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El invierno en la edad de oro holandesa

La Haya reúne 36 obras de los siglos XVI al XIX, entre ellas un paisaje al óleo de Rembrandt

Isabel Ferrer

La pequeña edad del hielo, un duro periodo comprendido entre mediados del siglo XVI y bien entrado el XIX, puso a prueba la resistencia de los habitantes del noroeste de Europa. Con inviernos de un frío extremo y veranos muy frescos, países como Holanda quedaron aislados y sufrieron luego las inundaciones de los deshielos. Unos rigores plasmados con realismo por los pintores autóctonos, que captaron también con ojo crítico la sociedad de su época. Un total de 36 de sus obras han sido reunidas hasta finales de febrero por la sala Mauritshuis, de La Haya, en la muestra Holanda helada en el tiempo, que incluye el único paisaje al óleo de Rembrandt.

Si bien se trataba en su mayoría de lugares imaginarios, los paisajes invernales como tema central de escenas religiosas o históricas aparecían ya con frecuencia en la pintura flamenca de finales del siglo XVI. Sin embargo, fueron los artistas holandeses del XVII, que aprenderían de sus colegas del sur huidos en 1585 de Flandes, tras la caída de Amberes ante las tropas españolas, quienes acabaron elevándolos a la categoría de género pictórico. Ellos se dedicarían de lleno a retratar la lucha contra el frío de sus compatriotas y las diversiones propias del hielo, entre ellas el patinaje y el juego de colf, precursor del golf.

Hubo un momento incluso en que los pintores de la edad de oro se dividían en Holanda entre especialistas en paisajes invernales, expertos en retratar la naturaleza en cualquier estación del año y maestros para todo como Rembrandt, que dedicó tres dibujos, una aguada y una tabla al entorno exterior. Esta última, fechada en 1646 y titulada simplemente Paisaje de invierno, no es más grande que una postal, y da la sensación de que el artista reprodujo un luminoso día frío al aire libre y con rapidez.

Dispuestos de forma cronológica, los lienzos colgados en la Mauritshuis devuelven la imagen de una Holanda dominada por unas temperaturas que congelaban ríos y canales hasta convertirlos en carreteras, entorpecían la distribución de alimentos y aniquilaban al ganado. De entre las crónicas de la época destaca la de Ambrogio Spinola, comandante en jefe de las tropas españolas, que relata en 1608 su accidentada llegada en 200 trineos a La Haya en plena ola de frío, para pactar los términos de una tregua en la guerra contra los holandeses. Todos los canales, ríos y acequias estaban tan duros que podían cruzarse como si fueran caminos. Holanda no podía proteger sus fronteras, pero nadie tuvo valor para pelear ese año. La tregua duró hasta 1621. Con un entorno así, los pintores no tenían más que abrir la puerta de sus talleres y trasladar al lienzo con realismo los cielos plomizos, campos nevados y cauces helados que les rodeaban. Así lo hicieron. Salieron al campo con sus cuadernos de bocetos y los llenaron de granjas, molinos de viento, puentes y gente, sobre todo gente, patinando, deslizándose en trineo o cargando leña por los canales congelados. Hendrick Avercamp, apodado El Mudo de Kampen, fue el primero en reunir todos estos motivos en un lienzo, y la exposición incluye cinco de sus obras más representativas. Una de ellas, Patinadores junto al pueblo, de 1610, es un buen ejemplo del ojo casi fotográfico del artista.

Aunque el patinaje sobre hielo era popular en Holanda desde mucho antes de la edad de oro -el Ayuntamiento de Gouda prohibió ya en 1490 rociar las calles con agua para que se helara y así poder deslizarse a gran velocidad-, estos paisajes lo convirtieron en el deporte por excelencia de la estación fría. Otro militar del Ejército español, Bernardino de Mendoça, estacionado en Holanda en 1570, decía en su diario que los patinadores utilizaban 'unos zuecos semejantes a zapatillas con una fina lámina de hierro en la suela que se curva por arriba como las abarcas [sandalias moras]'. Cuando tienen el viento a favor, añade, 'ni los caballos les superan y pueden arrastrar también a su familia en trineos llenos de mantequilla y queso'.

Otros pintores como Willem Schellinks prefirieron plasmar el lado más duro de los hielos. El ambiente de su tela Muralla de la ciudad en invierno, de 1650, es sombrío y desolador. Apenas si hay luz, y en primer plano aparece un hombre aterido transportando leña a lomos de su asno. Su colega Jacob van Ruisdael ha dejado algunas escenas, como su Paisaje invernal con molino de viento, de 1670, que son auténticos clásicos.

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