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Reportaje:

La operación contra las FARC abre paso a una ofensiva contra la coca

El Gobierno colombiano fumiga los cultivos ilegales de la zona dominada durante tres años por la guerrilla

'Por las malas nunca se acabarán los cultivos de coca'. Lo dice con rotundidad Julián, un campesino de una aldea a tres horas de camino de San Vicente del Caguán, población epicentro del último fracaso de lograr la paz con las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Es un hombre mayor; el rostro y las manos los tiene marcados por el trabajo en el campo. 'Si no se fumiga, el campesino está dispuesto a cambiar', añade mientras achica, en un gesto enérgico, sus ojos verdes.

Durante años cultivó coca. Se alejó de 'eso' cuando se convenció de que era un 'espejismo', que nada deja y hace mucho mal. Y se convirtió en un líder que predica la posibilidad de sobrevivir sin la hoja. 'La raíz de tanta violencia la traen esos cultivos', reconoce.

'San Vicente es una región ganadera; la coca entró por detrás, como un perrito'
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En su aldea, polvorienta y de casas de madera, desde la ruptura de los diálogos de paz entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC el pasado 20 de febrero sin aviso previo, ondean trapos blancos por miedo a los bombardeos con los que el Ejército empezó la recuperación de la zona. A esto se suma el terror por la fumigación iniciada hace una semana en los campos que rodean el municipio. La práctica de las fumigaciones es sólo una pequeña parte de la ofensiva que el Gobierno colombiano ha lanzado desde entonces contra el grupo guerrillero, en la que fue una zona neutral. 'Yo he vivido una fumigación y es horrible', dice otro campesino. Prefiere no dar su nombre: 'Aquí uno debe estar callado'. 'El avión se viene regando agua', agrega, mientras imita el movimiento de las avionetas fumigadoras.

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En ese caserío de 150 familias, todos permanecen alerta. La asociación campesina llamó a reunión: 'No se dejen lloviznar del glifosato', fue la primera advertencia. 'Cuando sientan las avionetas deben guardarse en la casa. Después, saquen los animales de los potreros para que no coman pasto envenenado'. Les recomendaron también que almacenasen agua y no que no se bañaran en ríos y quebradas.

San Vicente (23.000 kilómetros cuadrados), es el segundo municipio más extenso del país y era uno de los cinco despejados y el menos cocalero al comenzar el nuevo ensayo de paz con las FARC. 'Es una región eminentemente ganadera; la coca entró por detrás, como un perrito', explica un experto.

En estos tres años, mientras Gobierno y guerrilla hablaban de paz, crecieron 'de manera acelerada' estos sembrados ilegales. Pasaron de 2.000 a casi 10.000 hectáreas, se atreven a calcular algunos. Los campesinos se fueron 'detrás del espejismo del dinero fácil', dicen, y han descuidado, algunos, sus cultivos y el ganado. Aunque cada vez son más caros los alimentos, continúan con la coca por falta de opciones y porque 'ven más seguido la plata'. Una hectárea de coca produce cada tres meses unos 600.000 pesos (340 euros).

Los cultivos, al contrario que en otras zonas del país, no están cerca de los caminos y son pequeños, no más de tres hectáreas; algunos tienen apenas media, como el de Antonio, comerciante de una aldea, al pie del camino que une San Vicente con La Macarena, otro de los municipios que sirvió de escenario a la paz. No niega que la siembra: 'Aquí todos lo hacemos', confiesa. Y prevé tiempos difíciles por la fumigación: 'Como son cultivos pequeños van a arrasar con todo'.

Lo mismo cree Julián: 'Será un nuevo fracaso del Gobierno. La fumigación con glifosato crea más violencia, más pobreza, mata el plátano y la yuca, pero a la coca no le hace nada'.

Y sin rodeos revela las 'astucias del campesino para desintoxicar la mata': untan pegamento a la hoja antes de la fumigación y la lavan después; otros cortan la planta apenas pasa la avioneta rociando el producto químico. 'Mi lucha es por acabar la coca sin fumigación y sin estropear a nadie', insiste Julián.

Ha seguido de cerca un proyecto que, con ayuda internacional, agrupa a 50 campesinos deseosos de olvidar la coca. No es fácil. Los que la cambiaron por piaras no alcanzaron a sacar lo invertido en el engorde de los animales. Los que se decidieron por granjas avícolas fracasaron: se produjeron tantos huevos que no pudieron venderlos y se perdieron.

Julián insiste en lo que se oye en todas las zonas cocaleras del país: en lugar de helicópteros, deberían dar al campesino sistemas de comercialización para sus nuevos productos. 'No justifico la invasión de Estados Unidos a Colombia por el narcotráfico; ellos son los primeros narcotraficantes del mundo'. Un norteamericano, cuenta, fue quien enseñó, en los años setenta, a sembrar marihuana y coca en el Caquetá, el departamento de San Vicente.

'Eso es oro blanco', les decía el gringo de ojos azules, rubio y alto. Fue hace años, cuando la hoja se picaba a pala y se bailaba encima de ella hasta que se volvía negra. Luego la exprimían con un sistema de palos movidos por cuatro hombres. Hoy las cosas se han modernizado: los campesinos, en sus casas, elaboran la pasta de coca con gasolina y ácido sulfúrico. Con una guadaña pican y maceran las hojas, y un torniquete ayuda a exprimirla.

Nadie acepta en San Vicente la existencia de grandes laboratorios. Los hubo, pero hace años, cuando se instaló con su ejército de matones en los Llanos del Yarí -l0.000 kilómetros cuadrados de sabanas al noreste del municipio- Gonzalo Rodríguez Gacha, uno de los capos del cartel de Medellín. Al desmantelar Tranquilandia, un supercomplejo coquero, se habló por primera vez de narcoguerrilla, pues era un territorio controlado por las FARC.

En todo este municipio, donde hay llano, selva y montaña, la gente comenta lo mismo: 'El Gobierno echó a la guerra a la población civil'. Lo dicen porque el presidente Pastrana, sin consultarles, entregó la zona a la guerrilla.

'Las FARC crearon un Estado dentro del Estado; el Gobierno les entregó un cheque en blanco y ellos lo usaron', comenta un líder. Él tampoco se identifica: 'Esto es una bomba de tiempo', aclara. La producción de coca fue canalizada en estos tres años por los guerrilleros: estimularon su cultivo, controlaron la compra y el comercio. Desde un comienzo cambiaron el sistema de intermediarios pequeños y grandes. Sólo los que contaban con su 'visto bueno' podían andar con sus grameras -pequeñas pesas- comprando la pasta de coca. En algunos sitios la merca [la pasta], la negociaban directamente comandantes de las FARC.

'El Gobierno fue cauteloso porque no quería romper el proceso de paz. Ahora, en su estrategia de conseguir que los recursos de EE UU para la lucha contra el narcotráfico, el Plan Colombia, se puedan usar contra la insurgencia, hace énfasis en el tema', explica un investigador.

En estos días de transición -'estamos pasando de un Estado de hecho controlado por la guerrilla a uno de derecho'-, el comercio de la hoja se ha mantenido. No necesita buenas carreteras, ni transporte costoso para hacerlo.

Como ocurre siempre, detrás de los cultivos ilegales se dispararon el comercio, los bares y la prostitución. 'La coca ha dejado plata', comentó hace una semana una mujer de San Vicente, sentada frente a su negocio, en la calle paralela al río Caguán. Con la acción violenta de la guerrilla, que mantuvo durante varios días sin luz, agua y teléfono a los sanvicentunos, la situación empeoró para todos. 'Estos días no hemos vendido nada; dentro de poco, sin carreteras, tampoco tendremos qué vender', se lamentaba la comerciante.

Mientras, las mujeres que llegaron de todos los rincones del país para trabajar en los prostíbulos, esperan a ver qué pasa en el futuro. 'Si no se arregla esto, nos tendremos que ir', dice con desesperanza una de ellas, mientras bebe, con parsimonia, una cerveza.

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