Niebla en el presente
Arrepentirse en pretérito constituye una perfecta cortina de humo para camuflar el presente. ¿Qué está haciendo la Bayer ahora mismo? ¿Qué pretende el senador demócrata cuando babosea por carta a sus votantes?
La boda de Mette-Marit y Sakka-Hakon, heredero del trono noruego, es evento para reflexionar. Para empezar, ni siquiera a Stanley Kubrick se le ocurrió un 2001 en el que todavía perdiéramos el pandero por los saraos de las monarquías. En segundo lugar, yo misma no puedo creer que podría ser capaz de arrastrarme de forma nauseabunda ante mis jefes, en gratitud por no haberme enviado a cubrir tal acontecimiento. Dicho todo lo cual, debo añadir que el principal motivo de reflexión viene a cuento (de hadas noruego) debido al hecho, nada insólito, de que Mette haya pedido perdón por su pasado, al parecer salvaje. Bueno, ¿qué esperaban? ¿Qué pidiera perdón por el presente? Nadie lo hace. Y algunos, ni siquiera por el pasado (ver Ariel Sharon, Sabra y Chatila).
'Reconstruye una parcela del pasado por la que nadie aún ha pedido cuentas a nadie'
El pasado es el lugar ideal para transitar con nuestras malas conciencias. La Iglesia pide perdón por los deslices del ayer. El senador demócrata que se ha comido a la becaria se muestra avergonzado (para resultar creíble) de su comportamiento anterior. Hasta la Bayer intenta reparar lo que hizo con sus medicamentos contra el colesterol, en el pasado.
Arrepentirse en pretérito constituye una perfecta cortina de humo para camuflar el presente. ¿Qué está haciendo la Bayer ahora mismo? Mejor no saberlo. ¿Qué pretende el senador demócrata cuando babosea por carta a sus votantes? Pueden imáginárselo: quiere ganar las próximas elecciones.
Volvamos, pues, a lo que nos ocupa: que el arrepentimiento por lo que se hizo (cuando ya no se puede pagar por ello) es la barrera que impide la investigación. Pero el pasado no sólo debería ser objeto de arrepentimiento: sino, sobre todo, de análisis. Digo esto porque acabo de tener la oportunidad de ver, en pase previo, la película Los niños de Rusia, de Jaime Camino, un documental (un documento, preferiría decir) profundamente humano, seco y sin adornos, de una parte de nuestro pasado que nos atañe profundamente y por la que nadie ha pedido aún perdón: quizá por eso aún no podemos mirarlo cara a cara. Trata de los niños de nuestra guerra civil (niños del bando que iba a perder, aunque por entonces ellos no lo sabían) que tuvieron que salir hacia otros países para salvarse, concretamente a Rusia. A través del testimonio de unos cuantos supervivientes, y de un cuidadoso y austero montaje con imágenes de la época, Jaime Camino reconstruye una parcela del pasado por la que nadie aún ha pedido cuentas a nadie. Y hay tanto dolor y frustración y sensación de pérdida en Los niños de Rusia, que una comprende que el perdón, si lo hubiera, no bastaría. ¿Qué se hace con las vidas que no pudieron ser, que fueron distintas de aquello que iban a ser? ¿Qué hacemos con nuestros niños perdidos? Espero que se estrene la película, pronto y bien. Hay gente, mi generación sin ir más lejos, que todavía siente reverencia ante la palabra documental: por los documentales, yo aprendí qué fueron los campos nazis, qué fue la guerra de España. Parece que hoy vuelve el interés. Ojalá.
Pero regresando al enlace de Mette y Sakka, que es lo que nos interesa. ¿Cómo puede una arrepentirse de un pasado salvaje, de drogas, alcohol, promiscuidad y pelos-pincho, para embarcarse sin remordimientos en un presente tan soso y, posiblemente, la ceremonia nupcial más tediosa jamás contada? Porque los reyes noruegos celebran los enlaces a lo grande: que si un paseíllo en barca por los fiordos, que si unos canapés de salmón. Sólo de pensar en el desfile con los trajes regionales se me pone la trucha en alza. Y esos bailes de anoréxicas y bulímicas, esa reunión de primos, esa foto de todas las familias reales, que suele salir a doble página en las revistas, y que es como el cuadro aquél de la revuelta campesina de Noveccento, pero en terrorífico. Luego vendrá la vida principesca conyugal sana, a cuyo lado la reproducción de los esturiones parecerá una orgía romana.
Mas no lo dudéis, encantos. Algún día, estas princesas arrepentidas volverán a pedir perdón. Y aunque será por el pasado, todos sabremos que se referirán a este presente.
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