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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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George Bush, el hombre de acero

Joaquín Estefanía

AL PRESIDENTE DE ESTADOS UNIDOS le llaman el hombre de acero. Este calificativo no tiene, evidentemente, nada que ver con las características del hombre de hierro (los sindicalistas de Solidaridad) o del hombre de mármol (el estalinismo y sus engaños), que aparecían en las películas del mismo título del director de culto polaco Andrej Wajda. Si hubiera que establecer una analogía más familiar, ésta tendría que ver con la dama de hierro, Margaret Thatcher, pues en muchos aspectos la política de Bush se asemeja a la revolución conservadora de la década de los ochenta, que lideraron la Thatcher y su antecesor en la Casa Blanca, Ronald Reagan.

Lo del hombre de acero viene por el acusado proteccionismo económico del ultraliberal Bush, que acaba de establecer un arancel del 30% a las importaciones estadounidenses de acero, y ha amenazado con extenderlo a otras materias, como las agrícolas o la industria de semiconductores. La continuidad con los dictámenes de la revolución conservadora se encuentra en el acentuado pragmatismo ideológico de que hicieron gala unos y otros: las ideas sirven... para encorsetar a los demás, no a nosotros. Libertad económica, sí, pero sólo mientras los precios suban. Cuando hay problemas, muletas para ayudarnos nosotros y libertad absoluta para ellos. Bush, como Reagan, se reclama del neoliberalismo, pero ambos han aplicado una política keynesiana de derechas.

Lo peor del proteccionismo de Bush no son sus repercusiones comerciales. Lo peor es el golpe moral dado a las organizaciones multilaterales, como la OMC, al aplicar un doble rasero entre lo que dice y lo que hace

Nuestros dirigentes neoliberales son defensores de la globalización realmente existente. Partidarios de la libertad irrestricta de los movimientos de capitales, aplican el corralito en Argentina en cuanto surgen riesgos sistémicos en el sector financiero. Apologetas de la libre circulación de bienes y mercancías, se la demandan a los países emergentes mientras ellos imponen cláusulas defensivas a sus productos (como acaba de hacer el campeón del librecambismo con el acero). Filósofos de las fronteras libres para los ciudadanos, multiplican los visados y las medidas restrictivas a los emigrantes, ya que los terroristas pueden llegar disfrazados de turistas o de hombres de negocios. Una cosa es la ideología de la globalización; otra, la práctica de la misma.

Los aranceles sobre el acero, y los que puedan venir, tienen consecuencias directas sobre el comercio en el mundo, pues los países afectados tomarán medidas similares en otros campos. Lo lamentable es que, en buena parte, una decisión de carácter técnico se haya tomado por motivos políticos, como son la obtención de votos por parte de los republicanos en los Estados de Pensilvania, Virginia u Ohio. Por otro lado, estas restricciones al libre comercio en un país rico retrasarán la reestructuración siderúrgica que se ha de practicar en Estados Unidos a costa de transferir el precio de esa reconversión pendiente al resto del mundo.

Pero lo peor del proteccionismo aplicado por Bush es el precedente moral que arroja sobre el papel de los organismos multilaterales, tipo Organización Mundial de Comercio (OMC). En la asamblea de la OMC de Seattle se hizo mayor el movimiento a favor de una globalización alternativa cuando logró tumbar el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI), que, además de haber sido presentado bajo el imperio de la opacidad, daba absoluta libertad de movimientos a la inversión extranjera e impedía cualquier tipo de soberanía a los Gobiernos (por ejemplo, no podían demandar la creación de empleo a una empresa multinacional a cambio de la autorización para instalarse en su territorio). En la asamblea de la OMC celebrada apenas hace unos meses en Qatar se aprobó una nueva ronda de liberalización del comercio. En Doha (Qatar), EE UU se disfrazó de estandarte de la globalización realmente existente y el librecambismo. ¿Cómo compatibilizar las palabras con su olímpico desprecio a socios y amigos y aplicar el unilateralismo no sólo a la política exterior, sino también el mundo de la economía?

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