(Casi) todos contra ¿quién?
La experiencia parece servir para algo. Powell y Cheney ya la tuvieron en la guerra del Golfo, inacabada por el padre de este Bush. Los preparativos diplomáticos y militares (buscando una fuerza aplastantemente superior) se asemejan a aquéllos, pero la estrategia será diferente ante un enemigo distinto y no claramente identificado. Como entonces, la actual Administración ha comprendido que necesita no ya una coalición militar (quiere bastarse por sí solo), sino la coalición diplomática más amplia posible, que incluya a Estados musulmanes y no se vea como el Norte contra el Sur. Todos, casi todos, se han puesto firmes y no sólo porque EE UU, herido, haya dado el taconazo. Sino porque muchos Gobiernos, también en el mundo árabe y musulmán, se sienten agredidos por las redes transnacionales de estos terrorismos fundamentalistas. Hay que recordar una y otra vez un dato fundamental: han sido ataques suicidas, que no buscan negociar nada. No hay diálogo posible. No persiguen un compromiso con EE UU o, por extensión, con Occidente, y, en el caso de Bin Laden, su objetivo puede ser también el de socavar a los regímenes árabes corruptos, como su Arabia Saudí de origen. Éstos lo saben.
Son movimientos terroristas que sacan provecho de la globalización. Incluso puede financiarse cada vez de fuentes privadas, especular en las bolsas, y refugiar su dinero en paraísos fiscales. Y se organizan en red, sin centro. Es lo que la Rand Corporation llamó ya en 1995 Netwar, la guerra-red, término que ahora regresa con más fuerza, y que, señala otro estudio de la Rand, rompe las diferencias entre ataque y defensa, público y privado -'el poder migra hacia actores no estatales', se señala-. Y busca mantener un 'pulso sostenido'.
Pero ¿es Bin Laden? ¿Hay algún Estado detrás, como afirma el fiscal general de EE UU? Aunque le ampare, sin lugar a dudas, el derecho a la legítima defensa, para actuar, Washington debería disponer, en la medida de lo posible de pruebas, o al menos de informaciones que 'más allá de toda duda razonable' justifiquen su decisión de atacar a quien o quienes se considere autores o a los que les hayan prestado apoyo, aunque las presente, comprensiblemente, después. La velocidad a la que se ha propagado el nombre de Bin Laden y las pistas que conducían hacia sus organizaciones pueden responder a que los autores de los atentados quisieran desviar la atención, o al revés, que el propio Bin Laden quisiera que se supiera. Y ya la resolución 1.333 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, aprobada en diciembre pasado por unanimidad, apuntaba ya al régimen de los talibán en Afganistán y pedía la entrega de Osama Bin Laden. Lo que sí resulta claro es que estamos ante una trama que es transnacional, lo que puede ampliar de forma preocupante el ámbito geográfico de la respuesta, cualquiera que sea ésta.
Es comprensible que la Administración de Bush se sienta sometida a una enorme presión para hacer algo, quizás en dos tiempos: un primer ataque ¿sólo contra Afganistán y las bases de Bin Laden? Cabe dudarlo. Pero hay una lucha interna en Washington entre la gente del Pentágono, más inclinada a una acción de mayor amplitud, y una actitud más restrictiva del Departamento de Estado y la asesora de Seguridad Nacional. Y luego organizar la lucha mundial contra estos terrorismos, en lo que, si guerra es y como tal se puede ganar, será una guerra de las inteligencias, descrita por Bush como un 'conflicto sin campos de batalla ni cabezas de puente'. A corto, ningún ataque está exento de riesgos. Basta mirar los mapas. Que Bush acabe la guerra que no terminó su padre en Irak puede llevar a la desintegración de ese país y a que los kurdos del Norte intenten separarse, desestabilizando a Turquía, país aliado en la OTAN. Es un ejemplo sencillo en comparación con lo que puede ocurrir en Asia Central y el Cáucaso.
A más largo plazo la guerra-red requiere una contraguerra-red. Pues la información debe estar por ahí. Pero hay que saber utilizarla. Por eso en el mundo anglosajón se llama intelligence aunque la inteligencia a veces falle. O como se decía en teoría de sistemas, sólo la complejidad puede derrotar a la complejidad, cuando la buena información vale más que muchos misiles. Lo cual no es fácil, pues requiere poner en común mucha información que muchos Estados no quieren compartir, pues los servicios de inteligencia atañen a las intimidades más recónditas de los Estados; también de los democráticos.
La coalición internacional, que se está montando -con un grado variable de compromiso que va desde la pasividad (mirar para otro lado, a la plena participación, o la ayuda condicionada a ciertas reglas) a la plena cooperación del Reino Unido altera, como casi todos los conflictos, las alianzas. Adversarios o competidores, sin dejar de serlo, se están situando en un mismo lado, es decir, el de EE UU, lo que a la larga, aunque resulte paradójico, puede tener consecuencias desestabilizadoras: India y Pakistán, Rusia (que de paso se ve legitimada en su guerra en Chechenia), muchos países árabes e Israel, en parte China (que ahora entra en la Organización Mundial de Comercio), Arafat con Sharon, incluso -aunque más difícil- Irán (enemigo de los talibán) además, de, por supuesto, los aliados tradicionales de la OTAN.
La Alianza Atlántica no ha sabido explotar el hecho de que sus primeras intervenciones han sido para defender minorías musulmanas en Bosnia, en Kosovo o -a eso se va tras el desarme de la guerrilla albanesa- en Macedonia. Pero una parte de los serbios y los eslavos definen claramente estos lugares como nidos de 'terroristas islámicos'. ¿No lo fue el Ejército de Liberación de Kosovo en sus comienzos?
EE UU y los más fervientes europeos no están dejando de hablar con nadie para lograr, como alguien la ha descrito, una coalición lo más amplia posible para no se sabe aún para qué. No deja casi resquicio a la neutralidad, y lleva a forzar posiciones, como se está viendo en Pakistán, que, no hay que olvidarlo, es una dictadura. Lo que puede generar una ola de animadversión de algunas poblaciones contra sus Gobiernos, una rebelión de las masas en el magma islámico.
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