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Columna
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Las buenas obras de Julio de España

Julio de España, el presidente de la Diputación de Alicante, es un político discutido, polémico, con una imagen pública escasamente favorable. De España tuvo, al comienzo de su mandato, la idea de instalar un monumento a Mortadelo y Filemón, los simpáticos protagonistas de los tebeos infantiles, en los jardines de la Diputación. Fue, sin duda, una decisión desafortunada, fruto de la euforia del momento, que le ha perseguido durante todos estos años pasados. Nada de lo que este hombre ha hecho después ha podido remediar este desliz, que sale a relucir con frecuencia, por uno u otro motivo.

Y, sin embargo, Julio de España ha realizado unas cuantas obras memorables, que bastarían por sí solas para justificar su paso por la política. La ciudad romana de Lucentum y el Museo Arqueológico Provincial son unos trabajos serios, muy bien ejecutados, que nadie se atrevería a discutir. Como político, Julio de España ha tenido una gran voluntad en estos proyectos; ha sabido rodearse de las personas adecuadas, personas conocedoras del tema, y atender sus sugerencias. El resultado son unas obras modernas, de un indudable impacto público, que han servido para ordenar los fondos arqueológicos de la Diputación, muy abundantes y desperdigados.

Ahora acaba de inaugurarse el Museo Provincial de Bellas Artes, de Alicante, que es otra de las obras emprendidas por Julio de España. Como las anteriores, también este museo ha provocado grandes alabanzas entre toda clase de personas. No se han regateado elogios para la obra. Para su instalación, se ha elegido una casa palacio del siglo XVIII que perteneció a una de las familias nobles de la ciudad, la de Antonio Valcárcel, conde de Lumiares. A ella se ha añadido una construcción contigua, de la misma época, que ha permitido dar al museo el espacio adecuado. Dejar en condiciones estos edificios, muy deteriorados por el tiempo y, sobre todo, adaptarlos a las necesidades de un museo actual, es una tarea complicada, que precisa un enorme esfuerzo. Las obras se han prolongado durante varios años y el desembolso económico ha sido, naturalmente, importante.

¿Ha merecido la pena este trabajo tan dificultoso? La respuesta, sin duda alguna, es afirmativa. Quizá el museo no resulte tan espectacular como la propaganda oficial proclama y, desde luego, esté muy lejos de situar a Alicante en la vanguardia cultural de la Comunidad, como ha escrito algún periodista embargado por la emoción que a veces producen las inauguraciones. En todo caso, es una obra seria y absolutamente necesaria para la ciudad.

Digámoslo con una aparente perogrullada: este Museo Provincial de Bellas Artes es, ni más ni menos, que un museo provincial de Bellas Artes. Si pensamos en lo que, hasta hace pocos años, ha sido la vida cultural en ciudades como Alicante, y la idea que se tenía de estos asuntos de la cultura, la perogrullada anterior deja de ser tal para convertirse en un síntoma de normalidad. Que una ciudad de trescientos mil habitantes disponga de un lugar adecuado, cómodo y moderno, donde exhibir las obras de sus pintores más destacados, debiera ser una cosa habitual y normalísima, como afortunadamente comienza a suceder.

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