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Columna
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Parlamentarismo creativo

Fernando Vallespín

Es bien conocido que el valor de cualquier democracia se mide por la vitalidad de su Parlamento. O, al menos, que ése es un dato esencial para evaluar su 'calidad'. A nadie se le escapa tampoco la dificultad que tiene esa institución para seguir manteniéndose como el centro de la esfera pública de la política. En parte por esa urgencia cuasipatológica de los políticos por hacerse ver y oír casi en cada instante. En eso no hacen más que alimentar de forma continua la irreprimible ansiedad de los medios por tener siempre a su disposición alguna declaración o imagen suya. Y el contenido de dichas declaraciones es casi siempre secundario, lo importante es que se produzca. La lógica de los medios de comunicación, obligados a introducir permanentemente nuevos temas y 'acontecimientos', ha acabado por colonizar la vida política. Bajo esas circunstancias es difícil que el Parlamento pueda adquirir un excesivo protagonismo. Salvo en momentos excepcionales, como en el debate sobre el estado de la Nación, por ejemplo, sus labores están cargadas de rutinas. Las inercias procedimentales, el relativo absentismo de sus protagonistas y una escenificación roma y mil veces vista hace que el Parlamento sea poco telegénico y tenga una pegada limitada.

Lo ocurrido el otro día con la inesperada irrupción de Zapatero en el debate sobre presupuestos ha vuelto a colocar a dicha institución en el primer plano de la vida política. Lo sorprendente no es que se produjera -¿no era eso precisamente lo que estaba reclamando el Gobierno?- sino el impacto producido. Quizá porque dábamos por supuesto que nada verdaderamente excepcional podía salir de dicha institución fuera de ciertas prácticas previsibles. Allí donde todos esperábamos el habitual debate técnico sobre el presupuesto, que, por cierto, ya había sido comentado hasta la saciedad por parte de tertulianos y articulistas de opinión, apareció de repente una política viva y mucho más cercana a las preocupaciones de los ciudadanos.

Creo que hay dos enseñanzas que la clase política debe extraer de este precedente. La primera es que la vida parlamentaria ofrece muchas más posibilidades de impacto político de lo que ella misma había imaginado. Pero, en segundo lugar, que para ello debe ser capaz de cambiarse el chip y proceder a unas prácticas parlamentarias mucho más creativas y acordes con una realidad social y política en mutación constante. Hasta ahora, el aspecto más rentable del Parlamento era su magnífica capacidad para marcar el código Gobierno-oposición. Aunque sólo fuera como escenificación de broncas y algaradas. También tenía la virtud de medir los liderazgos emergentes, de desvelar el peso relativo de cada cual. Una ley no escrita convirtió el debate sobre el estado de la Nación en una prueba de fuego de la solidez del recambio de líderes. Y gran parte de la confianza de que da muestras Zapatero proviene sin duda de su excelente faena en la última convocatoria de dicho debate. Pero esta institución puede dar todavía mucho más de sí. Bien enfocada puede convertirse en ese espacio tan necesario de una verdadera democracia deliberativa y en la auténtica caja de resonancia de las inquietudes y aspiraciones ciudadanas.

Como es sabido, en estos momentos estamos celebrando el vigésimo aniversario de la histórica victoria del PSOE en las legislativas de 1982. Es un lugar común entre los politólogos que dicha fecha marcó la línea que nos permite datar el fin de la Transición y la entrada en una democracia ya 'consolidada'. El hecho de que el núcleo duro del nuevo liderazgo de la oposición y de gran parte del PP se haya socializado políticamente en sede parlamentaria ha acabado de convertir a nuestra democracia en una democracia 'normal'. Pero me temo que todavía estamos lejos de la situación en la que se encuentran otros países de más extensa tradición democrática. Allí la culminación de la carrera de los políticos de profesión se asocia directamente a su presencia en el Parlamento nacional. Si somos capaces de captar el potencial de esta institución es muy posible que pronto dejemos de ser una excepción.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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