Londres quiere que los Estados tengan siempre la última palabra
Para Thatcher, la UE era un incordio; para Blair es una forma de extender su influencia
Londres aborda la Convención con una idea por encima de todas: la última palabra la tienen los Estados miembros. Para los británicos, la UE no es más que una alianza de Estados que actúan juntos cuando eso les beneficia. Para los conservadores, Europa era un incordio y cuanto menos Europa, mejor para Gran Bretaña. Para Tony Blair, Europa es una oportunidad de extender la influencia de Gran Bretaña: cuanto más británica sea Europa, mejor.
Blair ha logrado impregnar de sus ideas la política económica: la cumbre de Lisboa consagró una visión liberal de las relaciones económicas y Barcelona ratificará ese modelo. La tarea de los británicos se centra ahora en impregnar con sus ideas la reforma de las instituciones europeas para hacer de la UE un movimiento casi más empresarial que político, en el que la esencia de todas las esencias es lo que los británicos llaman delivery: algo así como la ejecución de las tareas diarias de Gobierno, la eficiencia de la gestión administrativa.
Una Europa compacta, bien gestionada y sometida al absoluto dominio de los Estados, bajo el predominio del Consejo de Ministros frente a las demás instituciones, con una Comisión domeñada y un Parlamento controlado, al que no se le pueden dar según qué responsabilidades porque Europa es demasiado grande. Ése es el modelo de Europa que Londres desearía ver salir de la Convención, a tenor de los mensajes lanzados en las últimas semanas, en sucesivo y escrupuloso orden jerárquico desde abajo hacia arriba, por el viceministro para Europa, Peter Hain; el ministro de Asuntos Exteriores, Jack Straw; y el primer ministro, Tony Blair, en significativa carta conjunta con su homólogo alemán, Gerhard Schröder.
'La UE es, primordialmente, una unión de Estados miembros', ha recordado Hain. 'Como Estado soberano, nuestra fuerza es mayor cuanto mayor es la fuerza de nuestras alianzas: nuestra seguridad y prosperidad dependen de nuestra capacidad para influir en los acontecimientos en el resto de nuestro continente y en el resto del mundo, no de nuestra capacidad para impedir que otros influyan en nosotros', ha sintetizado Straw, abrazando el pragmático europeísmo de los laboristas. Antiguo euroescéptico reconvertido al europragmatismo, Straw sería capaz de aceptar una Constitución europea según cuál fuera su contenido.
Pero las propuestas británicas para la Convención son más prosaicas: reforma del Consejo de Ministros para reforzar el papel de los Estados (los grandes); primacía absoluta de la 'subsidiariedad' entendida como que sólo se hace a nivel europeo lo que funciona mejor que a nivel nacional; una Comisión Europea más pequeña y compacta, tanto en tamaño como en competencias, y revisión de unas políticas de gasto 'insostenibles'.
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