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La odisea de viajar a Kabul

Recorrer 400 kilómetros lleva tres días con temperaturas entre 30º a la sombra y 5º bajo cero

Guillermo Altares

Los que conocen de verdad el camino son los tipos de los burros. Son ellos los que pueden advertir sobre las minas, sobre los puertos cerrados, sobre el mejor lugar para cruzar el río, sobre los atajos para evitar los pasos más escarpados. Porque en gran parte del norte de Afganistán, un país que carece casi totalmente de carreteras asfaltadas y en el que se tardan en hacer tres días 400 kilómetros, el principal medio de transporte sigue siendo el burro o el caballo. A los arrieros se les puede ver, de noche o de día, como fantasmas surgidos de otros tiempos, con sus fardos y sus mantas, circulando desde ninguna parte hacia ninguna parte.

Existe una carretera, más o menos asfaltada (en algunos baches entra un coche sin problemas), que une Kabul con Taloqán y luego con la frontera tayika y, por otro lado, con Mazar-i-Sharif y la frontera uzbeka, dos importantes puntos de entrada de mercancías al país. Lo malo es que, mientras Kunduz siga tomada por los talibanes, este nudo de carreteras sigue bloqueado. Y la Alianza del Norte tiene tan poca confianza en el resto de la ruta hacia Kabul que los militares no dejan que pasen por ella los convoyes de periodistas. La explicación oficial es que guarniciones enteras de talibanes se han pasado al enemigo en unas horas y tienen miedo de que, en cualquier momento, vuelvan a hacer el camino contrario. Pero, incluso si esta carretera queda asegurada, la entrada a Kabul tiene que pasar por el túnel de Salang, que Masud dinamitó y que no estará despejado hasta dentro de dos meses. Conclusión: para comunicar el norte y el sur sólo quedan caminos incluso incómodos para las cabras.

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Antes del avance de la Alianza del Norte, sólo existía un paso para cruzar la cadena montañosa que parte el país en dos, el Hindu Kush Anjuman, a 5.000 metros de altura, y que ahora está totalmente bloqueado por la nieve. Con la huida de los talibanes se ha abierto otro paso, el de Hawak, que sólo está a 4.000 metros. La ONG Acted, que es la que se ocupa de mantener practicables los caminos, una función que debería corresponder a un Estado que no existe, cree que podrá mantener abierto este paso durante unos dos meses, antes de la entrada del verdadero invierno y ha trasladado equipos a la zona.

En cualquier caso, mientras la Alianza del Norte no se fíe totalmente del terreno que pisa, y no parece que vaya a ocurrir en un plazo inmediato, las únicas rutas que los afganos consideran practicables son totalmente impracticables, y eso que ahora hace buen tiempo: bastante calor durante el día y temperaturas extremas durante la noche. De 30 calurosos grados a cinco bajo cero. El temido invierno afgano, con sus tormentas de nieve, no ha hecho su aparición aún y, según la gente de Acted, es entonces cuando las cosas están cerradas de verdad salvo para la gente de los burros, pequeñas caravanas de cuatro o cinco personas y unos diez animales que recorren el país de cabo a rabo.

Mientras el tiempo lo permite, también circulan bastantes camiones por caminos imposibles, en los que se crean todo tipo de conflictos cuando uno queda bloqueado en un barrizal: llegar a las manos por un despéjame ese camino es algo habitual. Con la música a todo volumen, a veces llenos de mercancías, a veces cargados de personas, suben y bajan montañas y pedregales. Los coches, casi siempre destartalados jeeps rusos o todoterrenos con la parte de atrás al aire, suelen estar en manos de los militares o alquilados a los periodistas a precios muy superiores a los de una limusina en Nueva York. Sólo cuando uno se acerca a Kabul, empiezan a aparecer autobuses y taxis; pero moverse por el norte del país sigue siendo una odisea.

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Tras 23 años de guerras de todos contra todos, la mayoría de los puentes están destruidos y circular por los cauces de los ríos es una cosa bastante normal, a veces porque es el único camino que existe, otras porque la ruta está cortada por campos de minas. Circular por el este del país no es cuestión de horas, sino de días y cuando lleguen las nieves salvajes, a finales de diciembre, será cuestión de meses. Entonces, sólo estarán los tipos de los burros para seguir abriendo camino.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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