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Columna
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¡Qué tipo!

Andrés Ortega

Un tipo único y bajo. El de Vladímir Putin. Uno de los mayores problemas del poscomunismo, derivado de un anterior exceso de Estado, es tener ahora un Estado insuficiente. Es una carencia que aqueja también a América Latina, y a otras partes del mundo. Claro que no puede haber Estado -social o liberal- sin impuestos, sin recaudación. Y la cuestión que se plantea es ¿cómo recaudar? Éste era uno de los dramas de Rusia, como lo es, por razones distintas, de México o de Argentina, entre otros.

Putin lo ha resuelto, o aliviado, a su manera. A principios de 2001 decidió, con el apoyo de la Duma, suprimir los tres tipos entonces existentes (con un marginal del 30%) en el impuesto sobre la renta de las personas físicas, y reemplazarlos por un tipo único: el 13%. Desde entonces, la recaudación ha aumentado en más de un 28% en términos reales, según algunos estudios independientes, y sigue subiendo. Además, Putin ha bajado el impuesto sobre sociedades del 35% al 24%, junto a una prometida reducción del IVA. La OCDE ha calificado el tipo único de 'logro clave'. Resulta sencillo y evita tener que rellenar complicados formularios, y, sobre todo, parece estar consiguiendo el milagro de introducir en Rusia la semilla de la cultura de pagar impuestos. Casi nadie pagaba antes. Muchos ahora, probablemente más por considerar que, con ese tipo, cuesta más evadir que pagar que atraídos por el compromiso de Putin de que 'todos los rusos sean felices en 2010'.

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Largo se lo fían. Pero los rusos empiezan a salir de una década en la que perdieron la mitad de su riqueza por habitante. Estos pasos y otros pasos, junto al aumento de los ingresos derivados del petróleo tras la subida del crudo, ha llevado a tres años de crecimiento ininterrumpido aunque desigual: el 8,3% en 2000, el 5% en 2001 y una cifra similar prevista para este año. Incluso la Administración anuncia importantes reservas de moneda extranjera y un superávit presupuestario, aunque difícil de juzgar, pues, si hay contabilidad creativa en esta parte de Europa, ¡qué no será allí! Pero Rusia no ha capeado mal el temporal después de que Moscú fuera uno de los orígenes de la última crisis financiera de 1998, aunque, al actual ritmo de crecimiento, como se cita a menudo, tardaría 20 años en llegar a los niveles de PIB por habitante de, por ejemplo, Portugal.

Quizás le haya servido a Rusia que Occidente le cortara el grifo de una ayuda exterior que acabó en buena parte en cuentas secretas en Suiza u otros lugares. La rusa, sin embargo, no es (¿aún?) una economía abierta. En su Índice de Libertad Económica, la Heritage Foundation la sitúa en el puesto 131 de un total de 156 países cubiertos por este ranking. Los problemas de las mafias y de la corrupción -incluso de unos inspectores fiscales a los que se temía más por sus modos ilegales de actuar que por un exceso de pulcritud- están más presentes que nunca. En cuanto a libertad política, Rusia deja mucho que desear, como se refleja en la situación de los medios de comunicación y otros aspectos. Desde la ascensión de Putin al Kremlin, Freedom House le dio a Rusia la calificación de 'sólo en parte libre'.

Junto a la estabilidad política, con un precio en términos de merma democrática, uno de los mayores logros de Putin ha sido esta introducción del tipo único. Otro país ex comunista, Estonia, introdujo este sistema en 1994. Pero Rusia ha sido el primer Estado grande que se ha atrevido a avanzar por esta vía que puede inspirar a otros para aumentar no los impuestos, sino la recaudación y cambiar la cultura fiscal, inmersa en la de la corrupción. En EE UU y en Canadá, los ultraliberales se han lanzado a alabar el tipo único de Putin, mientras la tesis empieza a entrar también por la izquierda -por ejemplo, entre los socialistas españoles-, presentándola, como el ruso, como progresiva, aunque el tipo del 13% nos parezca desde este lado de Europa ridículamente bajo. En Rusia sí ha servido para progresar, aunque, previsiblemente, no podrá quedarse en eso.

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