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En memoria de José Manuel Blecua

Para todos sus alumnos, para todos los que pudieron disfrutar de su trato, quedará siempre en la memoria cómo leía José Manuel Blecua. Su edición del Cántico de 1936 (Textos Hispánicos Modernos. Labor, 1970) es un ejemplo, precisamente, de lectura. Al repasar esas páginas -sus notas puntuales, tan atentas a los ecos y avances que Jorge Guillén plasmaba de 1928 a 1936, hasta llegar a su precisión inconfundible- se reconoce la mirada estudiosa, y acendrada, del maestro.

"Lleva quien deja y vive el que ha vivido". Las palabras de Machado bien se pueden aplicar a quien tanto nos enseñó, avisó, recondujo. Recuerdo alguna advertencia puntual (era su gusto también recordar el "despacito y buena letra" del cantor de Soria) y sus amables ironías. A veces, un verso no iba bien contado; otras, al ditirambo juvenil le convenía una apaciguada consideración correctiva. Siempre a favor de las letras, de su cultivo educado, de la exigencia en evaluarlas.

En su impecable introducción a la poesía de Quevedo (Planeta, 1963) hablaba de "una lengua poética extraordinariamente trabajada... la más bella y nunca superada", que Fray Luis de León, Herrera, Lope de Vega y Góngora imponían como legado a asumir por el gran autor. Entre tantos aciertos, recordemos su énfasis en la glosa del verso "soy un fue y un será y un es cansado". Blecua no creía recordar muchos ejemplos "de tan fuerte intensidad expresiva".

Y, como un auténtico regalo-panorama de la poesía de los siglos de oro, queda su antología en Castalia (Renacimiento y Barroco, 1982 y 1984), lectura indiscutible y obligada para mantener la conciencia estética de los jóvenes. La garantía de un país con capacidad de entenderse radica en el reconocimiento que, desde la lengua y en el lenguaje creativo de sus cultores máximos, saben advertir sus lectores. Con su Florestia lírica (Gredos) y sus clásicos Ebro primerizos, el profesor Blecua transmitía el único tesoro verdadero: ser los deudores de su ejemplo, y continuarlo con la lealtad fiel al vivir. En la fiel plenitud de las palabras. También la poesía del 27, de sus maestros Salinas y Guillén, vibraba en sus clases.

Sigue en sus páginas la inacabada lección. Y escuchamos su voz todavía.

Lluís Izquierdo es catedrático de Literatura de la Universidad de Barcelona.

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