'Queremos hacer valer la condición artística del cine, que se ve con recelo'
Berlanga, Borau y Gutiérrez Aragón cuentan su papel en la Academia de Bellas Artes
Este invierno ya no se hará largo para Luis García Berlanga en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Hasta ahora, el cineasta español se sentía sólo ante el peligro entre pintores, arquitectos, críticos de arte y músicos, defendiendo vivaracho e iconoclasta, como es él, su mundo del cine entre tanta imagen congelada. De todas formas, se ha sentido feliz, casi todos los lunes, en las reuniones semanales desde que ingresó el 18 de junio de 1989, día en que leyó su discurso, El cine, sueño inexplicable. Ahora serán tres. Junto al valenciano se sentarán José Luis Borau y Manuel Gutiérrez Aragón, que ingresarán en noviembre y enero, respectivamente.
Los dos recién elegidos entran con sigilo y respeto por la puerta de más de tres metros de largo y madera tallada en la sede de la academia en Madrid. Se dejan guiar por el veterano, que les quiere meter a todos en un ascensor del que Gutiérrez Aragón huye por miedo a quedarse encerrado. Pasan a los vestuarios, el lugar donde depositan los abrigos y recogen el correo. Contemplan los cuadros de las paredes y los retratos regios de la sala de juntas, en donde hay imágenes de todos los borbones con mando, desde Felipe V, impulsor de la institución en 1744, a Juan Carlos I. Allí se sientan los tres en comandita y comentan sus intenciones para la sección de Escultura y Artes de la Imagen, donde están incluidos. Habla Borau: 'Entro en principio con ánimo de enterarme qué se puede hacer aquí. Nuestros propósitos son por el momento vagos, teóricos y bienpensantes. Luego, con el terreno estudiado, vendrá la táctica', cuenta el aragonés autor de Furtivos y Leo. Borau destila hoy una prudencia alejada de la radicalidad de sus películas, que hace a este cineasta y profesor de algunos de los directores y guionistas más importantes de España un auténtico aspirante aplicado. Pero pronto pierde el tiento y suelta: 'Quiero hacer valer la condición artística del cine, al que todavía se ve con recelo. Se le sigue considerando un espectáculo de feriantes', asegura, entre la aprobación de sus colegas.
'Los directores de cine somos como Alí Babá para las demás artes, copiamos, saqueamos'
Gutiérrez Aragón, con su barba cuidada y la chaqueta azul en el perchero de sus dedos para no acalorarse tanto, insiste en su discurso del que entra en una institución a la que el cine ha saqueado bien a gusto. 'Los directores de cine somos como Alí Babá para todas las demás artes. Copiamos de la arquitectura, utilizamos la música y, por supuesto, nos inspiramos en la pintura. No sé muy bien cómo nos recibirán', asegura, entre inquieto y bromista.
Para empezar, el autor de La mitad del cielo, que tiene pendiente de estreno Visionarios, la historia de unas apariciones de la Virgen en tiempos de la II República, azuza la conversación: 'El debate teórico sobre el cine en España y en todo el mundo está bajo mínimos, quizá por un exceso de verborrea que hartó a todo el mundo en los años setenta. Hemos vivido muchos años esa resaca y la discusión se ha alejado de la sociedad. Nuestra intención desde la Academia de Bellas Artes debe ser reanimarlo', dice el de Torrelavega.
Para empezar, ambos leerán sus discursos. Borau, que un mes antes, el 26 de octubre, ingresa también en la Academia de San Luis, en Zaragoza, quiere dar continuidad a sus dos teorías. En Aragón hablará sobre La pintura en el cine, y en Madrid lo hará sobre El cine en la pintura. 'Hay muchos movimientos actuales que beben constantemente del cine como inspiración, desde el pop art a los miembros del Equipo Crónica', afirma.
Gutiérrez Aragón abordará El cine como inventor de vida. 'Desde que aparece este invento, cambian las costumbres. El cine nace con la modernidad, y en cierto sentido, también la inventa'. Algo alejado de la percepción que le dio Miguel de Unamuno, que lo consideraba, según Borau, 'un artilugio de física recreativo'. Una percepción que no comparte en absoluto el autor de Tata mía, que asocia el cine a los sueños: 'Desde que existe el cine, soñamos en su lenguaje, con planos generales, travellings y primeros planos', asegura Borau, para remarcar que somos presos de su iconografía. .
Todos llevan mal que se les tilde como cineastas académicos, pero explican que en cierto modo sería lógico si se atienen a la teoría de la muerte de las vanguardias que tiene Gutiérrez Aragón: 'Vivimos el tiempo de la extinción de las vanguardias porque la sociedad ha dejado de resistirse a ellas y éstas han entrado en las academias. Los historiadores tampoco son capaces de definirlas, y todo eso hace que se desmoronen'.
Entre tanta teoría, el veterano les hace caer del burro y habla de cosas concretas, como la sección de cine que se va a crear en el Museo de la Academia. 'Vamos a dedicar una parte al cine, con carteles, por ejemplo, guiones, pero con pocos aparatitos de esos que se exhiben en muchos museos de lo nuestro y no sirven para nada', dice Berlanga. El maestro, con 80 ya cumplidos y retirado de los rodajes desde que acabó París-Tombuctú, tiene un sueño que desearía ver allí expuesto. 'Me gustaría recuperar el guión con story board que hice de Bienvenido Mr Marshall. Se ha perdido y es el único que tiene dibujos y una estructura planificada porque, como sabéis, he sostenido siempre que el guión es la gestapo de las películas y que como mejor salen éstas es aplicando el caos absoluto', relata.
'Eso que dices, Luis, es un disparate', le replica Borau, que ha enseñado guión en las escuelas durante más de 30 años. Y Berlanga, que no dejará nunca de asombrarse de que una escuela de guiones en Valencia lleve su nombre, le contesta: 'Lo será, pero es mi teoría y mi disparate'. No cabe duda. Van a dar mucha guerra.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.