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Tribuna
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De poco sirve la ayuda si no hay seguridad y accesibilidad

Estados Unidos es el principal donante de Afganistán, por curioso o paradójico que pudiera parecernos. Como escribía recientemente en este periódico la señora Paula Dobriansky, subsecretaria de Estado para Asuntos Mundiales en la Administración de Bush, dos tercios de la ayuda oficial internacional a la población afgana provienen de EE UU, y esta relación crece hasta el 80% si nos atenemos a las aportaciones al Programa Mundial de Alimentos para sus actividades en Afganistán. En el último año fiscal, Estados Unidos proporcionó a este país más de 185 millones de dólares en alimentos y otros bienes de primera necesidad.

Incluso el pasado 4 de octubre, como nos recuerda Dobriansky, el presidente estadounidense anunció una partida adicional de ayuda humanitaria para la población afgana de 320 millones de dólares.

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Sin embargo, desde el 11 de septiembre el Programa Mundial de Alimentos (PMA) no ha podido distribuir más que una pequeña parte de los sacos de alimentos que tiene almacenados. Y las organizaciones humanitarias que canalizamos los alimentos que nos suministra el PMA hasta los destinatarios finales tampoco hemos podido desempeñar nuestro trabajo. La guerra, incluso con el nuevo panorama abierto tras los avances de la Alianza del Norte en la última semana, nos impide movernos en el país con unas mínimas condiciones de seguridad, de modo que los conductores de vehículos y los empleados de las organizaciones humanitarias se niegan a transportar los alimentos por temor a los bombardeos de los aliados, a los asaltos de los talibanes y a las hostilidades de éstos con la Alianza del Norte. Un ejemplo: de los 120 colaboradores de Oxfam que operan regularmente en el interior de Afganistán, más de la mitad se negaban en las últimas semanas, con toda razón, a atravesar ciertas zonas del país.

Por desgracia, pues, todas las donaciones que han estado haciendo la Administración norteamericana y otros países han servido de muy poco. Hemos vivido una situación paradójica: las organizaciones humanitarias, y el PMA a la cabeza, no hemos podido distribuir la ayuda que obteníamos de los países donantes precisamente porque éstos nos lo impedían mediante el bombardeo continuado sobre el territorio afgano.

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La necesidad en el interior de Afganistán sigue siendo absolutamente extrema: según un informe de una misión de Oxfam Internacional que analizó la zona en la primera semana de noviembre, las peores predicciones apuntaban entonces a que miles y miles de personas podrían perecer antes de fin de año, y más de 100.000 menores, antes de finalizar el invierno. En las 28 provincias de las que se recogió información, casi siete millones de personas estaban en una situación altamente vulnerable y no disponían de suficiente alimento. Todos ellos tienen derecho a recibir ayuda humanitaria. Un derecho fundamental que se ha estado conculcando por las hostilidades militares y la falta de seguridad y consentimiento de las partes en conflicto para que la ayuda pueda llevarse a cabo.

Los recientes movimientos militares no implican automáticamente que esta terrible situación humanitaria esté en vías de solución. Sin suficiente estabilidad y seguridad, la acción humanitaria no podrá desarrollarse. Por ello, es muy urgente que la comunidad internacional propicie, bajo el liderazgo de Naciones Unidas, una serie de medidas que no sólo faciliten una solución política para el nuevo Gobierno de Afganistán, sino sobre todo que garantice ya ahora el acceso a las personas que precisan ayuda y unas condiciones de seguridad apropiadas para suministrarla. También el compromiso adecuado y suficiente de los países donantes para hacer frente a las enormes necesidades humanitarias y de reconstrucción de Afganistán, así como para apoyar a los países vecinos, que acogen a más de cuatro millones de refugiados.

Es imprescindible incrementar el número de camiones en aquellas áreas donde todavía hay acceso y Naciones Unidas debe pactar con la coalición internacional, la Alianza del Norte y con los talibanes rutas seguras y zonas de seguridad para el envío de alimentos. Las condiciones de seguridad siguen siendo precarias, y la accesibilidad, cada vez mucho más limitada por la dureza de la meteorología. Por eso, el PMA y las organizaciones humanitarias nos estamos planteando desde hace semanas otras vías de distribución. La distribución aérea, sin duda, es una opción, quizá la peor de todas las posibles, pero no debemos descartarla. Llegado el caso, la distribución aérea debería coordinarse y efectuarse a través de Naciones Unidas, y no, como hasta ahora ha hecho Estados Unidos, a través de una de las partes en conflicto. El abecé de la ayuda humanitaria nos dice que en ningún caso la acción militar y la ayuda humanitaria deben ser llevadas a cabo por los mismos actores. Si no se respeta la ineludible neutralidad e imparcialidad de la ayuda y de las organizaciones humanitarias, nuestra misión quedaría hipotecada de cara al futuro. Además, la ayuda aérea no debería ser indiscriminada, sino lanzada desde el aire a unos recolectores terrestres que se encargarían de distribuirla en la zona de manera ordenada y privilegiando a los más necesitados, tal como Naciones Unidas está haciendo en Sudán desde hace diez años.

La población afgana tiene dos elementos en contra: la guerra y el tiempo. De momento, el tiempo corre a favor del terrible drama humanitario y muy en contra de la población afgana. Es preciso actuar ya y, sobre todo, deben establecerse las condiciones de seguridad y los mecanismos de accesibilidad adecuados para que la ayuda llegue donde está la población más vulnerable. Más tarde, cuando el invierno esté más avanzado, la situación será irreversible.

Ignasi Carreras es director general de Intermón Oxfam.

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