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Tribuna
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La derrota de los talibán, un objetivo estratégico

Como era inevitable después de que los talibán se negaran a cumplir las exigencias de Estados Unidos, el bombardeo ha empezado. El ataque sólo se podría haber detenido con la entrega de Osama Bin Laden a los representantes del Gobierno estadounidense, pero la mejor contraoferta que han hecho los talibán ha sido que le entregarían a un tribunal islámico vagamente definido, lo cual no es evidentemente una respuesta apropiada para el tajante ultimátum del presidente Bush. Ahora, el seguir tolerando a los talibán a cambio de Bin Laden vivo o muerto está fuera de toda cuestión; su derrota se ha convertido en un objetivo estratégico para Estados Unidos y en un compromiso inalterable para el propio presidente Bush.

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En Afganistán no hay ningún objetivo decisivo como había en Kosovo e Irak; no hay edificios del Gobierno, instalaciones militares ni armamento de alta visibilidad cuya destrucción pueda garantizar por sí misma la victoria, y ni siquiera acercarla mucho más.

Los objetivos, tal como están, eran perfectamente previsibles: las armas antiaéreas y los pocos aviones caza operativos para permitir que el bombardeo siguiera adelante sin grandes riesgos, edificios de centros de operaciones en Kandahar, Jalalabad, Kabul, Kunduz y la conquista talibán situada más al norte, Mazrat-i-Sharif, así como los almacenes de munición dispersos que los talibán necesitan para combatir a la Alianza del Norte.

Naturalmente, ésa es precisamente la cuestión: como los talibán están tan poco organizados, ya que son más una federación de bandas armadas que un Gobierno y un Ejército normal, el bombardeo no puede servir para destruir su sistema militar, porque tal cosa no existe. El bombardeo sólo puede triunfar si ayuda a la Alianza del Norte a conquistar terreno contra los talibán. Su mayor punto fuerte era el dinero que recibían de la familia gobernante saudí -en recompensa por su adopción del islam wahabí más intolerante favorecido por los saudíes- con el que compraron la lealtad de jefes militares autónomos y munición para su artillería, sus tanques y su infantería.

La semana pasada, la familia gobernante saudí decidió por fin dejar de enviar dinero a los talibán -que habían recibido una prima especial por destruir el Buda gigante-, mientras los pakistaníes, que eran los que vendían las armas y la munición que los saudíes pagaban, detuvieron el traslado de camiones de abastecimiento a las bases de los talibán.

Ahora que la Federación Rusa suministra generosamente bombas de mortero, munición para la artillería y combustible a los mercenarios uzbekos, los guerreros tayikos y la guardia nacional Hazara de la Alianza del Norte, con el apoyo real o prometido de Estados Unidos a esa otra alianza del norte que ha surgido de repente, el equilibrio de fuerzas militares en tierra ha empezado a inclinarse en contra de los talibán. Al mismo tiempo, privados del dinero saudí, los talibán ya no pueden seguir pagando la lealtad de los jefes tribales y los señores de la guerra, con lo que también salen perdiendo en la versión afgana de política de coalición (en un momento dado, los talibán incluso llegaron a contratar a los uzbekos).

No es del todo cierto que el éxito de Estados Unidos dependa por completo de la capacidad que tenga la Alianza del Norte para hacer avanzar sus líneas contra los talibán y contratar a sus mercenarios. Hay pequeños comandos estadounidenses en tierra que en un principio fueron enviados con la esperanza de que los agentes paquistaníes o locales les guiaran hasta el escondite de Osama Bin Laden. Ahora podrían proporcionar coordinación entre tierra y aire para permitir que los aviones estadounidenses lancen ofensivas aéreas contra los talibán en apoyo de los ataques terrestres de la Alianza del Norte.

Sin embargo, aparte de eso, lo que ocurra en Afganistán depende de la cohesión y la determinación de la Alianza del Norte, lo cual no es un proyecto muy tranquilizador teniendo en cuenta sus antecedentes. Kabul pasó a manos de los talibán después de que los tayikos y los uzbekos hubieran destruido gran parte de la ciudad lanzándose mutuamente proyectiles teledirigidos. Incluso cuando dejaron de pelearse para constituir su alianza actual, perdieron su última ciudad importante, Mazrat-i-Sharif, cuando los talibán compraron la traición de los mercenarios uzbekos contra el líder tayik Ahmad Shah Masud, el héroe de la resistencia contra la Unión Soviética, que fue asesinado por un equipo suicida que se hizo pasar por un equipo de televisión sólo unos días antes de los ataques del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Ahora cabe esperar un rendimiento mucho mejor, porque los talibán ya no tienen dinero para sobornar a los desertores, y los patrocinadores rusos y estadounidenses pueden recompensar muy generosamente a la Alianza del Norte si combate bien, se mantiene unida y gana.

Evidentemente, Estados Unidos y sus aliados esperan que las recompensas ofrecidas, no sólo los alimentos y las medicinas de la ayuda humanitaria, persuadan a otros grupos combatientes afganos de todos los orígenes étnicos para que se unan a la Alianza del Norte, y así hacerla mucho menos del norte. De hecho, no es posible derrotar a los talibán a menos que sus compañeros pathaans (tribus que hablan pashtun) decidan volverse en su contra.

Ése es el motivo por el cual ahora se está importunando urgentemente al anciano ex rey de Afganistán para que abandone la tranquilidad de su exilio romano y forme un Gobierno de transición multiétnico. Aunque no hay forma de saber qué grado de apoyo podría recibir, ya que no hay expresiones de opinión pública en ningún sentido normal, es razonable suponer que el ex rey, también un pathaan, podría reunir a los enemigos de los talibán entre las tribus pathaan de una forma que ningún líder tayik, uzbeko o shií hazara podría esperar siquiera.

Como siempre, las bombas y los misiles sólo pueden tener éxito cuando la destrucción física que infligen se convierte en el instrumento de un plan políticamente eficaz. Estados Unidos esperó un poco para iniciar el bombardeo, no sólo para depurar la lista de objetivos, sino también -y, sin duda, principalmente- para constituir una alianza operativa tanto dentro de Afganistán como a escala mundial.

La campaña mundial contra los terroristas islamistas en países tan lejanos como Filipinas acaba de empezar y continuará durante mucho tiempo. No se ganará simplemente derrotando a los talibán, pero el éxito en Afganistán contribuiría en gran medida a consolidar la nueva alianza estadounidense, rusa, china e india que nació el 11 de septiembre, y servirá para desmoralizar a los islamistas al eliminar a su siniestro héroe Osama Bin Laden.

Edward W. Luttwak es miembro directivo del Centro de estudios Internacionales y Estratégicos de Washington.

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