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Columna
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Custodiar o plagiar

Vicente Molina Foix

El peor favor que le han hecho a Luis Racionero sus defensores en este triste asunto del plagio encontrado en un libro suyo ha sido decir que es muy culto. Yo también lo digo,y más cosas: no sólo es culto y bien leído, con una amplia curiosidad intelectual, sino un hombre refinado y amable, según pude comprobar personalmente en algunos encuentros y charlas ocasionales. Cuando la ministra de Cultura y otros espontáneos tratan de disculpar el evidente abuso cometido por el nuevo director de la Biblioteca Nacional recordando sus estudios en Cambridge, sus premios literarios, la impresionante cantidad de libros publicados, están metiendo la pata y el dedo en la llaga, que de esa forma abren más. Lo cortés nunca ha quitado lo valiente.

Se comenta en los círculos más próximos o afectados por la noticia que el plagio es tan antiguo casi como el oficio de escribir, se citan casos probados, alguno muy ilustre y aún abierto, y en esta campechana consideración anecdótica puede verse la sombra de la excusa, una manera implícita de aceptar lo inevitable. Conviene que llamemos a las cosas por su nombre, sobre todo en el campo de la literatura, que aspira a construir con palabras un universo de valores libre de los intereses del precio y la moneda falsa de la fama.

Vivimos en un tiempo lleno de sospechas, denuncias y revelaciones públicas. A nadie se le perdona nada ni se le pasa una (bueno, a casi nadie; hay reyes y poderosos que gozan del silencio administrativo o lo compran). Cuando es posible demostrar que un político elegido democráticamente ha malversado dinero,lo inmediato es -o se intenta que sea- destituirle. Cuando en la mesa de un juez se amontonan sin razón cientos de sumarios pendientes, contribuyendo así a esa 'tardanza en la ley' que ya Shakespeare consideraba uno de los peores daños, lo que procede es abrir una investigación y sancionar al negligente.

La palabra corrupción. De tanto oírla hay peligro de olvido de su significado. Corromper es, dice el diccionario ideológico de Don Julio Casares, 'alterar y mudar la forma de alguna cosa', mientras que el mismo Casares da como segunda acepción del sustantivo la 'alteración, error o tergiversación en un libro o escrito'. Estoy seguro de que Racionero también tiene entre sus lecturas a nuestros grandes lexicógrafos. La alteración fraudulenta de un texto, suplantando al verdadero autor. La pereza. Males humanos, y no de los peores. ¿Son disculpables en un servidor público encargado de la custodia de los libros que fundan la parte duradera e incorruptible de nuestra cultura?

Vivimos también en un tiempo de escándalos. He oído en los mismos círculos antes mencionados que la revelación de este plagio sólo constituye un nuevo episodio de la guerra entre los grupos mediáticos y políticos, y que en las redacciones y altos despachos aguardan carpetas mucho más comprometedoras. Un novelista indiscutible habría -dicen- fusilado casi ochenta páginas en un libro reciente de mucho éxito, y la cosa no acaba ahí.

Si existen esos apabullantes dossiers secretos lo mejor es que salgan cuanto antes a la luz, y no lo digo por morbo literario, que ya lo tengo curado a base de aplicaciones periódicas de espanto. Sería bueno por higiene mental y artística, claro está, pero también para que el público, a veces muy embobado con la figura romántica del escritor,se enterase de que su novelista preferida o su dramaturgo carismático no son ni más insobornables ni menos erróneos que el alcalde de la localidad o el juez territorial. Humanizado así, desmitificado, podría entonces pasar la prueba de la responsabilidad moral a la que todo artista -joven poeta de provincias o galardonado preboste- se expone por la noble vanidad de querer añadir su voz al desconcierto del mundo.

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