Un automóvil en la pirámide
Suponer que todas nuestras costumbres vienen de los aztecas es tan extravagante como pensar que las tiendas de autopartes robadas son templos a Xipe-Totec, dios de la renovación. Sin embargo, abundan los vínculos con el pasado indígena. La estación Panteones del metro está decorada con muestras de arte funerario, y una cédula recuerda: "La tierra es nuestra matriz y tumba". En las cosmogonías prehispánicas el subsuelo es el sitio del origen y la última morada. También es el principal horizonte de la ciudad de México. Todos los días, cinco millones de pasajeros se sirven del metro. Ahí, el sistema de señales se ordena como un códice, frisos precolombinos decoran los muros, una pirámide preside una estación. Basta un viaje en metro para saber que algo tenemos de las huestes de Huitzilopochtli. En la superficie, la comida incendiaria, la barroca cortesía, la obsesión por la higiene corporal y el sentido comunitario (la soledad empieza con menos de diez personas) confirman que los aztecas no cultivaron el valle en vano. De acuerdo con Hugh Thomas, "los aztecas tenían una religión brutal que parece haber exigido cada vez más sacrificios humanos; como buenos imperialistas, ejercían el control sobre muchos pueblos conquistados, pero tenían muy buenos modales". Quizá esto explique nuestro educadísimo carácter raro y nuestra mala relación con los vecinos. Pero también la influencia española tiene su parte en el asunto. Al respecto, comenta Alfredo López Austin: "El intento de evangelización fue vigoroso, incluso brutal; pero incompleto. Los conquistadores combatieron la religión indígena destruyendo el culto público, las imágenes de los dioses, persiguiendo a los sacerdotes, derrocando las pirámides; pero quedó la parte más importante de la religión: la que crea el hombre en su vida cotidiana". Mosaico multicultural, el DF propone varias formas de ser atravesado. En agosto de 1999, un policía borracho recorrió en su auto el Zócalo y aceleró hasta aterrizar en las ruinas del Templo Mayor. Fue la primera ofrenda de los aztecas posmodernos, símbolo azaroso de una ciudad sin lugares de estacionamiento y de nuestra atropelladora forma de mezclar culturas. Capital del sincretismo, México entierra y desentierra a diario sus copiosas tradiciones.
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