Una garantía para la seguridad alimentaria mundial
Los autores afirman que la puesta en marcha del Tratado Internacional sobre Recursos Fitogenéticos potenciará mejores variedades agrícolas y protegerá las existentes.
El seis de junio pasado se celebró en Roma en la sede de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) una ceremonia de firma y de adhesión de la Comunidad Europea y de sus 15 Estados Miembros al Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para Alimentación y la Agricultura. La solemnidad de esta firma pretende subrayar la importancia que para la agricultura y la alimentación, la actual y la del futuro, tienen los recursos fitogenéticos. La presencia, en la discusión final que sobre este Tratado tuvo lugar hace un año en la Cumbre de la Alimentación, en la sede de la FAO en Roma, de más de 400 Organizaciones No Gubernamentales, ayudará sin duda a darnos una idea de la importancia que los especialistas conceden a todo lo relacionado con los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura (RFAA).
El Tratado reconoce los derechos de propiedad intelectual sobre las variedades tradicionales
Los recursos fitogenéticos sirven para desarrollar las nuevas variedades que el mundo necesita
Los países ricos en biodiversidad son aquellos más pobres en recursos económicos
¿Qué son los RFAA? Contestando de forma rápida diríamos que son los contenedores de la materia prima para crear, en programas de mejora, nuevas variedades de plantas que satisfagan de la mejor manera posible las necesidades humanas. La materia prima a que nos referimos son los genes. La biotecnología hace posible que los genes útiles en agricultura sean no sólo los que se encuentran en las plantas sino también los de todos los organismos vivos.
Como consecuencia de la domesticación de especies silvestres, lo que motivó, hace diez mil años, la aparición de la agricultura, se han llegado a cultivar entre 8.000 y 10.000 especies. Las variedades tradicionales de estas especies cultivadas tienen un interés especial como base para crear variedades modernas, ya que en ellas se ha producido una acumulación de genes con interés agrícola. A las primeras variedades de las especies cultivadas se les ha denominado 'variedades locales', y son los RFAA posiblemente más importantes. Conseguidas por los agricultores de forma intuitiva y empírica, y utilizadas por ellos generación tras generación, han permitido el desarrollo de la humanidad cuando la agricultura no disponía de productos fitosanitarios (herbicidas, insecticidas, fungicidas), ni de técnicas agronómicas adecuadas (sin maquinaria y sin fertilización mineral). Con la revolución verde fueron sustituidas por las variedades comerciales, más productivas, y en muchos casos estas variedades locales se perdieron principalmente tras la II Guerra Mundial, si bien el proceso de erosión había comenzado con la difusión de la agricultura moderna desde finales del siglo XVIII; la facilidad del transporte en la segunda mitad del siglo XX aceleró el proceso.
Genes de interés agrícola también se encuentran en las especies no cultivadas, como pueden ser las especies silvestres emparentadas con ellas y también en las consideradas como malas hierbas. Es evidente que se necesita conservar todo aquello que contenga genes favorables para el futuro.
El mundo necesita nuevas variedades que aumenten las producciones y para ello los recursos fitogenéticos son imprescindibles. La población mundial aumentará un 60% en los próximos treinta años y al menos en esa proporción deberán aumentar las producciones agrícolas y en mucha mayor proporción en aquellas zonas que son deficitarias en la actualidad, en las que el hambre es endémico.
Por otra parte, la superficie de las zonas desérticas terrestres aumenta en seis millones de hectáreas anualmente y quince millones de hectáreas se deforestan, con lo cual estamos perdiendo superficie cultivable y diversidad biológica.
Nuestra biodiversidad se está destruyendo y además, esta destrucción afecta especialmente a los países ricos en biodiversidad que son generalmente aquellos más pobres en recursos económicos. Un estudio del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos señala que apenas quedan variedades de las utilizadas en la agricultura americana durante el siglo XIX, ni en el campo ni en los bancos de germoplasma: De las 7.000 variedades de manzano utilizadas en USA entre 1804 y 1904 se han perdido el 86%. También ha ocurrido lo mismo con el 95% de las coles, el 91% de las de maíz, el 95% de los guisantes y el 91% de las variedades de tomate. Convendría decir que un banco de germoplasma, es aquel lugar en que se conservan los RFAA, generalmente se trata de cámaras frigoríficas con control de humedad y con temperatura de alrededor de -20ºC. En esas condiciones las semillas ortodoxas, de las que forman parte la mayoría de los cultivos que nos son familiares, se pueden conservar teóricamente de forma indefinida, con pequeñas pérdidas de su poder germinativo.
La biodiversidad es también necesaria para poder defenderse con éxito de los peligros que representan las plagas y las enfermedades para nuestros cultivos, baste recordar dos ejemplos: Uno de ellos trágico, el producido en Irlanda entre 1845 y 1849 por Phytophtora infestans, enfermedad que destruyó en su totalidad la cosecha de patata, base de la alimentación de las clases trabajadoras en ese momento y que produjo entre un millón y dos millones de muertos y una cifra similar de emigrantes. El otro ejemplo, ocurrió en la década de 1870 en que un hongo fitopatógeno destruyó los cafetales, base de la industria cafetera inglesa, de Ceilán (Sri Lanka), India, Este de Asia y algunas zonas de África, con el resultado de que los ingleses se transformaron en bebedores de té y abandonaron el café desde entonces.
A pesar de que la agricultura camina hacia una uniformidad genética preocupante, y precisamente por ello, los recursos fitogenéticos cobran un interés estratégico para el futuro de la agricultura y la alimentación, aunque también para la sanidad (el 25% de las medicinas en los países occidentales se basa en plantas, esta dependencia llega a ser del 83% en otros países). La agricultura actual utiliza unos 150 cultivos diferentes, de ellos, doce cubren prácticamente toda la producción, tan sólo cuatro de ellos el 60%. El 90% de las calorías utilizadas en la alimentación mundial proviene de tres cultivos: el arroz, el trigo y el maíz.
Podemos añadir otros ejemplos recientes de los peligros de la uniformidad genética en la agricultura, ya que son muy numerosos y han afectado a muchos países y cultivos; merece recordarse el caso de Cuba, donde en 1979 se produjo la pérdida del 50% de la cosecha de azúcar. Ese mismo año un moho azul destruyó la del tabaco. Como ejemplo del interés estratégico de los recursos fitogenéticos se podría citar el caso de Brasil donde su Banco de Germoplasma está coordinado por sus Ministerios de Defensa y de Agricultura.
La gran importancia que la sociedad está reconociendo en los Recursos Fitogenéticos, queda patente en este Compromiso que nos ocupa, en realidad un Tratado, cuya gestación ha durado veintitrés años, los últimos siete con intensas negociaciones, es vinculante y pretende la conservación y la utilización sostenible de los Recursos Fitogenéticos, además de la distribución justa y equitativa de los beneficios derivados de su utilización. Cada parte contratante, es decir, cada país que firme y ratifique el Tratado se compromete a integrar en sus políticas y programas de desarrollo agrícola, según proceda, las actividades relativas a la conservación y utilización de los Recursos Fitogenéticos para la agricultura y la alimentación (RFAA).
En el Tratado se reconocen los derechos del agricultor en lo que se refiere a los RFAA, es decir se reconoce a los agricultores anónimos de la época precientífica de la agricultura, derechos de propiedad intelectual sobre las variedades tradicionales creadas por ellos. Es de la incumbencia de los gobiernos nacionales la responsabilidad de hacer realidad dichos derechos. Se crea un Sistema Multilateral que obliga a las partes firmantes a dar acceso a los RFAA conservados en el dominio público siempre que estén en una lista de cultivos que constituye el Anejo I del Tratado y que contiene 35 cultivos para la alimentación y 29 forrajeros.
El Tratado, que fue adoptado por la 31ª Conferencia de la FAO el día 3 de noviembre de 2001 vio su texto respaldado por 116 delegaciones nacionales con las abstenciones de EEUU y Japón.
La presencia de España en todos los temas relacionados con los RFAA ha sido constante, especialmente en las negociaciones de los últimos siete años. El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación en los primeros años y últimamente este Ministerio junto con el de Ciencia y Tecnología a través del INIA (Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria) han llevado el peso de todas las actividades, con multitud de reuniones, informes, debates, etc. Por si fueran pocas las referencias que se han hecho a la presencia de España en todo lo relacionado con los RFAA y con el desarrollo de este Tratado, es de justicia mencionar la presencia de un español, José Esquinas Alcázar, veterano agrónomo de la FAO que ha dado toda su carrera profesional a los RFAA y que pone así en el alumbramiento del Tratado un broche de oro a toda una vida dedicada a los Recursos Fitogenéticos.
Se inicia ahora una nueva etapa, fundamental, en la que hay que desarrollar el Tratado, construyendo los aspectos normativos de menor rango que permitan hacer del mismo una herramienta útil.
El Tratado entrará en vigor tres meses después de su ratificación por los primeros cuarenta países. Se constituirá entonces el Órgano Rector, en el que debería de estar España desde el principio, por su larga involucración en los RFAA, por su papel moderador y por el crédito adquirido en su gestión ante muchos países en vías de desarrollo, asumiendo el papel que le corresponde con América Latina.
Esperemos que con la puesta en marcha del Tratado se inicie una nueva era de cooperación entre aquellos países a los que la Naturaleza y la Cultura dotaron de Recursos Fitogenéticos y aquellos otros que disponen de la tecnología y los recursos económicos necesarios para hacer que cada vez dispongamos de mejores variedades de plantas que satisfagan las necesidades presentes y futuras.
Álvaro Ramos Monreal, jefe de investigación agraria de la Junta de Castilla y León; Luis Ayerbe Mateo-Sagasta, director del Centro de Recursos Fitogenéticos, INIA; Luis Salaices Sánchez, Oficina Española de Variedades Vegetales, MAPA; José Ignacio Cubero Salmerón, presidente de la Sociedad Española de Genética; José Miguel Bolívar Salcedo, Subdirección General de Prospectiva y Coordinación de Programas, INIA.
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