Los shiíes de Irak, bajo sospecha
La mayor comunidad religiosa iraquí vive bajo la estrecha vigilancia del régimen de Sadam y la desconfianza de EE UU
Los Al Misaiji han venido a la mezquita de la Khadumiya, en Bagdad, para pedir un deseo y pasar el día. Son shiíes de Babilonia y cada viernes visitan un santuario diferente. "Nos dirigimos a Dios para que proteja a Irak y eche a Estados Unidos y a los Gobiernos árabes traidores", cuenta el cabeza de familia, Yasem Mohamed Yamil. Enseguida intervienen los más jóvenes: "Todos somos soldados de Sadam Husein". Y, sin embargo, los shiíes iraquíes, casi dos tercios de la población, tienen una larga historia de desencuentros con su Gobierno. Su respuesta a una eventual invasión de EE UU será clave en el resultado de la operación.
En teoría, la comunidad shií sería la que más tendría que ganar en un Irak democrático, ya que constituiría el mayor grupo de votantes. En la práctica, la sombra de la revolución islámica en el vecino Irán y su asociación mediática con el integrismo religioso dificulta su pleno reconocimiento como actor político por parte de Estados Unidos. Esa percepción frenó el apoyo de Washington a su revuelta tras la guerra del Golfo (1991), sin librarles de la sospecha de quintacolumnistas dentro de su propio país.
"Los clérigos nos dicen que lo que nos sucede es un castigo divino por nuestros pecados"
"No tenemos nada que ver con los intentos de dividir a los musulmanes", asegura Mohamed al Qilidar, actual imam de la mezquita de la Khadumiya. "Como iraquíes pedimos a Dios que nos evite las malas intenciones de Bush hijo, que pretende ocuparnos y matarnos, a la vez que nos preparamos para defender nuestro país, nuestra religión y nuestros lugares sagrados", responde cuando se le pregunta qué piden los fieles al padre de las necesidades, el imam Al Qadem, a quien está dedicada la mezquita. "En Irak, todos los musulmanes estamos unidos bajo el mando de Sadam Husein. El pueblo unido apoya al presidente", concluye.
Tal vez sí, pero dentro de la mezquita hay una discreta oficina de policía a cuya vigilancia no escapa el más mínimo detalle de lo que acontece en el interior. Y cuando el intérprete del Ministerio de Información pregunta cortesmente al imam si la periodista puede entrevistar a algunos fieles en el patio, el hombre responde con cierta sorna: "Usted lo sabrá mejor que yo".
Hay motivos para el recelo. Desde 1991, cuando sus clérigos llamaron a la revuelta, los shiíes son quienes más han combatido a Sadam Husein. El atentado contra Uday Sadam, el hijo mayor del presidente, se atribuye a un grupo opositor shií. El régimen, a su vez, les ha hecho pagar un precio por su rebeldía. Tras la sangrienta represión del levantamiento de 1991, la comunidad shií, concentrada en los suburbios de Bagdad y en la mitad sur del país, ha resultado la más afectada por las sanciones económicas. Uno tras otro, sus líderes religiosos han muerto asesinados a poco que hayan osado desafiar al Gobierno.
Los shiíes de Irak siempre han estado excluidos del poder, en manos de la minoría suní (un 16% de la población, sin contar a los kurdos, que también son mayoritariamente suníes) desde la independencia del país en 1932. El temor del Gobierno central a su peso demográfico se acrecentó desde 1980, a raíz de la guerra contra Irán, donde acaba de triunfar una revolución islámica a manos del islam shií.
El peligro de colaboracionismo nunca se concretó. Los shiíes iraquíes son árabes, en tanto que los shiíes iraníes son persas. Además, ambas comunidades siguen escuelas religiosas diferentes e incluso enfrentadas. La rama mayoritaria entre los shiíes iraquíes (la ajbarí) se opone al activismo político de los religiosos, que es la seña de identidad del shiísmo iraní (usulí). Tampoco EE UU, obsesionado con la pérdida de Irán, ha valorado estas diferencias a la hora de establecer relaciones con la oposición iraquí y ha preferido trabajar con grupos de oposición suníes y kurdos (mucho menos representativos).
"No somos en absoluto integristas, todo lo contrario; si usted se fija en nuestros poetas y nuestros músicos, la mayoría son shiíes", asegura un profesor de esta confesión que reconoce, no obstante, los efectos del proceso de islamización que ha vivido la sociedad iraquí en la última década. En Bagdad, "las mezquitas shiíes se distinguen de las suníes porque el viernes a la hora de la plegaria están llenas", asegura. Pero la religiosidad de los shiíes iraquíes siempre ha sido más visible. No en vano, el sur del país alberga los grandes lugares santos del shiísmo, las tumbas de Alí y su hijo Husein, fundadores de esta rama del islam,
"Antes no había ningún problema de convivencia entre nosotros, nadie te preguntaba si eras shií o suní, musulmán o cristiano", asegura Husein S., un shií educado y urbano. "Poco a poco, están marcando las diferencias", añade preocupado. Este profesional se muestra igual de crítico con las políticas de su Gobierno que con el oportunismo de los clérigos. "Nos dicen que lo que nos sucede es un castigo divino por nuestros pecados. ¡Basura! Lo único que quieren es acaparar poder sobre nosotros en connivencia con el régimen", concluye, lamentando la pérdida del laicismo que ayudó a la cohesión y modernización de su país.
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