'Con nuestra sangre te apoyaremos, Arafat'
El presidente palestino denuncia el 'racismo y fascismo' del primer ministro israelí, Ariel Sharon
'Con nuestro espíritu, con nuestra sangre te apoyaremos, Arafat', gritaba ayer un grupo de seguidores enfervorizados, mientras trataban de seguir al trote el cortejo del presidente de la Autoridad Palestina por Ramala, su primera visita a la ciudad tras haber recuperado su libertad. No fue un recorrido triunfal, ni siquiera glorioso. Fue, sencillamente, la peregrinación de un hombre cansado de 72 años por una población destrozada, que trata de espantar el miedo y reconstruir su futuro sin saber por dónde empezar. El presidente lanzó un mensaje al mundo: 'No olvidaré el camino de la paz'. Una limusina blanca, custodiada por tres vehículos negros rodeados de guardaespaldas, condujo ayer a Arafat por las calles de Ramala. Era su primera salida desde que los israelíes levantaran el cerco a su residencia, implacable desde hacía más de un mes.
La comitiva dejó atrás a media mañana los despojos de su cuartel residencia, donde ha pasado el encierro más largo de su vida, 34 días, permanentemente asediado por las tropas y los tanques israelíes. Ha sido una pesadilla que había finalizado la noche anterior cuando un pacto urdido por el presidente estadounidense, George W. Bush, este fin de semana, le otorgó la libertad y devolvió los blindados a sus cuarteles.
Arafat había tenido que pagar un precio político de incalculable valor para poder salir a la calle: entregar a una fuerza internacional, integrada por estadounidenses y británicos, a los cuatro presuntos asesinos del ministro de Turismo israelí, Rehavam Zeevi. A los cuatro Arafat tuvo que añadir, por exigencias de Israel, a Fuad Shubaki, el responsable de finanzas de la Seguridad Preventiva, acusado de contrabando de armas para la Intifada, y a Ahmed Saadat, dirigente del Frente Popular para la Liberación de Palestina, la segunda fuerza en importancia de la Organización para la Liberación de Palestina, un hombre calificado por los analistas políticos de 'carismático y honesto, luchador infatigable de la democratización del pueblo palestino, crítico permanente de la corrupción'.
La grandeza de Yasir Arafat, que días atrás desde la Mokata había anunciado a todo su pueblo su decisión de morir como un shahid, un mártir de la causa palestina, se desmoronó en la mañana de ayer en cuanto descendió de la montaña de escombros, traspasó las puertas desvencijadas y dejó a sus espaldas ventanas desventradas, muros derribados, huellas de impactos de obuses, señales de incendios y las pistas inequívocas del vandalismo de un Ejército en retirada. Las críticas fueron demoledoras.
'¿Alegría? Hoy es un día de tristeza. Es inaceptable que Arafat haya cedido a las presiones y entregado a seis patriotas, a seis luchadores por nuestra libertad, para conseguir salir de la Mokata', sentenciaban algunos en las calles de Ramala, mientras veían perderse por la esquina el cortejo del presidente y dirigirse al Hospital Provincial. En el patio del centro sanitario, con las palmas de las manos juntas, mirando hacia el cielo, Arafat rezó emocionado la oración de los muertos, la fatiha, en honor de una veintena de víctimas de la ofensiva israelí, que el toque de queda obligó a enterrarlas en el patio de la clínica.
Recorrido por las ruinas
Arafat continuó ayer incansable con su peregrinación por el Centro Sakakini, el faro y el símbolo de la cultura palestina, el Ministerio de Educación, la Cámara de Comercio o el cuartel de la Seguridad Preventiva del coronel Jibril Rajub. Todos saqueados y destrozados. Luego se adentró por la avenida Rukab -Sharea Rais, la calle mayor de Ramala- para pasar como una exhalación por las ruinas del Natsheh Commercial Center, 130 tiendas en otra época orgullo y escaparate de la incipiente pujanza económica de Cisjordania, tan devastadas como otros edificios públicos como el Centro Cultural Francés, el Almujd Cultural Center, especializado en informática, o el Centro Cultural Macedonia, la única biblioteca de Palestina donde se encuentran textos en árabe de filósofos griegos.
'Pero yo no olvidaré el camino de la paz. Continuaré con mi pueblo la senda de la paz', insistía Arafat ante los escombros de su ciudad, al tiempo que denunciaba el 'racismo' y el 'fascismo' del primer ministro israelí Ariel Sharon y de todas sus tropas. 'Sharon cometió el genocidio de Sabra y Chatila y ahora ha vuelto a hacerlo aquí', prosiguió el presidente palestino ante los ojos atónitos de los comerciantes de Ramala, que trataban de buscar palabras de consuelo.
La agenda política de Arafat está llena de citas; no tiene mucho tiempo que perder. Desde la cúpula de la Administración palestina se asegura que durante su encierro en la Mokata, el presidente ha madurado un programa de reformas políticas.
Estas reformas se iniciarán con la reestructuración y unificación de las fuerzas policiales y culminaran con la celebración de unas elecciones municipales, pasando por un alto el fuego y la reanudación del proceso de paz con Israel. Olvidándose, sin embargo, de que cualquier día, en cualquier momento, con cualquier excusa, el Ejército israelí puede volver a entrar en Ramala.
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