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COYUNTURA AGRARIA
Columna
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Mercosur: la utopía de la integración

Joaquín Estefanía

Hace 15 años, los presidentes de Argentina y Brasil, Raúl Alfonsín y José Sarney, ponían las bases de lo que cinco años después sería el Mercado Común del Sur (Mercosur). Cuatro países de América Latina, los dos citados más Uruguay y Paraguay, iniciaban un experimento más de integración latinoamericana. El más importante: 200 millones de ciudadanos implicados, que significaban más del 40% de la población del subcontinente y el 54% del producto interior bruto (PIB) regional.

Mercosur ha caminado desde entonces con muchos picos de sierra. En el último lustro su proyección se había detenido a raíz de la crisis argentina, uno de sus socios más poderosos, y su efecto contagio en la zona. El comercio interregional se ha reducido: a partir de 2000 han aparecido nuevos aranceles que complican el comercio entre ellos. La utopía de una dilución de fronteras, tan necesaria dentro de la globalización -que se caracteriza por la mundialización de los mercados, pero también por la aparición de poderosos conglomerados regionales, así como por el fortalecimiento de lo local-, retrocedía en América Latina.

Hubo quien se aprovechó de ello. Un año antes de la firma del Tratado de Asunción en Montevideo, que oficializaba la existencia de Mercosur, George Bush padre, como presidente de EE UU, anunciaba la llamada Iniciativa para las Américas. Se trataba de iniciar una tendencia a la liberalización comercial de la zona al precio de paliar la deuda externa de América Latina, liderada por EE UU. Bill Clinton presidía en Miami, en 1994, la creación del Área del libre Comercio de las Américas (ALCA), a la que pertenecerían 34 países de la zona (todos menos Cuba), liderados por EE UU: el mayor mercado del mundo, con 850 millones de consumidores potenciales.

Por todo ello no deja de ser significativo que la primera visita que haya hecho Lula, poco antes de ser investido presidente y días antes de que se celebrase la cumbre de Mercosur en Brasilia (a la que Lula todavía no podía asistir como mandatario), haya sido a Argentina y que el eje de sus discursos haya sido la potenciación de Mercosur no sólo como una unión aduanera, sino también como un espacio de convergencia de las políticas económicas e incluso como un incipiente glacis con una política exterior común. Profundizar en Mercosur para evitar la debilidad de los países del área, acostumbrados a que cuando emerge una crisis financiera, aunque sea en lugares muy alejados de su epicentro (por ejemplo, la del sureste asiático del verano de 1997), arrase la economía de la región una y otra vez. No se puede evitar la analogía entre lo que pretende Lula (Mercosur tiene asociados a otros dos países, Chile y Bolivia; Chile ha sido la segunda etapa del viaje de Lula, que la semana que viene irá a EE UU) y lo que ha construido Europa: la Unión Europea es el espejo de esa integración latinoamericana, que, según el presidente electo brasileño, deberá tener un Parlamento regional y una moneda común única que evite la creciente dolarización en los países en cuestión.

La prioridad otorgada por Lula a que el gigante brasileño ostente un papel determinante fuera de sus fronteras tiene mayor significación por cuanto en los próximos días ha de concretar su política interior: la composición de su Gobierno y el nombre del gobernador del banco central y la política económica que aplicará para sacar al país del marasmo. La neutralidad e incluso la simpatía que ha generado su victoria electoral se ha visto quebrada en los últimos días, una vez más, por un gran banco de negocios internacional. Si en la campaña electoral fue Goldman Sachs el que se inventó el lulómetro con el que se medían día a día las posibilidades de vencer de la izquierda y su implicación política en la devaluación del real respecto al dólar, ahora ha sido J. P. Morgan el que acaba de rebajar la valoración de la deuda brasileña (que paga 15 puntos de más de prima de riesgo por encima de la deuda estadounidense) por "debajo del promedio del mercado". El equipo de transición de Lula ha calificado esa decisión de "irresponsable".

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