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La paz se fraguó en Washington

La situación creada por los atentados del 11-S ha agotado las posibilidades del IRA y ha provocado su desarme

Enric González

La paz norirlandesa se ha fraguado, en gran medida, en EE UU. Pero nadie podía esperar que el empujón final llegara, en una extraña carambola, desde Colombia y Afganistán hasta Washington, y de ahí a Belfast. El ex presidente Bill Clinton fue una figura central en las negociaciones de paz y en el acuerdo de Viernes Santo; ha sido la nueva realidad internacional, sin embargo, la que ha acabado con el margen de maniobra del IRA y ha agotado las reservas de comprensión estadounidense respecto a la lucha armada en Irlanda del Norte.

George W. Bush, a diferencia de Clinton, no sentía un especial interés por la vieja fricción entre irlandeses y británicos. Poco después de llegar a la Casa Blanca, con ocasión de la gran festividad irlandesa de San Patricio, convocó a todas las partes implicadas, les pidió buena voluntad y poco más. Por la mansión presidencial se pasearon, con una copa en la mano, Gerry Adams, el primer ministro Bertie Ahern y los dirigentes protestantes, incluido el ultramontano Ian Paisley, que prefirió quedarse en una sala aparte. Aquello fue una pequeña fiesta destinada a informar a los distintos bandos de que la voluntad de EE UU seguía siendo que el proceso de paz se completara, aunque para Bush, Belfast era un capítulo casi cerrado de la anterior presidencia. 'Forma parte de nuestro interés nacional que exista una paz duradera, una auténtica paz duradera, en Irlanda del Norte', dijo George Bush. 'Estados Unidos', agregó, 'sigue dispuesto a ofrecer toda la ayuda necesaria'.

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La relativa despreocupación de Bush respecto a Irlanda del Norte se convirtió en agosto pasado en 'inquietud', por utilizar la palabra elegida por el propio presidente para definir lo que, según sus colaboradores, fue un fenomenal enfado. La detención en Colombia de tres presuntos miembros del IRA, acusados de trabajar como asesores técnicos de las FARC, la guerrilla que ocupa parte del país, trasladó el problema norirlandés al parterre más delicado del patio trasero estadounidense. 'Si el IRA tuviera relaciones con las FARC, habría que plantearse algunas preguntas desagradables', dijo Bush.

El malhumor de la Casa Blanca llegó inmediatamente a oídos de Adams y, sobre todo, de Martin McGuinness, que ha venido ejerciendo como enlace con los patrocinadores estadounidenses. Los líderes políticos del protestantismo norirlandés sabían que el tiempo se agotaba. Y se agotó definitivamente el 11 de septiembre. Desde esa fecha, en EE UU se ha perdido la comprensión hacia todo lo que huela a terrorismo, incluyendo el irlandés. No es casualidad que McGuinness, un histórico del IRA, estuviera en Nueva York cuando hace unos días pidió a la organización que entregara las armas.

La carambola final ha ocurrido en la era de George W. Bush, pero el auténtico esfuerzo lo realizó Clinton. La cuestión de los condados del Ulster llevaba décadas enquistada en EE UU, un país en el que 44 millones de ciudadanos se atribuyen orígenes irlandeses y en el que los atentados antibritánicos se contemplaban como inevitables, cuando no con abierta simpatía. La idea de que Irlanda del Norte era una colonia británica como lo habían sido los territorios americanos valía para justificar el 'activismo'. Al IRA le resultaba fácil recaudar fondos a través de centenares de asociaciones americano-irlandesas, y el lobby pro-IRA, especialmente asentado en la Costa Este, se ocupaba de que ese flujo de caudales no se interrumpiera. Un presidente como Ronald Reagan, que se reclamaba irlandés y a la vez gran amigo de Margaret Thatcher, no hizo nada por cambiar las cosas: cualquier movimiento, en un sentido u otro, era mal visto por Londres o por la colonia irlandesa local.

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Clinton, sí. Ya en la campaña electoral de 1992 prometió que crearía la figura de un 'enviado de paz' a Belfast; una vez en la Casa Blanca, y vista la reacción hostil de Downing Street contra la idea, tuvo que camuflar el nombramiento del senador George Mitchell bajo la denominación de 'enviado económico'. Pero Mitchell se puso a trabajar de inmediato, en colaboración directa con la nueva embajadora de EE UU en Dublín (Jean Kennedy Smith, hermana del ex presidente John Kennedy), y logró que ambos bandos, bajo la inestimable tutela del moderado John Hume, se sentaran físicamente a una misma mesa. La buena relación personal de Clinton con el nuevo primer ministro británico, Tony Blair, hizo que Londres contemplara con otros ojos el esfuerzo negociador.

Bill Clinton fue el primer presidente en ejercicio de EE UU que visitó Irlanda del Norte, en 1995, y acudió posteriormente en otras dos ocasiones. La última vez, en diciembre pasado, cuando su segundo y último mandato se agotaba, se ofreció como 'mediador permanente'. Con un poco de suerte, ya no harán falta más mediaciones estadounidenses.

El presidente Bush y el primer ministro británico, Tony Blair, en Washington.
El presidente Bush y el primer ministro británico, Tony Blair, en Washington.ASSOCIATED PRESS

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