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Columna
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Escribir de los nazis

Vicente Molina Foix

Hay que tener comprensión con los nazis. Y compasión. O no: sólo antagonismo y desprecio activo. ¿Es posible mirarles artísticamente sin sesgo, con ojos de verdad, no de justicia? ¿O acaso el artista ha de ejercer, bajo pena de alta traición ética, la tarea fiscal? Lo malo -y lo bueno- de esta polémica es que no se limita ya a ser histórica, germánica. Muy cerca de tu casa europea habita un nazi, convencido o potencial, y las fogatas del odio al extranjero pobre y de distinto color se van a ir encendiendo, cada vez más, desde la punta sur de Andalucía al mar del Norte. ¿Qué hacer?

Acabo de leer un extraordinario libro de relatos, Amores en fuga, recién publicado por Anagrama. Su autor, el alemán Bernhard Schlink, ejerce precisamente de juez y publicó novelas policiacas antes de conseguir un éxito internacional con la primera fuera del género, El lector, sin duda un magistral libro-clave de los últimos años noventa (ahora disponible en la colección Compactos de esa misma editorial). Schlink no es novelista político, como lo entiendo yo al menos; no escribe desde una 'causa' ni pretende apaciguar nuestra conciencia dictando a sus personajes y a su trama narrativa el veredicto de lo moralmente mejor. Él busca, me parece, las coordenadas en las que el bien se cruza con el mal, consciente -doloridamente consciente- de que un hombre, por gran escritor que sea, no tiene potestad de condenar ni llaves de la cárcel del mundo real. Con su imaginación y su memoria de alemán nacido en 1944, escribe, sin embargo, las novelas más elocuentes, atrevidas e inquietantemente reveladoras de este difícil momento occidental. Por eso se ha convertido, yo creo que sin quererlo, en un agitador, y para algunos ingleses en una bestia negra.

Y es que mientras Amores en fuga está entre las novedades literarias de nuestros escaparates, Gran Bretaña, parsimoniosa siempre, descubre su anterior libro El lector, y una tormenta de gran oleaje se ha originado en las páginas del suplemento literario del Times. Para unos -entre ellos los excelentes escritores judíos Gabriel Josipovici y Frederic Raphael, este último más conocido como guionista de dos 'stanleys', Donen y Kubrick-, la novela de Schlink es 'sentimental y moralmente ultrajante', siendo también acusada por otros lectores de relieve de querer 'pasteurizar' (con su delicada historia de los amores de un muchacho y una mujer mayor, Hanna, antigua guardiana de un campo de concentración) el fantasma del nazismo hitleriano. Frente a sus críticos, la novela ha tenido muchos defensores británicos, algunos judíos. También en los relatos de Amores en fuga hay fantasmas y pesadilla vivida; en La niña de la lagartija, a través de la peripecia de un cuadro de 'arte degenerado', en La circuncisión, llevando al prepucio la disputa de las religiones. Los dos son obras maestras.

Hay que armarse con la legalidad y perseguir políticamente, inflexiblemente, a 'todos' los nazis, incluidos los que dicen ser paladines del pueblo vasco oprimido y usan tanto la bomba como la casulla. Pero no a costa de establecer en el campo del arte zonas de exclusión de 'lo decible'. En todo lo que escribe Schlink hay exposición cruda y un fondo de repugnancia al verdugo, y también conflicto de proporciones humanas, con las ambigüedades que nuestra condición arrastra. 'Quería comprender y al mismo tiempo condenar el crimen de Hanna. Pero su crimen era demasiado terrible. Cuando intentaba comprenderlo, tenía la sensación de no estar condenándolo como se merecía. Cuando lo condenaba como se merecía, no quedaba espacio para la comprensión', confiesa el joven narrador de El lector respecto a su antigua amante encarcelada al descubrirse su pasado. '¿Será cierto que sólo soportamos a los que son como nosotros?', se pregunta el alemán ario de La circuncisión en medio de sus problemas amorosos de rechazo con una judía de Nueva York. Hay libros que no pretenden hacer de nosotros justos; sólo acompañarnos en ese viaje al espejo turbio del Otro, gracias al cual es posible que un día podamos ver más clara nuestra propia imagen.

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