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EL CONFLICTO DE IRAK

Bush aplaza la declaración de guerra

Dificultades diplomáticas y militares condicionan al presidente de EE UU en una semana decisiva

Enric González

Ha llegado el momento crítico. Las circunstancias, sin embargo, no son las que George W. Bush esperaba. El solemne discurso del martes no podrá ser una declaración de guerra contra Irak, como había previsto, sino el anuncio de una "última fase diplomática" a la que el presidente de Estados Unidos se enfrenta en relativa soledad. Sus aliados son pocos y tibios. Su opinión pública titubea. El inicio de la invasión puede fecharse hacia principios de marzo y Bush deberá tomar en ese plazo las decisiones más graves y arriesgadas de su presidencia. La paz parece imposible. Quedan dos grandes incógnitas: cómo será la segunda guerra del Golfo y cómo será después el mundo. Esta semana, que comenzará con el informe de los inspectores y se cerrará con una reunión entre Bush y el británico Tony Blair, empezarán a concretarse las respuestas.

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George W. Bush ha esperado hasta el último momento para confeccionar su discurso sobre el estado de la Nación, el mensaje con que el presidente de Estados Unidos marca cada año el rumbo de un país cuyo inmenso poder alcanza a todos los rincones del planeta. Quería saber cuál sería el informe de los inspectores de la ONU ante el Consejo de Seguridad y cuál sería el ánimo de la comunidad internacional. Ahora ya lo sabe: el informe carecerá de pruebas concluyentes y será recibido con prudencia por países como Francia, Rusia y China, sin cuya aprobación o asentimiento tácito es casi impensable una operación militar.

Dar un paso atrás

Bush deberá, por tanto, dar un paso atrás y hacer un nuevo esfuerzo para convencer al mundo y a los estadounidenses de que invadir Irak es imprescindible. Dirá que Sadam Husein dispone de "30.000 misiles" y de "miles de toxinas peligrosas que pueden matar a millones" de personas. Pero seguirá sin desvelar, en principio, ninguna de las pruebas que dice poseer. Su mensaje a las dos Cámaras del Congreso le ofrecerá, según Dan Bartlett, director de comunicaciones de la Casa Blanca, "la oportunidad de hablar directamente al público sobre las perspectivas de guerra y sobre las razones por las que el mundo se unió para exigir el desarme de ese régimen". No será, sin embargo, el discurso final. Bush calificará el crucial mes de febrero como "la última fase de la diplomacia". "No habrá declaración de guerra", dijo Bartlett.

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Los esfuerzos políticos y diplomáticos emprendidos en el mes de septiembre pasado por Bush y su secretario de Estado, Colin Powell, han sido hasta cierto punto un fracaso. La comparecencia del presidente de Estados Unidos ante la Asamblea General de la ONU, cuando se cumplía el primer aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001, obtuvo ecos positivos: Bush se comprometió a buscar el consenso internacional y a respetar los mecanismos de la ONU, aunque fuera en un tono amenazante.

Cuatro meses después, los sondeos indican que el apoyo a la guerra contra Irak ha bajado, como promedio, 10 puntos en Estados Unidos, y menos de un 30% de la ciudadanía comparte las prisas de su presidente. De las cinco potencias con derecho a veto en el Consejo de Seguridad, tres (Francia, Rusia y China) han incrementado sus reticencias. El Gobierno de Washington y su aliado de Londres, Tony Blair, no han reunido siquiera los nueve votos necesarios para contar con mayoría en el Consejo.

Uno de los grandes fallos de Bush ha radicado en su lenguaje, una retórica de telepredicador escasa de matices y abundante en sentencias religiosas y morales. La inquietud por el tono presidencial se extiende incluso entre los parlamentarios republicanos. El senador Chuck Hagel, una de las voces republicanas más respetadas en asuntos militares, lamentó el viernes la "creciente brecha entre Estados Unidos y el resto del mundo" y la atribuyó, en parte, a la agresividad y la arrogancia de George W. Bush. "En este momento decisivo de la historia americana, Estados Unidos necesita más humildad y menos insolencia en el uso de su poder militar, y debe reconocer que la consecución de sus objetivos requiere alianzas y consenso", dijo Hagel. Entre los demócratas, las críticas son generalizadas.

Lo que se verá a partir de mañana es si Bush cuenta con la flexibilidad suficiente para reconstruir un consenso internacional cada vez más agrietado. Sus reacciones, por el momento, son las habituales. El viernes se puso furioso cuando Mohamed El Baradei, director de la Agencia Internacional de Energía Atómica y jefe de los inspectores especializados en el desarme nuclear iraquí, adelantó que calificaría de "satisfactoria" la cooperación de Sadam Husein en su informe ante el Consejo de Seguridad. La Casa Blanca intentó incluso que El Baradei se retractara. Hans Blix, que se ocupa del desarme químico y biológico, será más duro con Irak, pero aconsejará que prosigan las inspecciones.

La reunión de Bush y Blair, prevista para el próximo viernes, no se centrará en los detalles militares de la invasión, sino en rediseñar su envoltura diplomática. Puede darse por seguro que accederán a que los inspectores sigan operando en Irak, al menos durante el mes de febrero, por dos razones: el despliegue militar ha acumulado un cierto retraso y no estará completo hasta principios de marzo (esta semana, cinco divisiones aún estacionadas en Alemania realizarán un simulacro informático de la invasión y emprenderán después un viaje hacia el golfo Pérsico que durará entre dos y tres semanas).

Por otro lado, la extensión de las inspecciones será ofrecida a los aliados más escépticos, especialmente a Francia, como prueba de que Bush y Blair están dispuestos a agotar todas las opciones.

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