Pedro del Hierro se arriesga con una colección llena de creatividad
Julie Sohn vuelve a sus raíces orientales y al dominio del blanco y negro
La tercera jornada de Cibeles empezó bien. Andrés Sardá con su baño inspirado en un Mediterráneo de lujo, Julie Sohn con su mesura y Pedro del Hierro con su creatividad a prueba de futuro, pusieron las notas más firmes en un día donde también se vio a Felipe Varela, Miriam Ocariz y Kina Fernández, que con fortuna desigual se lanzan al universo de mezclas desde lo étnico a lo naïf. El blanco aparece como dominador de las gamas.
Andrés Sardá una vez más eleva el baño a criterios de verdadero diseño; su estilismo ha sido de los mejores que se han visto hasta ahora en Cibeles. Las mujeres, sobre unos zapatos como de Esther Williams, exhibieron una primera serie basada en la cruz inglesa (azul marino, rojo y blanco a rayas) en una clara evocación al Portofino de antaño. Después se vieron aires californianos en estampados tigre, piezas de encaje inglés y gasas con licras compartiendo estampado floral. Para rematar, la propuesta del juego interior-exterior: partes de un biquini cubierto de cristal: se anuncia un nuevo destape.
Julie Sohn comenzó volviendo a sus raíces orientales desde la sencillez en unas prendas llenas de cariño, buen gusto y tono relajado. Deshilachados, superposiciones amables, fruncidos, algodones arrugados, el predominio del blanco para el día y el negro mate para la noche, con el aporte de un vaquero negro cosido de forma actual, pero siempre sencillo. Eventualmente Sohn cede al adorno: una lenteja satinada aparece en collages, o hay lazadas que crean volumen.
Felipe Varela tuvo mejor acierto con la ropa masculina que con la femenina, con un predominio del blanco, camisas vaporosas y con estampado en plata, donde también se apunta a lo artesano con ciertos problemas de confección en las faldas.
La bilbaína Miriam Ocariz (que ganó en la pasada edición el premio L'Oréal al mejor diseñador joven) desfilaba por primera vez en solitario y no ha salido airosa. Demasiadas mezclas formales donde sigue destacando como mejor ingrediente sus serigrafías, el punto suave en verde y las faldas collage tachonadas con todo que tenía en casa: desde el brillo a las puntillas, un acto naïf del que quiere hacer estilo.
La gallega Kina Fernández también exploró lo étnico y lo tribal con el blanco y los marrones, además del ante en turquesa. Hubo en ella muchos pantalones pitillo y faldas abullonadas para un desfile excesivamente largo y repetitivo.
Pedro del Hierro es uno de los maestros en activo que mantiene con gallardía el principio, hasta hoy muy válido, del diseñador como creativo, como fuente tanto de virtudes como de excesos. La colección con que se cerró ayer Cibeles era una sinfonía de color, atrevimiento formal y búsqueda empecinada del efecto supremo a través de la prenda, que no eran de serie, sino que buscaban expresarse libremente al margen de las tendencias.
Con un concepto de mujer inmersa en el lujo escultórico, Del Hierro sacó a escena piezas como el traje rojo con dibujos en blanco inspirado en los Ballets Russes de Diaghilev. Hubo brocados técnicos para dar siluetas reservadas a la costura. Para el hombre, el blanco, las rayas y el brillo, un pantalón en terciopelo, pareos, transparencias que llegan hasta un traje completo rematando con un kilt falsamente escocés y un quimono corto con aplicaciones sobre una malla negra. ¿Ponibles estas prendas masculinas? ¿Por qué no? El diseñador, con su voluntad de estilo, ha dicho su última palabra.
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