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Tribuna
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Parar la destrucción, asumir la violencia

La espectacularidad del ataque de Israel sobre ciudades palestinas puede hacer que lo inmediato oscurezca lo esencial. Debe cesar la ofensiva sobre la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y sobre la población civil y su infraestructura social, pero aquí no hay solución mientras dentro y fuera no se asuma que los palestinos necesitan un Estado unificado y viable sobre la base de las resoluciones de la ONU y el reconocimiento del Estado de Israel. Tierra, regreso o indemnización justa a los refugiados, un acuerdo con los colonos israelíes y negociar Jerusalén. Todo lo demás es retórica y es inútil.

Durante años las élites de Israel se han manejado entre dos posiciones. Una, la de la vieja guardia a la que pertenece Ariel Sharon: no ceder nada y tratar de expulsar o someter a los palestinos. La otra, más sofisticada, estuvo a favor de crear una entidad, eventualmente un Estado, fragmentado, débil y económicamente dependiente. Al cabo de 50 años de conflicto y 10 de negociaciones, ninguna de las dos opciones es viable.

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La falta de interés de Israel para asumir el problema nacional palestino, como lo hizo parte de la élite y la sociedad francesa en su día hacia la Argelia colonial, y el apoyo de EE UU y otros países a esa intención de perpetuar una situación insostenible han llevado a la segunda Intifada, al fin de los acuerdos de Oslo, al surgimiento del terrorismo suicida y a la actual campaña gloriosa de aplastar ciudades de Sharon. Pero esto no acaba aquí.

Aunque ahora se detuviese la ofensiva israelí, hubiese un alto el fuego y en un plazo medio se reiniciase el diálogo, no habría otra salida que negociar las cuestiones básicas. Y aun así, el odio y frustración que ya han pasado a encarnar, especial aunque no únicamente, los grupos palestinos radicales va a proseguir y se va a incrementar.

Las partes razonables de ambos lados, y los mediadores y actores externos que ayuden y faciliten el proceso, deben asumirlo: la violencia de los grupos radicales, el odio de los colonos paramilitares israelíes y el trauma de esos jóvenes soldados israelíes matando y destruyendo, no van a cesar por mucho tiempo. ¿Acaso no fue un fanático israelí quien mató al primer ministro Rabin? Si todo va muy bien, quizá esas violencias podrán tener en el futuro menos base. Pero si en una situación que dista enormemente de ser tan grave, como la del País Vasco, con democracia y Estatuto de autonomía y riqueza, la violencia continúa, es fácil imaginar que las cosas van a ser complejas cuando hay un clima brutalmente colonial de represión sin frenos.

Mientras no se asuma que la violencia proseguirá se va a continuar argumentando que ésta debe cesar para que se retome el proceso de paz. Pero esto es un engaño ilógico. Es pedir que para que pase algo debe suceder otra cosa imposible. Hay que negociar la paz y trabajar durante años para que cese el odio.

Esta cuestión no es menor. La presidencia española y la UE no sólo deben exigir a Sharon que frene la escalada y auspiciar en la ONU el envío de una fuerza de interposición, sino que también es crucial evitar la insinuación de que lo que está pasando es, en realidad, una respuesta exagerada al terrorismo de grupos palestinos. Israel no tiene derecho a no respetar las resoluciones de la ONU, a violar moradas y matar civiles aunque haya un horrendo atentado suicida al día. Inclusive aunque Yasir Arafat hubiese ordenado ataques suicidas, cosa de la que no hay pruebas ni es razonable que lo haya hecho porque siempre ha sido el primer interesado en el proceso de paz de Oslo.

En España se aprendió que los ataques de ETA no deben acabar con la democracia y por eso las fuerzas armadas no invaden Bilbao cada vez que se asesina en Madrid. Israel debe cesar el ataque porque es inmoral, injusto, ilegal e indigno de un país democrático. Y luego, negociar lo esencial, aguantando las bombas durante años.

Mariano Aguirre es director del Centro de Investigación para la Paz (CIP).

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