_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Reflexiones para el día después

Todavía conmocionados por los dramáticos acontecimientos del 11 de septiembre, y una vez iniciada la acción militar contra las bases terroristas en Afganistán, todavía no hemos sido capaces de absorber las graves consecuencias de estos hechos.

Sin duda, cada uno de nosotros recordará el Big Bang neoyorquino y lo guardará en su particular baúl de los recuerdos. Por mi parte, me será difícil olvidar que lo viví en Gaza, en compañía del presidente Arafat. La incredulidad y el horror que su mirada transmitían resumían la gravedad de lo que estaba aconteciendo. El pasado domingo, sólo una hora después del comienzo de las operaciones militares, volví a encontrarme con Arafat en Ramala. Me confirmó su convencimiento de que el pueblo palestino no se dejará engañar por cantos de sirena de aquellos que pretenden justificar acciones terroristas en su nombre.

'Es necesario incentivar los procesos de reforma política y económica en este ámbito geográfico'

Hasta ahora ha sido difícil escapar a la dictadura emotiva de la repetición interminable de las imágenes de destrucción causadas en EE UU, y a los interrogantes que siempre se plantean al comienzo de una campaña militar. La emoción ocupa casi todas las parcelas de nuestra realidad. Aun así, parece útil iniciar una reflexión sobre el día después una vez que las operaciones militares hayan dado frutos. Una cita a la que la UE no puede faltar.

Una vez que el propio acontecer histórico ha desmentido a Fukuyama, nos encontramos ante nuevos agoreros que anuncian el comienzo de la era del choque entre civilizaciones. Ante ellos, pocas voces han disentido. Expertos en temas militares y sociólogos de salón han querido adoctrinarnos sobre la nueva cruzada y las maldades del enemigo. Agotados todos los ismos maléficos del pasado, sólo faltaba añadir al islam el esperado sufijo para convertirlo en el nuevo moloch de la humanidad.

Es indudable que hace sólo unos días nadie se hubiera atrevido a pronosticar la magnitud de la tragedia, con la excepción, quizás, de algunos obsesos de la ciencia-ficción. No obstante, sí se habían oído algunas voces de alarma durante los últimos años, voces que no deberían sorprendernos. Ya en noviembre de 1995, en Barcelona, los 27 países del área euromediterránea lanzaron un proyecto político-diplomático para dar respuesta a preocupaciones parecidas a las que hoy se nos plantean.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Resulta reconfortante que casi todos los líderes occidentales, salvo alguna excepción, hayan querido subrayar su deseo de distinguir entre el islam, en cuanto cultura y civilización que debe ser respetada, y aquellos grupos que utilizan el islamismo político como vehículo para hacerse con el poder. Aun cuando esta política declarativa es necesaria, no es suficiente. Quizás lo fuese en los años noventa, pero hoy se impone una política activa. No basta con afirmar respeto si en la práctica nuestras políticas no lo hacen. El mundo arabomusulmán espera de sus socios occidentales menos discursos y más acciones. Difícilmente se podrá convencer a las sociedades arabomusulmanas de que Occidente desea establecer una alianza estratégica mientras nuestras políticas comerciales no se liberalicen en todos los ámbitos, las ayudas financieras no respondan a los desafíos comunes, las políticas migratorias no concilien la necesidad de canalizar los flujos migratorios con el respeto a la dignidad de las personas, las comunidades islámicas en nuestros países sigan soportando una injusta guetización y el conflicto en Oriente Próximo siga estancado.

Lógicamente, toda la culpa no debe recaer en el 'perverso Occidente'. Los países del Sur deben a su vez asumir su respectiva responsabilidad. Desafortunadamente, los últimos años no han sido testigos de los esperados avances modernizadores en estos países. La profundización democrática y la reforma económica han sido tímidos, y los grupos favorables al cambio no recibieron el impulso necesario. El debate sobre una eventual renovación teológica del islam no se ha promovido suficientemente, y ello a pesar de que algunos pensadores islámicos han iniciado una innovadora interpretación de los textos religiosos.

Algunos intentarán proponer soluciones imaginativas. Bienvenidas sean. Otros ya han dejado caer que sería el momento de revitalizar el Proceso de Barcelona. Frente a la burocratización economicista que éste ha sufrido, las nuevas circunstancias reclaman su relanzamiento. No caben excusas. Las tres dimensiones del proceso euromediterráneo -política, economicofinanciera y sociocultural- requieren acelerar la aplicación de todos los compromisos acordados. La próxima presidencia española de la UE ofrece un marco ideal para alcanzar este objetivo.

Es necesario incentivar los procesos de reforma política y económica en este ámbito geográfico. No debemos caer en la tesis simplista de que los países del sur del Mediterráneo y sus sociedades no tienen capacidad para absorber la ayuda comunitaria. Aun cuando esto haya sido cierto en el pasado, se trataría de una responsabilidad compartida a la hora de identificar, gestionar o ejecutar proyectos. Es fundamental establecer mecanismos conjuntos de gestión e instrumentos financieros mejor adaptados a la realidad euromediterránea. Urge lanzar un programa que fomente la creación de un espacio cultural y educativo que respete nuestras señas de identidad, nuestro legado y que al tiempo sea capaz de proyectar hacia el futuro las nuevas aspiraciones de nuestras sociedades.

Muchos argumentarán que el Proceso de Barcelona no abarca la totalidad del complejo universo musulmán, y no les falta razón. Por ello sería preciso encontrar mecanismos de enlace que integren a los países del Golfo y a otros países islámicos. Otros, acertadamente, nos recordarán que Barcelona no podrá alcanzar su velocidad de crucero mientras no haya avances en el proceso de paz en Oriente Próximo. No serán los únicos. El propio Bin Laden ha intentado encontrar la legitimidad de la que carece en una pretendida defensa de la causa palestina.

Hace ahora 10 años, tras la guerra del Golfo, los equilibrios geopolíticos de la región exigieron la Conferencia de Paz de Madrid. No es descabellado imaginar que ante la nueva realidad creada a raíz de los atentados, y una vez que las operaciones militares hayan dado resultados, sea adecuado reconfigurar los principios de referencia de aquella cita histórica y relanzar todas las negociaciones. El proceso iniciado en Madrid fue útil y conveniente para la década de los noventa, el nuevo milenio exige una solución negociada y justa.

Con estas reflexiones no se pretende redescubrir el Mediterráneo. La historia no se repite, se puede escribir con trazos del pasado, con lecciones aprendidas de los errores, pero ha de escribirse también con voluntad de resolver las incógnitas del futuro. Hemos de evitar caer en el fatalismo. Tras la respuesta firme y solidaria contra la barbarie terrorista, la comunidad internacional tendrá que hacer frente a las causas profundas de esta crisis. En cuanto a la UE, antes de que 'inventen otros', tendría que revisar y readaptar sus propias creaciones y contribuir al esfuerzo colectivo para configurar los contornos del nuevo orden internacional.

Miguel Ángel Moratinos es representante especial de la Unión Europea para Oriente Próximo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_