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ESCRITOR | Raíces
Columna
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Mercadeando con Lorca

La tendencia parece irrefrenable. Siguiendo los pasos de José Luis de Vilallonga (Furia, 1978) y Carlos Rojas (El ingenioso hidalgo y poeta Federico García Lorca asciende a los infiernos, 1980), plumíferos y cineastas no se resignan a dejar en paz al poeta inmolado sino que, uno tras otro, continúan elaborando sus ficciones al respecto. Tras las dos más recientes, ambas de este año, El hombre que delató a Lorca, de Fernando Villena, y El silencio de los Rosales, de Gerardo Rosales, ahora resulta que Miguel Hermoso va a rodar pronto La luz prodigiosa, basada en el libro del mismo título de Fernando Marías. Cuando éste fue llevado a la televisión hace unos dos años, numerosas personas me preguntaron qué impresión me hacía haberme equivocado en mi libro sobre la muerte del poeta, cuando en realidad Lorca fue rescatado, malherido, por un pastor y anduvo vivo y coleando por Granada durante años, aunque desmemoriado. ¿Pensaba yo admitir públicamente mi error? Y así por el estilo. Llegué a la convicción de que aquel programa había hecho un daño considerable, creando confusión allí donde lo que hacía falta era arrojar más luz.

Por lo que toca a los libros de Villena y Rosales, el del primero es una novela corta muy endeble ambientada en la Granada de 1968-69. Tema muy trillado: un estudiante de Filosofía y Letras está haciendo una tesis sobre Lorca y decide investigar su muerte. A un testigo clave, José Pepiniqui Rosales, se le llama Periñaqui Roseles. Aparece su hermano Luis, el poeta, con igual mínimo cambio de apellido. Cuando se alude a otros actores de 1936 se utiliza el mismo innecesario procedimiento: el comandante Maltés por Valdés, Ramón Reyes Alonso por Ramón Ruiz Alonso, el capitán Costares por Nestares. Resulta que quien delató a Lorca, por despecho y envidia, es un tal Aguirre, catedrático de Derecho de la Universidad de Granada. El estudiante, naturalmente, se enamora de la hija de éste antes de descubrir la verdad (aquí hay a todas luces una deuda con la tan decepcionante película de Marcos Zurinaga, donde el investigador liga con una chica asimismo apellidada Aguirre, hija de un militar implicado en la muerte del poeta).

En cuanto a El silencio de los Rosales me parece un error en todos los sentidos. Recipiente privilegiado de confidencias de la familia que cobijó a Lorca en los últimos días, el autor, en vez de contar llanamente lo que le dijeron al respecto su padre y sus tíos, ha optado por novelar, por mezclar datos históricos sacados de otros libros con escenas de su propia inventiva. Ello sólo crea más confusión, sobre todo cuando involucra a su tío Antonio, sin pruebas o sin citar su fuente, en la denuncia que acabó con el poeta. Lo peor de los hermanos Rosales, de todas maneras, es que por lo visto ninguno de ellos dejó constancia escrita de lo ocurrido con Lorca. Éste ha sido su verdadero silencio.

Lorca se merece más respeto. Queda mucho por investigar todavía. Me llama la atención que, después del libro póstumo de Eduardo Molina Fajardo (1983), nadie en Granada se haya tomado la molestia de seguir indagando. Está demostrado que el salmantino Ramón Ruiz Alonso, aquel agresivo diputado de Gil Robles, fue con toda probabilidad el máximo responsable de la denuncia que mató al genial poeta. Si yo fuera un joven investigador, sé exactamente dónde empezaría.

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