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Columna
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¿Irak sí, Corea no?

Andrés Ortega

Aunque no controle petróleo, el régimen de Kim Jong Il en Corea del Norte es más peligroso para algunos de sus vecinos y el resto del mundo que el de Sadam Husein en Irak. Éste podría, si se le deja libre, disponer de armas nucleares en un plazo de seis meses a dos años. Pyongyang, según la CIA, ya tiene dos bombas atómicas, podría fabricar otras seis más para el verano y, según otras estimaciones, tras haber vuelto a activar sus programas de enriquecimiento de uranio, disponer de una treintena para 2008, por no hablar de armamento biológico. Y sin embargo, Bush piensa en, o amenaza con, una guerra contra Irak; pero no contra Corea del Norte.

Bush tiene dos raseros para los dos países, que, junto con Irán, incluyó en enero pasado en su eje del mal: la contención diplomática contra Pyongyang y la persuasión militar contra Bagdad, que está por ver si no llevará inexorablemente a la guerra. En la visión de Bush, son dos casos muy distintos. Hay varias razones. La oficial, principal y no carente de juicio es que Washington piensa que puede evitar -"pacíficamente por la vía diplomática", en palabras del propio Bush, respondido por Pyongyang pidiendo "diálogo"- que Corea del Norte se lance a una carrera nuclear. Quizás espera que Kim Jong-il caiga antes; y quizás también que lo haga Sadam. Pero hay otros condicionantes. Dada la concentración de fuerzas y poblaciones, una nueva guerra de Corea -que difícilmente podría librar EE UU a la vez que otra en Irak- produciría numerosas víctimas en el Sur, donde, además, hay un creciente sentimiento antiamericano que se ha expresado en la elección como presidente de Roh Moo-hyun, con un discurso nacionalista crítico hacia EE UU, país que muchos surcoreanos ven como un freno a la reconciliación con el Norte. Por otra parte, hay vecinos poderosos, como China, valedor del Reino Guardado y que teme una nueva guerra en esa zona, y Rusia, quizás el único miembro del G-8 que preserva buenas relaciones tanto con Seúl como con el Norte.

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La prioridad del régimen norcoreano, como de toda dictadura, es sobrevivir, aunque sea matando de hambre a sus habitantes. Y a ese fin pueden responder sus movimientos. Busca un pacto de no agresión con EE UU, que Washington no quiere. Fue Pyongyang quien hizo saber que tenía un programa nuclear secreto. Cuando EE UU cortó el petróleo que le suministraba a cambio de no entrar en la carrera nuclear, Corea del Norte anunció que reactivaba una planta capaz de producir uranio enriquecido, cortaba la vigilancia electrónica, expulsaba a los inspectores internacionales y desplegaba armas en la zona desmilitarizada. Son una serie de pasos premeditados, para escenificar esta crisis en 2003, cincuentenario del armisticio que puso fin no oficial a la guerra de Corea, y cuando expira la moratoria unilateral de Pyongyang sobre pruebas de misiles de largo alcance. Tiene mucho de locura, pero en parte es un intento de buscar la negociación y romper el creciente aislamiento del régimen en los últimos años. Si lo consigue, el chantaje nuclear habrá dado sus frutos.

Bush muestra cautela con Corea del Norte, pero se lanza contra Sadam Husein, que, dice, "no ha entendido el mensaje". Sabe, además, que hay prisas. Hay regímenes árabes que si ha de haber guerra contra Irak quieren que sea cuanto antes y rápida. La crisis con Corea del Norte puede tener el efecto perverso de acelerar esta nueva guerra del Golfo. Pero cuando proclama que la diplomacia y la presión son los mejores instrumentos para que Pyongyang cambie su curso, Bush está socavando sus argumentos para la acción bélica contra Sadam Husein. Y, de paso, en su intento de evitar la proliferación nuclear, manda un mensaje equívoco: pues quien pueda conseguir estas armas antes de que EE UU lo detecte o pueda hacer algo al respecto se habrá dotado de un muro de protección, como hace tiempo lo entendieron Israel y Pakistán. Con todo esto, la lucha contra los terrorismos pierde fuerza. Para Bush, el mundo es un lugar más seguro que hace un año. ¿De dónde saca semejante conclusión?

aortega@elpais.es

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