Por qué hay que ir al chapapote
Me he emocionado leyendo el artículo de la profesora Herráez Ortega, publicado en este periódico bajo el título Todos somos pocos (17 de diciembre de 2002). Cogí el teléfono bajo ese impulso que a veces tenemos los seres humanos, y la llamé desde Madrid, sin saber quién era, para decirle eso: gracias por transmitir emoción.
Pocas horas antes de esa lectura, una amiga que va a ir como voluntaria a Galicia me dijo: "Iré, pero estoy dudando, porque aquello es muy tóxico, según me han dicho, y además no sirve para nada, porque, cuando quitas un trozo de porquería, al día siguiente hay más". "Quizás tengas razón", le dije, "pero ni vas a enfermar por estar contaminada unas pocas horas, ni lo de ir no sirve para nada. Sirve para ayudar a un pueblo, del cual el Estado ha pasado de ellos (estaba mirando hacia otro lado, entre sucesiones palaciegas de salón, cacerías y fin de semana en Doñana). Sirve para que vean que no están solos".
He oído también otros comentarios sobre por qué es innecesario ir a quitar el chapapote (palabra desconocida, supongo, para la inmensa mayoría de los españoles hasta hace un mes). Dicen algunos bien intencionados que, si los voluntarios van, quitarán el pan a los parados que "generosamente" el Gobierno se ha dado prisa en utilizar para eliminar los residuos de las costas. La respuesta es fácil: lo peor está por llegar, todo el fuel saldrá de la barriga rota del Prestige; el problema no es una cuestión de meses, sino de años; de muchos años. Se necesitarán muchas manos y mucho tiempo para que todo vuelva a ser como antes.
No son palabras pesimistas. Creo que son reales, porque de nada sirve mentir ante una crisis (una grave crisis) que, según palabras del presidente del Gobierno, es el desastre ecológico más importante en nuestro país. Por eso, sólo tardó un mes en ir a ver el problema y estar con los damnificados.
Hay que ir, porque, cuando nos olvidemos del problema en el resto de España dentro de varios meses, el problema seguirá por mucho tiempo en Galicia y la cornisa cantábrica. Hay que ir, porque, cuando los voluntarios sean convertidos en héroes nacionales por los medios de comunicación y algún político listillo, los héroes anónimos se quedarán con las manos manchadas, sin poder faenar y sufriendo los rigores de ir al paro y "todos los lunes al sol", y los martes, y los miércoles, e incluso los domingos. Y además, no encontrarán el barco de la película, porque está en la faena de la limpieza del fuel.
Alguien dijo que tiempos difíciles éstos porque hay que argumentar lo evidente. Así es. Si lo evidente no es suficiente para justificar el sentido de que miles de voluntarios van a limpiar el chapapote, en un movimiento natural y espontáneo difícil de encontrar en los últimos veinticinco años desde la ilusión del inicio de la transición, un último argumento contra los agoreros: hay que ir, porque, en tiempos de Navidad, en donde todos compramos en demasía, hay que darse un regalo. Un regalo no consumista, pagando incluso (es lo de menos). Un regalo a uno mismo; a lo mejor de la solidaridad del ser humano. Por todas estas cosas, y muchas otras más, hay que ir "más pronto que tarde" a quitar el chapapote.
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