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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cumbres borrascosas

No es malo que los grandes hablen entre sí. Pero la cumbre del G-8 celebrada en Génova, en un ambiente de barricada que cuestiona el formato, si no el futuro, de ese tipo de reuniones, concluyó sin acuerdos significativos. Y algo parecido cabe decir de la conferencia mundial del clima en Bonn, que ayer se debatía en la búsqueda de un compromiso sobre la aplicación de los acuerdos de Kioto sobre el clima. Estados Unidos y algunos de los países más representativos del G-8 (las siete potencias económicas más importantes del mundo más Rusia) no han dado un carpetazo definitivo al Protocolo de Kioto sobre la reducción de emisiones de gases contaminantes de efecto invernadero a la atmósfera, pero siguen dando largas a la entrada en vigor de un acuerdo considerado básico para preservar la salud medioambiental del planeta.

La ausencia de acuerdos relevantes en torno a la situación de la economía mundial refuerza la decepción genovesa. Apenas se ha ido más allá de un vago compromiso de apoyo a Turquía y Argentina en sus particulares crisis financieras y de la constitución de un fondo por 1.200 millones de dólares para la lucha contra el sida, el paludismo y la tuberculosis en el Tercer Mundo. Y de manifestar la esperanza de que las amenazas de recesión que se ciernen sobre las grandes economías desaparezcan a final de año.

En dos ámbitos en los que la coordinación internacional y el liderazgo de los grandes es necesario -la preservación del medio ambiente y el fortalecimiento de la ayuda al desarrollo-, el desencuentro ya había tenido lugar antes de llegar a Génova. A su manifiesta oposición a suscribir los acuerdos de Kioto, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, ha añadido el intento de reducir la actividad financiera del Banco Mundial en la ayuda a las naciones más pobres. Los representantes europeos consideran que esa limitación supondría erosionar a medio plazo la autonomía financiera del Banco Mundial y dificultar aún más el acceso de los países menos desarrollados al ahorro exterior. Las ayudas directas a estos países son necesarias y han de incrementarse, pero sería un error hacerlo menoscabando la actividad crediticia del banco.

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Esa propuesta, como el rechazo a los acuerdos de Kioto, constituye un exponente más del cambio de actitud operado en la Administración estadounidense tras la llegada de Bush a la presidencia de Estados Unidos. Su oposición al Protocolo de Kioto sobre la base de la defensa de los puestos de trabajo en Estados Unidos apunta hacia un cierto aislacionismo internacional, cuestionado incluso por determinados sectores políticos estadounidenses; una actitud que también aparece en las reticencias a intervenir en los mercados de divisas en momentos de inestabilidad o en la prioridad concedida al 'mantenimiento de la casa en orden' frente a cualquier iniciativa tendente a neutralizar los riesgos de una desaceleración económica mundial. Por primera vez en el último cuarto de siglo, Estados Unidos, Japón y Alemania registran inquietantes descensos en sus ritmos de crecimiento.

La apertura al comercio y al libre desplazamiento del ahorro y la inversión son condiciones necesarias para aumentar los niveles de prosperidad en los países menos desarrollados, pero esa libertad de intercambio no basta. El alivio de la deuda externa de muchos de esos países (contemplada en la cumbre de Colonia de 1999) y la dotación de una arquitectura institucional de gobierno global, más acorde con el proceso de globalización y su creciente número de actores, son exigencias que apenas han sido insinuadas en estas cumbres. La propia existencia del G-8 ha pasado a constituir poco menos que una provocación: una asimetría más entre la nueva realidad global y una instancia apenas representativa de quienes, viéndose inmersos en el proceso de integración económica y financiera internacional, no son por el momento claros beneficiarios del mismo. Los esfuerzos en torno a estas cumbres hace tiempo que deberían haberse volcado en el fortalecimiento y democratización de las instituciones verdaderamente universales.

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