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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La hora de la guerra

En Colombia, lo primero que se pierde es la esperanza, y lo último, la paciencia. La esperanza, que encendió la guerrilla de las FARC al admitir en enero la reanudación de las negociaciones de paz con el compromiso mínimo de alcanzar una tregua, se había ido derritiendo hasta sostenerse por puro voluntarismo. La paciencia, que le ha durado al presidente Pastrana los 43 meses que lleva de mandato, se acabó hace unas horas. La última afrenta que rebasó el límite fue el secuestro de un vuelo regular por las FARC para tomar como rehén a uno de sus pasajeros, un senador liberal.

El Ejército, con 13.000 hombres en tierra, cazabombarderos y helicópteros, ha entrado en la llamada zona de despeje, que Pastrana concedió a las FARC en el otoño de 1998 como acicate para que se sentaran a hablar de paz. Siendo evidente que las FARC no ganan nada con la intensificación de hostilidades, quizá haya que pensar que su jefe, Manuel Marulanda, ya no controla a sus frentes, lo que hace todavía más remota la perspectiva de una solución negociada.

El Ejército de Tierra cuenta con unos 55.000 hombres en situación de combatir, lo que es una cifra ridícula para perseguir por la selva a los 15.000 o 20.000 guerrilleros de las FARC, más los 4.000 o 5.000 del ELN, y no digamos ya a los 8.000 de las Autodefensas, o contraguerrilla, a las que la tropa regular no incordia en absoluto. Incluso con ayuda norteamericana en material y adiestramiento -a nadie se le va a ocurrir, pese al 11 de septiembre, pedir la intervención directa-, no hay motivo para suponer que la insurrección vaya a ser pronto sofocada. Es más el gesto lo que cuenta, pero, de cara a la próxima presidencia, que debe inaugurarse el 7 de agosto, habrá de ser mucho más lo que habrá que exigirle al país si de verdad la ciudadanía cree que no hay más salida que la guerra.

Las propias elecciones presidenciales de mayo -con segunda vuelta en junio- deberán ser una prueba fehaciente sobre cuánta es esa resolución nacional de combatir. Sobre el papel, la intensificación de los combates debería favorecer a Álvaro Uribe Vélez, liberal independiente y partidario de la guerra total, pero, de igual forma, una prestación sólo regular del Ejército en estos meses venideros alzaría la cota de Horacio Serpa, liberal oficial, que piensa que la guerra es lo que jamás va a resolver el conflicto. Por eso, la nación colombiana, si ha de apoyar hoy a su Gobierno, ante las presidenciales que se avecinan debería también valorar cuánta guerra está dispuesta a pagar y soportar con vidas y hacienda. La paz es cara, pero la guerra cuesta mucho más.

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