Waheeda
'Los talibanes interpretan el Corán como hace 400 años, pero hasta Mahoma dice que hay que educar a los hijos según la época'. Son palabras que se pronuncian en el documental Estimada Waheeda, de la solvente y premiada Lala Gomà, para TV-3. Parece que no se va a mostrar, y no se me ocurre por qué. Toda España debería verlo y saber, en momentos como éste, cómo están las cosas en Afganistán.
A través de la correspondencia entre esa mujer agfana, Waheeda, actualmente refugiada en un campo paquistaní de la frontera, y su amiga Nagmi, paquistaní inmigrante en Barcelona, se nos cuentan las crueles condiciones de vida de sus compatriotas. Y con la narración de Waheeda crece ante nuestros ojos la tragedia de un pueblo golpeado hasta la extenuación por la maldad y la desgracia.
'En Afganistán', cuenta Waheeda, 'durante veinte años, hemos tenido tres plagas: los rusos, los mujaidines y ahora los talibanes. En estas condiciones, la penuria de todos juntos se convierte en una misma historia. De la vida de cualquiera de nosotros se podría escribir una novela, a pesar de que nadie difunde nuestra voz'.
De Afganistán hablamos mucho ahora, después de la imperdonable canallada de Manhattan. Pero sería una ignominia más que, de los repugnantes talibán, la coalición aliada sólo pretendiera la entrega de Bin Laden, y que el régimen asesino se quedara después como si tal cosa. 'Yo sólo soy una muestra', dice Waheeda, que clama contra la indiferencia del mundo desde el campo de refugiados en el que ha conseguido estudiar y convertirse en maestra. Ni siquiera en su refugio de Pakistán estas mujeres, que en su país se han visto anuladas, golpeadas y escarnecidas, pueden sacar cabeza: no hay recursos para medicinas, carecen de agua, las enfermedades se multiplican. Pero resisten. Y hablan. Desde allí cuentan cómo los talibán golpean a sus hijos, arruinan los comercios e imponen, con la excusa del Corán, la vagancia, la rapiña y el crimen. 'Pedimos a todo el mundo que se les juzgue en un tribunal'.
Si la justicia por las desesperadas de Afganistán se uniera a la que nos exige la memoria del último fatídico 11 de septiembre, seríamos, además, la salvación de ese país, no su nueva plaga.
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