La marquesa de Picasso
Arco es una feria activa, marchosa, en donde los jóvenes vienen a pasar el rato del domingo por la tarde y en donde los coleccionistas extranjeros compran contentos, pues después se van de tapas por el Madrid viejo y se divierten en múltiples fiestas oficiales y no oficiales. Como feria está bien organizada (este año cabría mejorar la seguridad y la llegada de los taxis, pues uno literalmente se congela con el cierzo de febrero) y ha sabido hacer lo que Barcelona no ha sabido hacer: invertir mucho esfuerzo y dinero en atraer a un público extranjero y ganarse un prestigio en el exterior, mediante el programa Major Collectors y, generalmente, un buen nivel en sus actividades culturales paralelas. Arco ha conseguido afluencia y prestigio, pero para ser exactos hemos de contar toda la verdad. Arco es una feria excelente para seguir el desarrollo del arte español (con las limitaciones propias de lo que es comercial: una buena parte de lo que se hace de interés en nuestro país no pasa ni pasará nunca por Arco), pero no refleja, como otras ferias, la escena internacional. Y ni siquiera es por su culpa, sino sencillamente por un problema de atraso cultural: nuestros coleccionistas compran casi únicamente arte español y, por tanto, los galeristas extranjeros que vienen a Arco, que son buenos pero entre los cuales faltan nombres indiscutibles, suelen mostrar, y cada vez más, arte español. Para ver lo que verdaderamente se hace fuera, la Feria de Basilea y la de Berlín son mucho mejores. Y, como señalaba Paco Calvo (EL PAÍS, l3 de febrero), Basilea ha arrebatado a Arco una parte del mercado latinoamericano con su flamante nueva edición en Miami.
Si es cierto que existe un retorno a la pintura después de casi un decenio de hegemonía de la fotografía y el vídeo, también es cierto que yo no he visto en Arco apenas ningún ejemplo de la nueva pintura figurativa, lúdica o autorreflexiva, que descubrió una muestra como Querido pintor, que tuvo lugar el pasado junio en el Centro Pompidou (con artistas como Bruno Perramant, John Currin o Kurt Kauper). En el terreno de la abstracción sí hemos descubierto a Reto Boller, alemán, cuyas nuevas formas están hechas con silicona, lacas y esmaltes sintéticos. En cuanto a Miquel Barceló, alguno de sus enormes paisajes matéricos están realmente muy cerca de Joaquín Mir: por esto, y por su apabullante destreza manual, siempre tendrá un público rendido y un mercado asegurado.
Las revelaciones de este año a nivel español son Daniel Verbis (en Max Estrella y Rafael Ortiz), que propone una nueva forma de abstracción sobre soportes inusuales como el plástico; la joven vasca Naia del Castillo, que ha conseguido ser reproducida en Le Monde por la sutileza de su trabajo sobre la seducción (en Galeria dels Angels); Ester Partegas, con sus curiosas reproducciones de los ingredientes de un producto (en Helga de Alvear); Alicia Framis (mucho mejor en la galería Helga de Alvear que en la propia feria, llena de humor en sus muebles y habitáculos para relaciones ocasionales o de una sola noche), y el fotógrafo catalán Xavier Ribas, con sus escenas suburbanas (en Chantal Grande y Galería Antonio de Barnola). Otras piezas excelentes eran las de Natividad Bermejo (en Egam), Bene Bergado (en Espacio Mínimo), Angel Bofarull (en Masha Prieto), Jaime Pitarch (en Galeria dels Angels), Alberto Peral (en Tomás March y DV), Rogelio López Cuenca (en Juana de Aizpuru), la nueva pintura del siempre excelente Chancho (en Senda) y las ya históricas de Eulàlia Valldosera (en Visor).
A nivel internacional, me han interesado las fotografías de Ryuji Miyamoto con edificios desplomándose; las tres ciudades del sur de China vistas por adolescentes, obra del artista Weng Fen, y las curiosas escenas teatrales de Liu Zheng. También el vídeo de la norteamericana Kiki Seror (en I-20), y el arte cubano clásico en la galería La Acacia, de La Habana.
En cuanto a las vanguardias clásicas, la galería l900-2000 resultaba como siempre espectacular en su selección de dadá y surrealismo, con obras de Georges Hugnet, Yves Tanguy, Pierre Molinier Man Ray, Duchamp, así como bellísimas fotografías de Germaine Krull. Ya otros han señalado el aumento de nivel de las obras del siglo XX en esta edición de Arco; yo sólo añadiré que el Estado debería comprar una obra maestra de Picasso, que ya se dejó perder en la subasta "Los Picassos de Dora Maar" de l998 (y eso que yo se lo señalé entonces a Miguel Ángel Cortés): la pequeña tela titulada Retrato de la marquesa de culo cristiano echándoles un duro a los soldados moros defensores de la virgen, de l937: se trata de una sátira genialmente cruel de una marquesa franquista, tan esperpéntica como los personajes del grabado Sueño y mentira de Franco. Jan Krugier, quien con Berggruen y el Estado francés compró lo mejor de aquella subasta, ahora la vende a, si no me equivoco, unos 3,6 millones de euros. Quizás sea demasiado fuerte, ideológicamente hablando, para el Gobierno del PP. Y, sin embargo, después del Guernica y de Sueño y mentira..., constituye sin lugar a dudas el icono picassiano más importante de la Guerra Civil española. Queda dicho.
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