Protestas, carteles y camisetas en el Congreso contra el divisivo discurso de Trump
La animadversión mutua entre el presidente y los demócratas ha enmarcado la alocución ante las dos cámaras

Donald Trump hablaba. Y hablaba, durante casi cien minutos, en la primera alocución a ambas cámaras del Congreso de Estados Unidos de su segundo mandato, y la más larga de un presidente en cuatro décadas. En su primer regreso como presidente al plenario de la Cámara de Representantes, donde tantos legisladores quedaron atrapados durante el asalto al Capitolio de sus partidarios para impedir la certificación de su predecesor, Joe Biden, aquel 6 de enero de 2021. La mitad del hemiciclo le aplaudía a rabiar. La otra mitad, la ocupada por la oposición demócrata, se mostraba impávida o alzaba carteles de protesta. En el palco de invitados, por encima de todos ellos, y del presidente estadounidense, el oligarca tecnológico Elon Musk.
Las sesiones de discursos presidenciales a ambas cámaras del Congreso de EE UU suelen ser contenciosas, cada vez más en las últimas décadas. Pero nunca, en la memoria reciente, tanto como la celebrada este martes. El vitriolo corría en ambas direcciones: de la oposición demócrata al presidente, con plantadas, expulsiones de diputados, y mensajes en camisetas y carteles. Y, con la misma intensidad, del presidente a los demócratas: su predecesor ha sido “el peor de la historia”, aseguraba, mientras se regodeaba en su triunfo electoral.
Su discurso siguió la línea de sus intervenciones casi diarias en la Casa Blanca. Alocuciones en ceremonias, o declaraciones ante la prensa, similares a mítines de campaña, en los que elogiaba lo que asegura que han sido sus logros en 40 días de mandato: reducción de la inmigración ilegal, lucha contra el terrorismo, eliminación de las políticas de igualdad. La descripción de un Estados Unidos rebosante de crimen y precios disparados durante la Administración Biden, y la promesa de un futuro dorado: “esto es solo el principio”. Un uso prolijo de la palabra “yo”. Ausentes, los anuncios de proyectos legislativos futuros —la razón de ser, en principio, de estos discursos ante el Congreso—, más que para declarar que retirará los fondos a la ley CHIPS que Biden firmó en 2022, con el apoyo de los dos partidos, para fomentar la innovación y la fabricación de semiconductores en Estados Unidos.
Le flanqueaban, como es tradición, el presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, y su vicepresidente, J. D. Vance, afanados en ponerse en pie y aplaudir a la mínima ocasión, o reír los insultos del presidente a la bancada contraria.

El desdén entre Trump y la oposición había sido palpable desde antes de comenzar. El paseíllo del presidente hasta el podio suele ser un ejercicio de regodeo político ante las cámaras, un continuo pararse para saludar a unos y otros, y demostrar su popularidad. No ha sido así esta vez. Los demócratas habían boicoteado el comité de bienvenida, habitualmente bipartidista. Trump solo saludaba a una bancada, la suya. En la otra, los diputados le ignoraban, o mostraban carteles. “No al rey”, lucía la congresista Rashida Tlaib, del ala progresista, en referencia al poder acumulado por el inquilino de la Casa Blanca. Otros miraban las pantallas de sus móviles.
El primer incidente llegaba apenas Trump comenzaba a hablar. El diputado texano Al Green, notorio crítico del republicano, se ponía en pie y le increpaba. “No tiene un mandato para destruir Medicaid”, le gritaba, en referencia al programa federal de cobertura médica para los desfavorecidos, sin hacer caso a las advertencias del presidente de la Cámara, Mike Johnson. El responsable del mantenimiento del orden en el hemiciclo lo acababa expulsando de la sala.
En una breve visita a los periodistas de la Casa Blanca que cubrían el discurso, este legislador que lanzó varios intentos fallidos de juicio político contra Trump en el primer mandato, aseguraba que, aunque no sabe si tendrá que encarar algún tipo de consecuencia, “merece la pena que la gente sepa que alguien va a defenderles”.
Pocos minutos más tarde, otra protesta: un puñado de diputados demócratas daban la espalda al presidente para mostrarle la palabra “Resistid” escrita en sus camisetas negras. Estos legisladores no esperaban al responsable del orden, y se marchaban antes de ser expulsados. Otros replicaban a las promesas del presidente sobre prosperidad económica con gritos de “¡La Bolsa! ¡La Bolsa!“, en referencia a las fuertes caídas en los mercados después de que el republicano impusiera este martes aranceles del 25% a los productos procedentes de México y Canadá.
La lista de invitados de la Casa Blanca, siempre escogida para enviar un mensaje sobre las prioridades de los mandatos presidenciales, representaba todo un manifiesto de intenciones. En el palco, junto a la primera dama, Melania Trump —en un traje de chaqueta gris perla— estaba la familia de Laken Riley, una estudiante de enfermería asesinada en Georgia por un inmigrante irregular venezolano y que Trump convirtió durante su campaña electoral en un símbolo de la supuesta violencia y peligro que representan los extranjeros sin autorización de estancia.
Entre los invitados figuraba también el antiguo preso estadounidense en Rusia Marc Fogel, liberado en un intercambio con Moscú por intervención de la Administración estadounidense inmediatamente antes de la llamada entre Trump y el presidente ruso, Vladímir Putin, que abrió el camino, hace tres semanas, a las negociaciones entre Washington y Moscú sobre la guerra en Ucrania.

Y, por supuesto, la mano derecha de Donald Trump, Elon Musk. Esta vez, a diferencia de sus últimas comparecencias públicas en la Casa Blanca, cuando aparecía ataviado con camisetas —una de ellas, con el lema “Soporte Técnico”— y abrigo, lucía chaqueta y corbata.
Trump dedicaba profusos elogios a la labor del hombre más rico del mundo y su polémico Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés), encargado de reducir la burocracia, recortar gastos y despedir a funcionarios federales que considere no imprescindibles.
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