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‘Maricón perdido’, no; ‘Mariconerías’, sí: ¿dónde están los límites de la ofensa para una marca?

La decisión de las autoridades europeas sobre el título de la serie de Bob Pop abre el debate sobre las fronteras de la moral

Bob Pop recibe el premio Ondas por la serie Maricón perdido en noviembre de 2021.
Bob Pop recibe el premio Ondas por la serie Maricón perdido en noviembre de 2021.Cesc Maymo (WireImage)

Maricón perdido no puede ser una marca en la Unión Europea para productos audiovisuales. La Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO, por sus siglas en inglés) así lo ha concluido en una reciente resolución. La razón es que, a ojos de los juristas europeos, “maricón perdido” es un término inmoral. El organismo, con sede en Alicante y que resuelve los conflictos internacionales de marcas, ha puesto así punto final a una batalla administrativa que ha durado cuatro años con una filial de Warner. Maricón Perdido (2021) es una serie de TNT distribuida por Warner a nivel internacional y que, precisamente, relata episodios de acoso y homofobia vividos por el escritor y activista Bob Pop.

La resolución abre la puerta a un interesante debate legal: ¿cómo valorar que una marca cumple con ciertos requisitos morales? El encuadre legal en este terreno es difuso. Tanto la ley nacional como la comunitaria prohíben el registro de marcas que contengan expresiones que puedan resultar obscenas. En concreto, el artículo 7 del reglamento europeo de marcas impide el registro de palabras o expresiones que vayan en contra de las “las buenas costumbres”.

Pero, ¿qué queda fuera y qué queda dentro de este borroso círculo? Es la gran duda. La indefinición jurídica del concepto alimenta un caldo de cultivo perfecto para las peleas con la Administración. En concreto, con las oficinas que hacen de veces de policías de las marcas, la Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM), a nivel nacional, y la EUIPO, a nivel comunitario.

Un buen puñado de antecedentes refleja una conflictividad histórica en torno a marcas que utilizan palabrotas, enfermedades o hacen referencias a colectivos estigmatizados. Sin ir más lejos, el término maricón tiene su miga. Mientras que la Unión Europea acaba de rechazar Maricón perdido como denominación comercial válida en el mercado de productos audiovisuales, la OEPM llegó a la conclusión totalmente contraria en 2014, cuando sí aceptó el registro de la denominación Maricones del Espacio para una publicación editorial. La misma oficina también aceptó Mariconerías (2020) en el negocio de la publicidad y Mariconadas (2003) para discos acústicos.

Pero no todo es blanco y negro. En 2022, esta administración sí denegó el uso comercial de maricón como marca de vinos. La razón dada fue que el público accesible en este caso era mayor, pues hay vino en el supermercado, en los restaurantes, en los bares... Como hay más público potencial que puede sentirse ofendido, el filtro debe ser más rígido, explicaron entonces los legisladores.

Mariconerías sí; Maricón Perdido no. Estas aparentes contradicciones, explica Óscar García, socio del despacho de abogados Balder, son el resultado del amplio margen que la ley otorga a la administración para decidir en estas disputas. “Si bien la ley en principio es clara, puesto que no podrán registrarse como marca los signos que sean contrarios a la ley, al orden público o a las buenas costumbres, según el artículo 5.1f de la Ley de Marcas, existe un amplio margen de discusión en función del examinador que resuelva cada caso”.

En síntesis, “depende fundamentalmente del grado de sensibilidad en la interpretación de la moralidad por parte del juzgador”. García, no obstante, cree que la postura de la EUIPO ha sido “muy conservadora”. “Si se rechaza una marca por el mero hecho de que esta pueda resultar ofensiva para algunas capas de la sociedad por ser meramente malsonante, se está aplicando un criterio excesivamente rígido”.

Bolleras en bici

En cualquier caso, la rigidez europea frente a marcas que jueguen con lo políticamente correcto no es pacífica. La abogada Christine Weimann, responsable del departamento de marcas de ABG Intellectual Property, compara el caso de Maricón perdido con el de Dykes on bike, en 2008, en Estados Unidos. Dykes es una forma peyorativa de referirse a mujeres lesbianas (puede equipararse a bolleras); on bike significa en bici. En contra del criterio europeo, la justicia de Estados Unidos aceptó el uso comercial de este término a pesar de que pudiese resultar ofensivo. Los jueces americanos entendieron que “el registro de la marca puede ser uno de los pasos con los que las minorías intentan rehabilitar palabras que se han usado para insultarles”, explica Weimann. El Tribunal Supremo de Estados Unidos ratificó que Dykes on bike era una marca válida bajo el paraguas de la primera enmienda de la Constitución de EE UU (defensa de la libertad de expresión). Pero los juristas de la oficina europea rechazan esta postura y se inclinan por defender que la libertad de expresión no puede ser cobijo para marcas gamberras.

“Hay muchísimos casos que han causado polémica en este sentido”, corrobora Jorge Oria, director de servicios legales del despacho ClarkeModet. Los antecedentes en este sentido son llamativos. Algunos, incluso, son conocidos por el público general. “Uno de los de más calado pudo ser en su momento la prohibición de marcas laudatorias de regímenes totalitarios, como la URSS; o de asociaciones criminales, como La Mafia se sienta a la mesa. Y otros más mundanos como el orujo Hijoputa o el restaurante Lahostia”. Todas fueron rechazadas.

Un obstáculo adicional, apostilla Oria, radica en que “las buenas costumbres, que es la expresión que usa el reglamento y que podría equipararse a la moral, son cambiantes según la época y el momento”. Lo que lía aún más la madeja. Un buen ejemplo es el término queer, “antaño considerado un insulto y hoy absolutamente normalizado”, apostilla el experto.


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