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Gobierno y oposición ante la marea negra

Los ciudadanos españoles contemplan, entre el asombro y la incomprensión, la actitud del Gobierno de Aznar frente al drama del Prestige. Ya no hay duda de que a los ministros les pilló mirando a otro lado y que tardaron en percatarse de la gravedad del asunto; a los ministros y a la Xunta de Galicia, con su presidente a la cabeza. Empezaron a darse cuenta cabal de lo sucedido cuando el pueblo gallego se concentró en Santiago para proclamar "Nunca mais" y exigir dimisiones y cuando comenzaron a llegar de toda España miles de voluntarios dispuestos a combatir la invasión del chapapote hasta con sus manos. Fue una reacción popular espontánea, nacida de una sensibilidad ante el peligro que no demostraron las autoridades. Esta reacción popular provocó en Gobierno y Xunta un malestar indisimulado, que en definitiva fue descargado contra la oposición, a la que Aznar ha acusado de deslealtad, insolidaridad y otras lindezas.

¿Hacia dónde miraban el presidente Aznar y su Gobierno cuando sobrevino el accidente del Prestige?

Preocupado por su propio futuro personal y por los nubarrones que en el último tiempo se ciernen sobre el futuro electoral de su partido, Aznar había hecho una opción a favor del éxito de la política imperial del presidente Bush intuyendo que el triunfo de esta política significaría el fortalecimiento de la derecha en nuestro continente. Confiaba en que las ventajas de la globalización le ayudarían a superar las contrariedades de los problemas internos, tanto sociales como políticos. Y se preocupaba, en consecuencia, de la gran política mundial, con Blair y Berlusconi intrigando para que la UE se rinda ante las presiones norteamericanas y acelere la inclusión de Turquía; para que Europa y la OTAN acepten la invasión "preventiva" de Irak y participen en ella; para que la guerra mundial contra el terrorismo se convierta también en el máximo objetivo político de los Gobiernos europeos. Y de paso, si se crea el cargo de presidente de la UE ¿quién más indicado para ocuparlo que él, saltando de una presidencia a otra?

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Todo ello requería una gran actividad internacional: viajes, encuentros y conferencias telefónicas de alto nivel. Y cuando ya no había medio de ignorar la marea negra del Prestige siguió ocupándose de los aspectos internacionales del problema, combinando sus preocupaciones principales con las que le planteaba el inoportuno accidente, pero sin viajar a Galicia y cargando al sufrido y leal señor Rajoy la desagradable misión de hacer frente al desastre.

Hay un hecho indicativo de la atención que Aznar ha conseguido imprimir a su Gobierno por los grandes problemas mundiales. Los ciudadanos gallegos son testigos de la lentitud y hasta el retraso en impartir órdenes para que el Ejército se movilizara contra la marea negra. Al ministro correspondiente se le ha visto y oído poco en este asunto. Sin embargo, días atrás, dedicó casi una mañana a explicar, con lujo de detalles, en inglés y castellano, a los periodistas españoles y extranjeros, el abordaje por barcos nacionales de un carguero norcoreano que transportaba armas supuestamente destinadas a Al Qaeda. La operación fue presentada por el señor Trillo como un prodigio de perfección técnica y de coraje. Al hacer esto valoraba altamente el papel de España en la guerra mundial contra el terrorismo y la puntualidad y eficacia con que se cumplían las órdenes del Pentágono.

Subrayando la ligereza de esta comparecencia, mientras el ministro hacía estas declaraciones, el Gobierno de EE UU le corregía la plana devolviendo al Gobierno de Yemen, para quien en realidad estaban destinadas las armas norcoreanas, el cargamento del buque interceptado por fragatas españolas. Sin las declaraciones pomposas del ministro y el alarde informativo sobre un suceso que supongo frecuente y ordinario en la llamada Operación Libertad Duradera, ni nos hubiéramos enterado del error de la Armada, al cometer una ilegalidad, cumpliendo órdenes del mando estadounidense de esta operación. Pero había que hacerlas a fin de atraer el interés de la opinión pública sobre esos temas y exaltar el orgullo patrio -distrayéndonos de lo que sucede en las costas gallegas y cántabras-. Así se incurrió en este error garrafal, que ahora en vez de gloria nos reporta ridículo.

En esta crisis se ha tomado la costumbre de intentar corregir un error con otro, asumiendo la filosofía del doctor Pangloss, hasta que la evidencia de la marea negra -o las sucesivas mareas negras- se ha impuesto. Así se intentó echar la culpa... al Gobierno de Felipe González, que ya sufrió en su tiempo el castigo del cuerpo electoral. Menos mal que este Gobierno no es propicio a culpar a la dictadura de Franco, que si no hubiéramos visto cómo se nos remontaba aún más lejos en el pasado. Ya que apelar a responsabilidades antiguas no viene al caso, ahora se le quiere hacer cargar éstas a los técnicos. El señor Rajoy dice que el Gobierno hizo lo que le aconsejaron los técnicos, pero algunos de éstos ya lo han negado, y el vicepresidente ha tenido que desdecirse una vez más.

En realidad, Aznar ha encontrado el responsable adecuado para el largo periodo electoral, abierto por la sucesión, con el intermedio de las municipales y autonómicas: la oposición. Contando con que el paso del tiempo y la oportuna labor de los poderosos medios de comunicación oficiales y privados que controla el PP pueden llevar a olvidar los detalles de lo ocurrido, acusar a la oposición de deslealtad, demagogia o insolidaridad es un buen comienzo para ir engrosando la bola que sumergirá a sus adversarios políticos. En el Congreso se le ha escapado una frase dirigida al señor Zapatero, que revela su intención: "Su señoría portará esa mancha para siempre".

Pero tal mancha sólo existe en la intención del presidente. ¿Acaso es desleal criticar los errores de un Gobierno en asunto tan grave cuando además al hacerlo la oposición no ha hecho otra cosa que secundar la actitud espontánea de los ciudadanos que exigen dimisiones y gritan "Nunca más"?

¿Acaso es demagogia criticar la frivolidad del presidente de la Xunta, yéndose a cazar a Aranjuez, aunque sólo fuese durante cuatro horas -como ha terminado reconociendo a duras penas-, cuando debía estar con su pueblo?

¿Acaso es deslealtad desvelar que el ministro de Fomento se fue a cazar a Lleida en un momento en que podían depender de él decisiones fundamentales -y el control de su aplicación- para paliar la catástrofe?

¿Acaso es deslealtad acusar a los ministros -quizá con la excepción de Rajoy- de haber seguido su tran-tran de vida y de ocio, cuando todos los gallegos miraban al mar oteando el chapapote y España entera estaba pendiente de Galicia?

Desde que tiene mayoría absoluta, el señor Aznar ha ignorado a la oposición y ha gobernado sin contar con ella ni hacer gran caso de su control. Negó la huelga general del 20 de junio, y mientras el chapapote no inundó las costas ha negado la marea negra. Verdad es que el reglamento del Congreso está hecho para reducir al máximo las posibilidades de control parlamentario.

La reunión de la Comisión en que informó Rajoy nos lo ha mostrado gráficamente. El vicepresidente pudo leer durante dos horas el informe que le prepararon sus colaboradores. En cambio, los portavoces de la oposición sólo disponían de diez minutos para dar sus críticas o iniciativas. El vicepresidente disponía de cuanto tiempo quisiera para contestarles, pero al portavoz que quiso hacer una réplica sólo se le concedieron tres minutos. El reglamento del Congreso privilegia al Gobierno y enmudece a la oposición. Los grandes partidos con opción de gobernar nunca se han planteado seriamente corregir esos reglamentos que convierten a veces el control parlamentario en una formalidad, pensando quizá que cuando ellos entren en el Gobierno les va a favorecer. Pero ya sería hora de hacer cambios y de dar a los debates parlamentarios más viveza y diversidad.

Y sin embargo, sin perjuicio del papel de cada uno -Gobierno y oposición- en el drama provocado por el Prestige, habría que hacer no un gran pacto, pero sí ponerse a la altura de la ciudadanía, que ha reaccionado con magnífica sensibilidad a la tragedia, cooperando seriamente. El señor Aznar ha demostrado ser un obstáculo a ello. Y de esta forma perjudica a España.También perjudica al Partido Popular; seguro que muchos de sus afiliados lo piensan así, incluidos no pocos candidatos a las municipales y a las autonómicas que ven peligrar su elección. Le hago una sugerencia: él ha anunciado su propósito de no presentarse a la reelección, y la indecisión en que se encuentra la sucesión está creando serios problemas a su partido. ¿Por qué no aprovecha esta situación, asumiendo personalmente una responsabilidad que, al fin y al cabo, es principalmente suya, dimitiendo de la jefatura del Gobierno y anticipando la sucesión? Así tranquilizaría a su partido, le devolvería la moral quebrantada y, ¡quién sabe!, hasta podría no perder las municipales y autonómicas.

Santiago Carrillo es ex secretario general del PCE y comentarista político.

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