Lo malo es que nadie acepta esos billetes porque durante los saqueos robaron una partida enorme del banco central sin los números de serie impresos y son rechazados. "Ahora sólo podemos esperar a que las cosas funcionen. ¿Qué otra cosa podemos hacer?", dice Kamal al Ami, que trabajaba en la sección de cargo de una compañía que nadie sabe si ha dejado de existir o está en ruinas.

Iraquíes venden armas y municiones saqueadas en Bagdad.
Iraquíes venden armas y municiones saqueadas en Bagdad.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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