EE UU envía otros 60.000 soldados al Golfo para reforzar su despliegue ante Irak
El Pentágono ha superado ya la cifra de 250.000 hombres necesarios para la guerra
Estados Unidos dispone ya de un cuarto de millón de soldados en los alrededores de Irak. El Reino Unido tiene 40.000. Y el despliegue continúa. Otros 60.000 efectivos estadounidenses se disponían ayer a emprender viaje hacia el golfo Pérsico, con ciertas posibilidades de llegar con la guerra empezada, y la Casa Blanca seguía presionando a Turquía para que cediera su territorio como plataforma para la invasión. Ante la resistencia del Consejo de Seguridad, el no del Parlamento turco y demás dificultades con que topaban sus planes, Bush parecía haber decidido acelerar el ritmo de unos días muy intensos.
El hecho de que el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, decidiera incrementar la presencia de fuerzas en Oriente Próximo, pese a haber alcanzado ya la cifra de 250.000 soldados, considerada suficiente por los estrategas militares, constituía un nuevo indicio de que no había posibilidad de marcha atrás.
Los 60.000 efectivos adicionales podrían tardar dos o tres semanas en disponer de operatividad en el campo de batalla, y su misión consistía en reforzar el ataque en caso de que la invasión encontrara una resistencia superior a la esperada, o más probablemente, asumir la tarea de acabar con los restos del Ejército de Sadam Husein una vez Bagdad estuviera bajo control estadounidense.
Quienes emprendían viaje eran 26.000 soldados de la Primera División Acorazada, con base en Kansas y en Alemania; 24.000 de la Primera División de Caballería, con base en Tejas, y 10.000 de la Segunda División de Caballería, también basados en Tejas. El presidente George W. Bush visitó a estos últimos durante el fin de semana y les anunció que "pronto" se les pediría que hicieran "grandes sacrificios" por su país.
La gran incógnita seguía siendo Turquía. El bloqueo del Parlamento turco, por sólo cuatro votos, al uso de su territorio por parte de las fuerzas invasoras sorprendió al Pentágono y a la Casa Blanca, y el "problema de Ankara", en palabras del portavoz presidencial, Ari Fleischer, se mantenía ayer sobre la mesa como la máxima prioridad de la diplomacia de Estados Unidos. Incluso la intensísima actividad en torno al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas quedaba en un segundo plano.
El general Tommy Franks, jefe de las operaciones militares, despachó ayer con Donald Rumsfeld e insistió en la función crucial que debía desempeñar Turquía como plataforma de lanzamiento de las incursiones desde el norte, complementarias al grueso de la invasión, que debería partir desde Kuwait, y como base esencial para impedir conflictos entre kurdos y turcos y para garantizar el control de los grandes yacimientos petrolíferos de Kirkuk, los mayores en territorio iraquí.
La Casa Blanca no cejaba en su empeño de arrancar a Turquía un sí, aunque fuera tardío, manteniendo el incentivo de 26.000 millones de dólares como compensación para el caso de que la decisión cambiara, y blandiendo la amenaza de retirar todas las ayudas económicas si el Gobierno de Ankara no lograra convencer a su Parlamento de la necesidad de acoger a las tropas de la hiperpotencia.
"Seguimos hablando, ninguna puerta está definitivamente cerrada", dijo el portavoz Fleischer. Fuentes oficiales de Washington indicaron que el despliegue de fuerzas en territorio turco sería positivo incluso si se retrasaba hasta después del inicio de la guerra. "No se trata sólo de la invasión, también es necesario asegurar después la estabilidad de Irak y de toda la región", señalaron esas fuentes.
Países musulmanes
Ni Turquía ni el conjunto de los aliados tradicionales, ni una mayoría de gobiernos árabes cedían todavía a las presiones de Estados Unidos. En términos diplomáticos, los preparativos para una guerra que podría comenzar tan pronto como la semana próxima discurrían de forma muy negativa para el presidente George W. Bush.
La fragilidad de sus esfuerzos para convencer a los países musulmanes sobre la bondad de las intenciones estadounidenses quedó reflejada ayer con la dimisión de Charlotte Beers, que tras el 11 de septiembre de 2001 asumió el cargo de subsecretaria de Estado para la "diplomacia pública", un eufemismo de la propaganda proamericana dirigida al mundo islámico. Beers, una famosa ejecutiva publicitaria, alegó motivos de salud para dejar el cargo. Sus campañas de anuncios televisivos habían sido prohibidas en la mayoría de los países árabes, con el argumento de que estaban financiadas por un Gobierno extranjero, y suscitaron rechazo o indiferencia allí donde se emitieron.
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